Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
No he venido al mundo a convencer a nadie
Algunos sí vienen con esa intención
No alcanzo a sentirme uno mismo
Ni sé qué es la Unidad
Ni lo que el Alma del Mundo es
Ni siento el Universo vacío y solos en él
Tampoco me importaría mucho
No me interesa en sí, como dolor, la soledad

Me gustan las discusiones metafísicas como juego de enredaderas que cubren la pared de hermosos arabescos (lo al fin y al cabo pared, no enredadera. La enredadera se sostiene porque tras ella hay pared)

No tengo un sentido trascendente de la muerte
Siento eróticamente la vida
La vida erótica. Una de las cuatro locuras posibles (según como siempre expresaban, en su afán calificador, los griegos).

La lucha me retrae.
No quiero vivir eternamente. No quiero saberlo todo. No quiero una verdad para toda la vida. Ni busco toda una vida para una verdad.

Me levanto por la mañana y eso es todo. Duermo en la noche y eso es todo. El regalo es una mirada. El regalo es un encuentro. El regalo es ser consciente.

Todo lo demás (que podemos abarcar con el pomposo nombre de metafísica) es un juego de trileros, es una fiesta apolínea, es una orgía eleusina, es una novena eterna, es un discurso del método, es una epistemología necesaria siempre para amarrar los machos al orden; todo lo demás son enseñanzas de salón o reunión arbitraria de cerebritos a la parrilla.

¡Qué importa el contacto con los marcianos!
¿Y qué si las estrellas nos muestran el orden?
¿Qué si la esencia de los ausentes se conforma en una bola azul o en un holograma?
¿Qué si es autosugestión o visita sideral?

Me gusta la visión de la montaña
La estrella fugaz que durante un milisegundo alimenta
Me gusta el cuerpo de la mujer.

Me siento como los antiguos
que tenían largas pesadillas y
llamaban a los adivinos para que los aliviaran.

Tiempo suficiente.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/08/2010 a las 00:01 | Comentarios {1}


Ángeles e Intenciones
... y ocurre que pueda ser una simple sincronía. O va más lejos y por vericuetos extrasensoriales se llega a descubrimientos más o menos loables. Más o menos certeros. La verdad es la cuerda floja del espíritu. No así del alma cuya verdad estriba en la locura.

Leo las palabras de alguien y me agota la vacuidad de esas palabras. No por feas o por falsas. Si no por faltas de verdad. Es como si al leer, en ocasiones, se atisbara por el resquicio de una coma la ausencia de verdad.

Angels in America de Tony Kushner (qué gusto que se anteponga el autor al director de vez en cuando) dirigida por Mike Nichols e interpretada entre otros por Meryl Streep, Jeffrrey Wright, Marie Louise Parker o Al Pacino, tiene en su desmesura tanta verdad que es una fiesta para los sentidos. Esa lucha moderna entre lo científico y lo espiritual; entre lo aceptable y lo bochornoso; entre lo admisible y lo inadmisible en una sociedad podrida, en una civilización agotada.

Vivimos una civilización agotada.

Los años del SIDA (década de los ochenta del siglo pasado) es el paradigma que utiliza Kushner para su metáfora del mundo. Y su metáfora es bellísima, desgarradora, grotesca y sensual.

Un detalle que agranda para mí la serie es que no se ve a ningún personaje, a lo largo de las seis horas de duración, montado en un coche. Eso para una serie americana es una denuncia en sí. Y además tiene sentido en tanto en cuanto el mensaje del Ángel, Emma Thompson, es que la clave de la decadencia de la especia humana radica en que no deja de moverse. Sólo si se mantuviera quieta, Dios volvería y todo retornaría a su estúpida y aburrida Edad Dorada. El Profeta, Justin Kirk, se niega a anunciar la buena nueva (o la mala nueva) y sube hasta los cielos por una incandescente escalera de Jacob y entrega el libro que le había caído en suerte a unos ángeles que hacen guardia a la espera de que Dios vuelva. Antes de volver a bajar a la tierra y seguir viviendo con el SIDA -que en aquellos años, no se nos olvide, era sentencia de muerte- les espeta a los ángeles guardianes, Y si vuelve Dios denunciadlo por habernos abandonado y castigadlo como se merece.

