Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
"Una mano encendiendo un cigarrillo es la explicación de todo; un pie bajando del tren es el fundamento de toda experiencia [...] pero dos pasos discretos de un anciano parecen las palabras mismas del infierno. O al revés". (Clinical findings in three cases of zombification. R. Littlewood & C. Douyon).
Cosas así.
Pasan volando -como aromas- los Arquetipos, el Unus Mundus, el Anima Mundi, las nociones materialistas y mecanicistas, el descubrimiento del paseo, el rechazo a la Ilustración, su veneración al mismo tiempo. Como aromas. Como chocolate caliente tras un día de niebla y humedad. Dan ganas de lanzarse al mundo de la astrología, entrar en los arcanos de su geometría, volver a la Armonía de las Esferas y recrearse (o alimentarse) con los sonidos del Cosmos en Platón (o en Pitágoras) ¿y el descanso? ¿y la calma? Quisiera tener conmigo el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa y cogidos de su mano atravesar algunos de los páramos más hermosos de la contemplación humana: las heridas siguen abiertas y el mundo es un lugar inhóspito. Es cierto que puedes pasear por un bosque y ver de reojo a un duende muy pequeño; es cierto que si miras el cielo en una noche estrellada algo pasa más allá del fuego; es cierto que el silencio llama e ilumina. Es cierto. Y sin embargo a veces, desearía en mí una epifanía, un descubrimiento numinoso y para siempre.
Quisiera -por decirlo en términos religiosos- creer, por ejemplo, en Jung. Me parece tan hermoso su discurso. Tan arriesgado; quiero no creer en Krishnamurti (sobre todos no quisiera creer en él a quien tanto amo; no querría saber su negativa a ser alguien; no querría saber su mirada de pájaro y nido; no querría tener sus manos ajustando una válvula al motor de su Mercedes sin ser él, sin haberlo conocido, sin saberlo indio e hijo filosófico de madame Blavatsky y su Sociedad Teosófica, como cuando le vi por primera vez y con tan sólo un gesto y dos frases suyas logró liberar de mí un dolor grande); quiero, en ocasiones, creer. Debe de haber un sentimiento muy pleno en la creencia. Y, sin embargo, no creo. Quizá por el día de hoy. Quizá por la semana. Quizá por la vida entera. Me faltan conexiones neuronales. No encuentro el camino de salida. Me siento un Minotauro encerrado en un laberinto (ni siquiera en el suyo) mientras hombres sagaces arguyen nuevas teorías sobre la imbricación del Mundo y los asuntos humanos, la obligada comunión con fuerzas estelares, la asunción extraña de que la única forma de entendimiento es el dejarse ser, que todo lo demás es interpretación (o llámese quimera o fe o ciencia o sueño o astrología) ¿Y hoy?

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/06/2010 a las 21:02 | Comentarios {0}


They depend on each other and the world depended on them


Band of brothers
Michael Kamen con su banda sonora nos introduce en la presentación de este mini-serie de 10 capítulos producida por Steven Spielberg y Tom Hanks.
Desde el momento en que empieza la serie hasta pasadas diez horas asistimos a las vidas de los hombres de la Compañía E(asey) 506 del 111 Batallón Aerotransportado del ejército de los Estados Unidos de América, el cual la madrugada del 6 de junio de 1944 se lanzó en paracaídas sobre las líneas enemigas en Normandie. El día D.
Los bueno de las series de TV en oposición a las películas es que en las series prima más el desarrollo del personaje (tienes más tiempo) y sobre todo permite que la moraleja final de casi toda película (eso que tan pomposamente se llama arco del personaje) no se tenga que dar en los personajes de serie; de hecho los personajes de la televisión no hacen sino repetir en cada episodio los mismos errores (o aciertos). Una de las más curiosas paradojas de Woody Allen es que siendo un director de cine ha creado para la posteridad un personaje de serie de TV (él mismo con sus repetidas neurosis). Cuando vas a ver una película de Allen en la que trabaja él, en realidad vas a ver a ese personaje que desde Bananas si no antes viene haciendo lo mismo, cometiendo los mismos errores.
Cada capítulo de Band of Brothers tiene como protagonistas a uno de los soldados u oficiales de la Easy y una de las misiones que hubieron de realizar a lo largo de casi un año. Más de la mitad de los hombres de la Easy murieron en combate. La vida que llevaron, los dramas a los que asistieron, las muertes que lloraron, las conquistas que consiguieron, el descubrimiento de los campos de concentración, el saqueo de El Nido de las Águilas donde Hitler descansaba de su venganza contra la Humanidad y Goering ocultaba las obras de arte robadas, todos esos momentos los vamos viviendo desde la mente de estos hombres que en la vida civil eran ferroviarios, vendedores de periódicos, albañiles, ejecutivos, taxistas o comerciantes.
Antes de comenzar la acción propiamente dicha, escuchamos a los protagonistas reales de aquella Compañía E, ya muy viejos y tan duros, tan duros que ninguno puede evitar llorar por los que se quedaron allí. Uno de ellos, el mayor Winters, cierra la serie con una pregunta que un día le hizo su nieto, ¿Abuelo, tú fuiste un héroe? y el anciano Winters, con los ojos llenos de lágrimas, le responde, Yo no pero estuve en una Compañía de héroes.
Muy bien realizada. Muy bien contada. Con una preciosa banda sonora y unas interpretaciones justas, me ha hecho pasar una semana llena de infancia cuando los sábados por la tarde ponían una película de guerra y yo me sumergía en aquellos hombres que luchaban a brazo partido, uno junto al otro, donde se forjaban amistades que llegaban hasta el sacrificio de la propia vida. La guerra debe de ser lo único bueno que procura: la amistad en mitad del odio. La amistad con mayúsculas.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/05/2010 a las 20:54 | Comentarios {0}


