Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

El 27 de mayo de 1992 una depresión muy profunda me llevó a retirarme al pueblo cántabro de Suances durante un par de meses. La casa era el lugar de veraneo de la familia de la que entonces era mi mujer, Concha y que tuvo -tuvieron- la amabilidad de dejármela para que me recuperara. Estando allí, en absoluta soledad, inicié con mi padre, Antonio García-Loygorri de los Ríos, una relación epistolar que continuó -con un intervalo de cuatro años entre esta primera carta y las siguientes- hasta su muerte.
Poco antes de morir mi padre me dijo una de las frases más hermosas que me han dicho jamás (y que jamás me dirán). Estábamos merendando en el Vips de la calle Velázquez esquina con Lista. Nos acompañaba Gustavo, un muchacho emigrante que lo cuidaba por las tardes. Mi padre estaba ya en silla de ruedas y apenas podía hablar tras haber tenido un cáncer de laringe. Cuando terminó de dar un sorbo a su café, me miró con sus ojos tristes y pequeños y me dijo: Fernando, si por algo agradezco la enfermedad que tengo es por haberte podido conocer. Mi padre y yo nos conocimos, al final de su vida, mediante la correspondencia epistolar que empiezo a publicar.
Cuando murió mi padre no sé quién se encargó de tirar las cartas -que yo le enviaba en papel, por correo postal y que el guardaba en uno de los cajones de su mesa- a la basura. Por supuesto quien lo hizo no me consultó siquiera si quería conservar las cartas. Menos mal que yo guardé copia de ellas.
Transcurridos más de veinte años, siento el deseo de escribir sobre la verdad y creo que estas cartas son lo más sinceras de lo que era capaz. Las escribí entre los treinta y uno y los cuarenta años de edad, es decir, la edad conflictiva.


Detalle de La Capilla Sxtina. Michelangelo Buonarroti. ca 1511
Detalle de La Capilla Sxtina. Michelangelo Buonarroti. ca 1511
                                   
27 de Mayo de 1992
         Querido padre:
     Si convenimos en que lo prometido es deuda, deuda mía será el escribirte una carta desde Suances, en este mes de Mayo, lleno de sol y de tormentas.
     Me pedías al marcharme una de esas cartas bonitas, dignas de un poeta, de ese tipo de cartas que intentan la emoción del destinatario. Veremos qué nos depara ésta, así tan al principio, sin saber muy bien qué voy a contarte, ni tan siquiera sabiendo dónde me encuentro, si estoy yo aquí, si sueño...
     Pero existe algo que me avisa que es cierto lo que veo: el rumor de las olas, bramido a veces, también canción de cuna; el rumor de la arena en su violentarse con el viento; el canto de la hierba dirigido por la brisa y un continuo sonido de pájaros.
     Ya he subido y bajado montañas y en la arena de las cuatro de la tarde me he tumbado; ya he recibido los rayos del sol en mi piel y la espuma blanca ha salpicado mis pies; ya el silencio de estar solo me rodea, ya la calma de la dicha me adormece, las noches son tranquilas y leo.
     ¿Servirá para algo alejarnos de lo que nos duele? Seguro que tú con más años y más vida y más muerte conoces mejor la respuesta a esa pregunta. ¿Recuerdas algún momento de intenso vacío en la vida?: una tarde caminando camino a la oficina, una noche de borrachera lúcida, un día en el que estábamos dormidos y te nos quedaste mirando. ¿Quisiste alejarte entonces? ¿lo hiciste?
     Una vieja de terrible voz aguda grita por la ventana y me desconcierta. Dejo de escribirte por ahora pero seguiré haciéndolo, compañero del alma, compañero.
     Así van saliendo las palabras, como con descuido. Desde la última vez que cogí la pluma han pasado muchas cosas, por ejemplo: he mirado el cielo tumbado en una toalla sobre la arena de la playa de la Concha en Suances; mientras miraba el cielo sonaba el mar. Y hacía viento.
     Todo luego ha transcurrido un poco lánguido como si me hubiera dejado caer de un guindo y un sonoro batacazo hubiera despertado a mi soñar en los suelos. Entonces he sentido el pensamiento, ese gusano roedor que en ocasiones daña al roer. Porque pensamos y nuestros pensamientos pasan sin apenas haber sido disfrutados u odiados; en ocasiones se enredan en sí mismos y tejen impacientes laberintos que respiran solos, como si estuvieran vivos, independientes de nosotros, parásitos nuestros que merodean, acechan, envilecen, engañan, lloran para después dormir tras haber cumplido la misión de haber dejado a un ser humano vacío de fuerzas, sin nada que decir, muy cansado, muy ausente. ¡Ay, pensamientos tejedores, enemigos de la felicidad!
     Aún así todo está bien, padre. El universo continúa su expansión, el mundo gira y se traslada y nosotros con ellos -sin apenas darnos cuenta de que el tiempo es el tesorero de cada uno de nuestros días- vagamos por los grandes espacios, por los infinitos espacios que una supuesta mezcla casual de materiales hizo que inventáramos y descubriéramos.
     Todo parece poco a veces. De repente llega un día en el que piensas si lo sueños, aquellas ideas sobre la vida un tanto positivas en exceso, parece, ahora... si los sueños, decía, no pueden dejar más que paso a una supuesta realidad más bien opaca. Mi amiga Pilar Torriente, a la que conociste en el estreno de mi obra, me dijo en cierta ocasión una frase que se me ha quedado en el alma (porque yo tengo el concepto de un algo al que se le podría llamar así): "La vida es una inmensa gama de grises". La vida, entonces, es inmensa, es cierto, pero su inmensidad tiene el límite infinito del gris; curiosa paradoja que siendo infinita la vida sólo pueda tener una infinitud gris. Y no se entienda (o no lo quiera decir yo) que lo gris sea sinónimo de mediocridad, simpleza o monotonía. Sólo que se trata de una sola gama en la mayor inmensidad de un arcoiris.
     Soñar pertenece al mundo de los colores y si soñar es vivir, vivir ya no puede ser tan sólo gris.
                           
                        Por la tarde. 28 de Mayo de 1992
     La tarde está nublada y verde; hace hoy ese cielo norteño repleto de nubes y de luz que tanto agradecen mis ojos y mis recuerdos. Porque bajo cielos semejantes he sido dichoso y así está el cielo de Luanco bajo el que fumé un cigarrillo, el primero, junto a Antonio en lo alto de la falda mullida de una pequeña colina frente al mar; o bajo el cielo de Cudillero con su rada curva, los barcos pescadores, blancos, azules y rojos, la mujer de la taberna del puerto (la última a la derecha mirando al mar) que siempre me pareció que debía de ser una maravillosa madre y ese ser laberíntico del pueblo y su cementerio y su leyenda. Fue en Cudillero cuando por primera vez estuve solo junto al mar. O los cielos de Ortiguera bajo los que forjé una hermosa amistad (adjetivo gratuito ya que toda amistad es de por sí hermosa) con Iñaki, mi amigo excesivo, mi amigo-hermano pequeño con el que reí y disfruté la sensación de estar muy vivo, muy libre, muy querido.
     Hermosos cielos los del Cantábrico y este silencio que aquí se respira y este verde que tanto agradecen la mente y los ojos; hermosos cielos bajo los que apetece vivir más despacio, sin arañar a las horas hasta sus más pequeñas migajas de segundo; hermosos cielos, hermosa paz.
     La vida pasa y yo me quedo contemplándola, sin ningún deseo como dicen los budistas que debe ser la buena vida; pasa y la veo pasar como veo a la ola tan cerca para luego no estar. Cantan los pájaros la primavera, el mar no muy lejos apenas llega a la arena y los acantilados toman los vientos, descansan, tras los últimos azotes del mar.
                                             Ya muy de noche
     ¿Por qué te escribo a ti lo que estoy escribiendo? Pienso si será porque Angel, mi médico, me explica que la enfermedad se encuentra en la biografía de cada uno. Y buena manera de curarse será, eso ya lo creo yo, sincerándose con uno mismo, desde el principio. Y tú te encuentras en el principio de mí al igual que yo estoy en el principio tuyo.
     Mucha enfermedad pervive en el trecho de vida que vivimos juntos, mucho desconsuelo y mucho desamor. Los recuerdos de mi infancia son recuerdos tristes y violentos. Todo se enmarca en una gran oscuridad, tétrico el día al levantarme sabiendo que tenía que ir al colegio y tétrico su final sin saber qué sería de todos esa noche. Y sin embargo, a pesar de todo, a pesar de lo mucho que te he odiado y despreciado, siempre he sentido por ti un hondo amor porque siempre he sabido que eras un hombre bueno y tierno y sencillo. Mundo el nuestro lleno de contradicciones y de ausencias. Menos mal que a lo largo de ese inmenso túnel hubo siempre una luz, un faro, un hada nacida en La Mancha cuyo nombre es Julia y que ya es anciana; Julia ha salvado mi vida de la muerte con su amor desinteresado, con su entrega, con sus manos; sé que sin ella yo no sería valiente ni pensaría siquiera en el futuro, ni creería en el amor como en ocasiones creo; Julia es una boya, un salvavidas, la personificación de la idea de la caridad (bien entendida) ¡Qué hubiera sido de mi infancia sin sus bocadillos con tomate; qué hubiera sido de mis noches si no hubiera colocado el embozo bajo mi barbilla tras haberme besado en la frente y haberme acariciado con sus pequeños ojos dulces!, ¡Ay, la infancia, única cárcel de la que no se puede escapar!
     Me voy a dormir, padre. No te entristezca lo que te cuento ni lo que te cuente. Es bueno ser sincero. Es bueno quererse.
                                             
   29-Mayo-1992
                                              Por la mañana.
     Me levanto y releo. ¡Tengo tantas cosas que contarte!
     ¿Tendré que llegar a mayores honduras?, ¿deberé expresar con rotundidad pensamientos que fluyen a lo largo de mi vida y que en alguna ocasión he deseado que oyeras? O deberé callar, dejar que todo transcurra en la sombra del silencio. ¿Podrá alterar en algo nuestra curiosa relación? Porque curiosa es la relación familiar; en ella se juntan la obligación y el deseo; en ella nace y desarrolla la historia de los seres humanos; en ella el silencio es norma fundamental de convivencia.
     ¿Cómo me sientes tú a mí?, ¿En el fondo de tu corazón qué somos entre nosotros?, ¿existe un vínculo real, no impuesto?
     Si fuera al fondo de mi corazón y te abriera sus puertas a ti para que lo vieras, creo que se te llenaría, a un tiempo, la vida de gozo y de tristeza; si leyeras en él la carne te herviría y darías saltos de alegría. Y todo simultáneo y todo en un segundo. Y a mí, si la acción fuera a la inversa, me ocurriría lo mismo.
     ¡Parece mentira que alguna vez estuviéramos desnudos y no sintiéramos pudor por nuestra desnudez!
     Transcurre esta mañana de Mayo; el cielo semi-cubierto de nubes, serena la mar, la música de Händel, el sonido de unas carreras infantiles. Tengo la cabeza y la cara bañadas en arcilla; estoy verde y me encuentro gracioso. Dentro de poco os llamaré a ver qué tal andáis. ¿Sigues con tus solitarios?, ¿Recuerdas aquella canción?:
                   Sole, Sole, Sole, Sole
                  Cuánto me gusta tu nombre
                          Soledad;
                   Sole, Sole, Sole, Sole
                      también me gustan
                      todos los demás.
     Desayunábamos tostadas con mantequilla. Era domingo en la mañana... fuera sopla el viento de Abril.
 
3 de Junio de 1992
                                              Por la mañana.
     Nada.
                                               Por la noche.
     Existe algo que quiero explicarte. Para que nos entendamos. Existe la fuerza de vivir, el coraje ante la adversidad, el empuje, los riñones, los huevos como tú dices. Y son elementos buenos para vivir pero no son los únicos. Ni son siempre ellos a los que tenemos que recurrir.
     Hay momentos en la vida en los que hay que detenerse y mirarlos como se mira un cuadro, como se mira, deteniéndose, un camino desconocido en la oscuridad, con la intención, secreta en ocasiones, de adivinar allá entre las sombras un resquicio de claridad, una esperanza. Momentos en la vida de desconcierto que pueden ayudarnos, más tarde, una vez ya en la calma, a ser más fuertes, más decididos, más estables.
     Imagínate un mundo sin paciencia, sin meditación, sin hondura; imagina correr siempre hacia delante, sin detenerse a observar la tristeza o una lágrima que cae por tu mejilla una tarde sin que sepas muy bien por qué pero a la que sientes sin embargo muy tuya, casi antigua. Es entonces llegado el tiempo de detenerse, serenarse frente al mar, frente a espacios abiertos y limpios; es hora de mirarse desnudo, cara a cara, en soledad, sin fuerza, sin coraje, sin huevos sino con sosiego, calma, alma. Porque ya no son obstáculos los que te detienen sino tú mismo, una suerte de vacío, un poco de vértigo.
     ¿Qué es entonces lo que ahora intento? Quiero sincerarme con la historia de mis días, admitir mis errores, saber de los errores de los otros; quiero colocar mis ilusiones en un lugar adecuado de tal modo que el desánimo apenas si las roce; quiero vivir sin saber del mañana, sin heridas de ayer. Y reconocer mientras disfruto de la lluvia, del aroma del mar, de un sonido lejano de trueno, de un eco de gaviota, de un algo de hadas, que en ocasiones seré amable, dichoso y entrañable y que en otras destilaré egoísmo, tristeza y distancia; y reconocer la vida sin más, sin esperanzas, sino como es, tan puta y tan callada como una vieja zorra que se las supiera todas; y reconocer el momento justo en que la Rueda de la Fortuna me invita a pasar unas noches con ella.
     Sé que me entiendes ahora. No son cojones lo que necesito sino descubrir en lo más profundo (o superficial porque ardua cuestión es descubrir primero el lugar donde se encuentra lo que busco) la razón de la caída de una forma que tenía de concebir el mundo.
     Y lo conseguiré, ¡vive el cielo que lo conseguiré! Y tú lo verás porque tienes ojos detrás de los ojos. Quizá sea por esto por lo que te cuento a ti todas estas cosas. Porque siempre tuve ganas pero nos faltaba tiempo de lucidez y de sosiego.
 
             Un abrazo muy fuerte. Yo también estoy contigo.
 

Memorias

Tags : Sobre la verdad Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/11/2021 a las 13:56 | Comentarios {0}








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