Tan dislocada historia tiene un punto de verdad tan elevado que no puedo por menos que compararla con la ausencia de verdad del texto realista, que habla de cosas cotidianas y que sin embargo, insuflado de cierto aroma orientaloide, pierde su energía en aras de una creencia que en absoluto tiene pies ni cabeza.

Los ángeles existen como intuiciones que se pueden personificar, como sincronías de las que podemos ser capaces de darnos cuenta, como un aviso en el momento justo; los ángeles tienen el filo de sus alas de demonios; los ángeles son seres feéricos como lo somos nosotros, humanos, que podemos mirar de reojo el Otro Mundo y extraer de él un poco de cordura la cual en el vocabulario de los ángeles-demonios-hadas-duendes-dáimones, se llama locura. Locura para dejarnos de fórmulas manidas; locura para afrontar la vida con todo el terror que nos cause (y toda la alegría y todo el asombro) como lo vive Harper Pitt -el personaje maravillosamente interpretado por Marie Louise Parker- que entra en sus alucinaciones con la misma sonrisa triste con la que habita en eso que tantos y tantos se empeñan en llamar realidad.

- Déjese usted de recetas, señora, y póngase a cocinar.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/08/2010 a las 12:17 | Comentarios {0}


Friedrich Leopold von Hardenberg. Pseudónimo: Novalis


Himno
Sólo unos cuantos
gozan del misterio del amor,
y desconocen la insatisfacción
y no sufren la eterna sed.
El significado divino de la Cena
es un enigma para el entendimiento humano;
pero quien sólo una vez,
en los ardientes y amados labios
haya aspirado el aliento de la vida,
quien haya sentido fundir su corazón
con el escalofrío de las ondas
de la divina llama,
quien, con los ojos abiertos,
haya medido el abismo
insondable del cielo,
ése comerá de su cuerpo
y beberá de su sangre
para la eternidad.
¿Quién ha descifrado
el sublime significado
del cuerpo terrenal?
¿Quién puede asegurar
que ha comprendido la sangre?
Un día todo será cuerpo,
un único cuerpo,
y en la sangre celestial
se bañará la feliz pareja.
¡Oh!, ¿acaso no se tiñe de rojo
el inmenso océano?
¿no es ya la roca que emerge
pura carne perfumada?
Es interminable el delicioso banquete,
el amor no se sacia jamás,
y nunca se acaba de poseer al ser amado,
nunca el abrazo es suficiente.
Los labios se tornan más delicados,
el alimento se transforma de nuevo
y se vuelve más profundo, más íntimo, más cercano.
El alma se estremece y tiembla
con mayor voluptuosidad,
el corazón tiene siempre hambre y sed,
y así, para la eternidad,
el amor y la voluptuosidad se perpetúan.
Si los que ayunan
lo hubiesen saboreado sólo una vez
lo abandonarían todo
para venir a sentarse con nosotros
a la mesa servida y nunca vacía
del ferviente deseo.
Y de ese modo reconocerían
la inagotable plenitud del amor,
y celebrarían la consumación
del cuerpo y la sangre.

Traducción, Rodolfo Häsler

Invitados

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/08/2010 a las 20:36 | Comentarios {0}


Maravillosamente no sé nada.
Nunca nada de lo que diga es cierto.
Siempre podré desdecirme de lo dicho. Tengo en mi ser la flexibilidad del junco y es cierto que esta cualidad conlleva la contradicción. Si viene un viento para allá voy, si cambia, cambia mi movimiento. Sé que esta particularidad es fastidiosa. Lo sé. Me permite sentir el amor. El amor de las primeras veces. El amor del encuentro. El cursi amor del encuentro. Del primero. No hay grandes solemnidades. No hay nada. Sólo amor. Es triste que los boleros nunca hablen del primer encuentro. De los primeros días. No hay falsedad, hay deseos de dar amor. No sé nada. No entiendo nada. Estoy un poco borracho y escribo a las dos y cuarto de la madrugada tras haber estado todo el día buscando mi hogar con amigos (no me importan sus nombres. No me importa lo que ocurra más tarde). Hoy han sido mis amigos ¡Qué palabra! Y el amor, eso que es la quintaesencia de la amistad, destilaba en cada poro de nuestro día en los montes más altos de la Comunidad de Madrid. Al final no lo hemos hallado. Ese hogar (el que hemos ido a visitar estaba demasiado difícil de acceso. Un hogar tiene que ser un lugar cómodo al que se llega) no era el hogar.
No sé. No sé. No sé. Y moriré sin saber. Y quiero decirlo bien alto y bien fuerte: No sé y quiero pedir disculpas a todos a los que haya ofendido. Hoy me siento amado. Y esa sensación es para mí la más hermosa porque me quita el miedo, porque me da confianza. Esa mirada única, esa complicidad de veras, esa ayuda porque soy amado. No tengo ni idea de por qué surge así, de forma tan espasmódica, así sin quererlo. A lo mejor. No sé. No sé. El amor debe ser sencillamente gratis.
Ahora me he emocionado y las lágrimas, pequeñas y serias, humedecen mi ojos. Escucho una música que le encanta a mi hija, es Julieta Venegas (y a mí me encanta, antes de que supiera que le encantaba a ella y ahora que lo sé me gusta más) que me gusta porque sus letras y sus músicas tienen algo de alegre, de despreocupado y al mismo tiempo de elaborado, de bien hecho. No sé. No sé por qué me gusta Julieta Venegas y porque me gusta con el mismo ardor Johan Sebastian Bach y sobre todo sus Variaciones Goldberg o el tema Lento. No sé, no sé por qué. Y aquí estoy feliz en mi fracaso de hoy. Lleno de risas y de confianza. Sin miedo. Sin miedo aunque esté en un espacio lleno de rencor que es un rencor, al fin y al cabo, mínimo, sin grandes razones, un rencor, digamos, burgués. Burgués. También me gusta querer con limón y sal y quizás haya una enseñanza: Da, da de verdad, da con el corazón aunque algún día sintieras que... aún así da, da amor, da confianza, da todo eso que tú, por mucho que tantos se nieguen a saberlo, tienes. Lo tienes pequeño camaleón ultramarino, antigualla rica, pedacito entero. Ya tú sabes.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/08/2010 a las 02:10 | Comentarios {1}


No es notorio y es jueves de agosto. Las calles de la ciudad de Madrid están vacías y el calor ya no es tan espantoso como durante el mes de julio. En esta mañana, aún fresca, guardo en mi memoria los restos de la noche. No sé muy bien porque escribo estas líneas ni si tendrán un final con moraleja, si será porque he visto las estadísticas y siempre me anima ver que sigues (tú y tú y usted) entrando en esta página a la espera de una lectura que te mantenga en una rutina buena o si es porque siento la levísima melancolía de las cosas mal hechas. De los hechos malos. Una frase, pronunciada por Carmen en una cena hace dos días, se me repite en la cabeza y es ésta, Todos sabemos perfectamente lo que es bueno y lo que es malo. Su contundencia me altera. Su sencillez me pasma. La verdad de esa afirmación me aturde y me obliga a reconocer que cuando realizo acciones malas, sé perfectamente que lo están siendo. Todos lo sabemos. Puede que entre el bien y el mal no se establezca una dualidad sino una trinidad como afirma Alfred Schütze en su libro El Enigma del Mal editado por Rudolph Steiner. El libro en sí no me gusta (más bien lo contrario) y en él establece unas triangulaciones entre el bien y el mal que me parecen interesantes. Por ejemplo: Avaricia/Moderación/Despilfarro; Soberbia/Dignidad/Inferioridad; Meticulosidad/Sentido del orden/Desorden; Cobardía/Valentía/Temeridad etc... donde el bien lo he colocado entre los dos términos del mal. Esta forma de intelectualizar las acciones humanas (mis acciones) puede que me calme un poco. Me siento como si aplicara mi ojo a un telescopio que me hiciera más grandes (y alejadas) mis propias bondades y maldades. Y siento que, al acercarlas, he atravesado un tiempo de límites finísimos entre unas y otras, tan finos que me da la impresión de que en cualquier momento se podrían rasgar y mezclarse en una pasta que haría muy difícil separar, de nuevo, el grano de la paja ¡Condición humana!

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/08/2010 a las 10:31 | Comentarios {0}


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