Esa mirada está en su lugar. El tiempo que trascurre. La meditación. Las ausencias. Todo conforma ese orden que no es preciso, no está ahí, frente a ti para que lo disfrutes y te regocijes.
El orden es difuso. Hay que fijarse en él. Quintidimensional. Llámese orden. Quiero llamarlo orden. Hay que ser cauto y al mismo tiempo (o en una de las otras cuatro dimensiones) audaz.
La quinta dimensión es la percepción. La percepción está fuera del espacio/tiempo. Tiene sus propias reglas y sus propias geografías. Tiene algo de cuántica (en cuanto movilidad difícilmente observable sin alterar lo observado).
Ese orden -para ser visto- exige una gran concentración y una bondad fortísima y una verdad a prueba de espejismos deliciosos. El orden impera si se respetan sus ambigüedades, si el alma se vuelve movediza y pierde su firmeza.
La verdad (cualidad necesaria para entrever el orden) es ligera y flexible como el junco.
Un hombre de sólidos principios es un hombre inevitablemente hipócrita.
La orden es buscar el orden para que se diluya.
Lo que se aprehende se diluye. Su máxima existencia es que deja de existir como no existe lo volitivo en la circulación de la sangre.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/05/2010 a las 23:03 | Comentarios {0}


Puestos a prohibir
Tres son las prohibiciones que ahora me vienen a la cabeza de este gobierno social-demócrata que me alejan de él: la prohibición de fumar en lugares públicos, la prohibición (que quieren aprobar) de que los bollos y otras chucherías contengan regalos y una última que he leído hoy que consiste en prohibir los anuncios de contacto sexual en los periódicos.
Creen que prohibiendo lograrán impedir lo que para ellos son lacras sociales. La sensación que me producen estas prohibiciones es que están dirigidas no a quien promueve la inmoralidad (no digo yo que sea inmoral, lo dice este gobierno tan moralista) sino a quien por costumbre utiliza unas cosas u otras.
Sólo a beneficio de inventario pienso: una de las dos armas más poderosas de consumo consiste en crear una analogía entre el producto a vender (un coche, por ejemplo) y una mujer joven. Si te compras el coche, te viene a decir el anuncio, follas con ésa (no me atrevo a escribir "te la follas" aunque sea ése el verdadero mensaje: con ese pedazo de coche, machote, te follas a quien sea). El sexo sigue siendo un tabú tan intenso, tan extendido; el sexo contiene un deseo tan latente y evidente de tantas frustraciones humanas que me resulta difícil entender cómo a nadie se le puede ocurrir que por decreto una forma de encuentro sexual se erradique.
¿Por qué el comercio sexual es tan depravado? Aventuro una respuesta: porque no está plenamente regulado, legalizado y valorado como un trabajo bueno para la salud de una comunidad. Una comunidad que no folla o folla poco o folla mal es una comunidad con mala follá, que se dice. Una manera de evitar el abuso sería que la propia sociedad fuera superando sus prejuicios en vez de crear unos nuevos. Una sociedad donde mujeres y hombres entendieran la sexualidad como un lugar hermoso, peligroso, excitante, delicado, callado o estridente; una sociedad en la que el encuentro sexual fuera tan natural que pudiera realizarse a la vista de todos (si así se quiere), donde los ardores fueran celebrados con largos encuentros ecuménicos en amplias avenidas; una sociedad desinhibida tendría un efecto curioso: no necesitaría (tanto) los anuncios de contactos... ¡Prohíbalos usted, señora ministra, y asistirá a un aumento de la depravación!
Ocurre lo mismo con los regalos en las chucherías: ¿qué motiva la obesidad en los niños, su mala alimentación? Desde luego no la chuchería. La chuchería es un efecto. Es olvidarnos de que el ser humano es cómodo, indolente y codicioso. Pero sobre todo cómodo. Una sociedad mecanizada, que evita el esfuerzo físico. