Apenas me quedan palabras. Ya no quiero buscarlas. Yo estuve en un gran espacio interior. En ese espacio interior están todas las palabras, de todos los idiomas, todas las que se escribieron, todas las que se dijeron, todas las que se borraron, todas las que se quisieron olvidar. Yo que nada sé tampoco sé dónde se encuentra ese espacio. Si existió alguna vez. Sí sé que si lo necesitara sabría volver o me encontraría ya allí sin saber cómo había llegado.
Apenas me quedarán palabras porque las iré soltando todas. Ayer, por ejemplo, solté todas las palabras que tuvieran relación con las minas. Tan sólo me quedé de esa gran familia de palabras que ha de ser con ésa, minas, y ya no sé nada más de ellas. Sólo sé minas. Puedo jugar con ella, con la palabra, pero sería un juego inútil al no tener fundamento ninguno, o por decirlo con un término lúdico: campo de juego. Minas ya no tiene campo de juego.
No quiero más palabras. Cada palabra implica una existencia. Caldo implica la existencia de alguien que lo hizo. Como sugiere siempre y como mínimo dos existencias. Quiero quedarme en la angostura del cuarto de máquinas del ascensor de la Casa Museo. También con las palabras. No quiero que venga más gente a mi cabeza. Cada palabra es gente. Cada palabra es cosa iluminada. Las palabras existen en tanto en cuanto hay luz. Si nuestro ojo no fuera sensible a la luz no existirían los idiomas. Seríamos otra cosa. Fiat lux.
No sé si seré capaz de soltarlas todas. No sé cuánto esfuerzo se requiere para olvidarse de hablar y también olvidarse de pensar y también olvidarse de soñar. Sí, llegué a pensar que si me arrancaba los ojos perdería la capacidad del habla sólo que, por extraños caminos que no alcanzo a transitar, sé que existen los ciegos y que los ciegos hablan y aunque la luz sea la causa de las palabras su ausencia no implica su desaparición. Si fuera así los idiomas desaparecerían por las noches o quizá sea por eso por lo que en las grandes ciudades de Occidente las noches son iluminadas como si fueran días, para que no se pierdan las lenguas. ¿En las grandes extensiones sin habitar desaparecerán todas las lenguas en las noches de luna nueva?
Quiero perder la lógica.
Quiero perderme de mí.
Ya sé lo que he de hacer. Tendré que hacerlo pronto. El destino tan sólo es tiempo cumplido.
No, no llego a entenderlo como una misión. No es que de repente de ayer, 23 de agosto de 2022 a hoy, 24 de agosto de 2022, haya descubierto nada nuevo sino que al despertar y ver la terrible oscuridad que me cercaba, el silencio absoluto de la habitación del sótano (las tuberías habían callado como si el animal que las habita se hubiera quedado dormido de puro agotamiento), he entendido que sin luz no había palabras y sin palabras no había mundo.
No es una cuestión filosófica. Era pura practicidad y ha sido tanto mi contento que se me ha pasado el sueño, he encendido la lamparilla de noche, he mirado el reloj y he visto que eran las cuatro y veinte de la madrugada. ¡Oh, he pensado, que hora perfecta para iniciar la jornada! Alegremente me he vestido. Me he sentido ligero como si al soltar todas las palabras relacionadas con minas la vida me hubiera dado una segunda oportunidad. He subido. He desarmado las alarmas. Me he hecho un buen café en la cocina grande. Lo he tomado sentado en el porche trasero de la Casa Museo, el que da a la piscina. Lo he imaginado todo. También he sentido que por fin hoy hace algo de fresco en la madrugada. Será que el verano está llegando a su fin. Cuando he pensado la palabra verano, me he dicho, Olmo, Olmo –así me he dicho- cuando logres soltar todas las palabras relacionadas con verano, quizás haya llegado el día de marchar. No fuerces. Llegará. No fuerces. Sólo haz, de momento, lo que ya sabes que tienes que hacer.
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Narrativa
Tags : Olmo Dos Mil Veintidós Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 24/08/2022 a las 18:16 | {0}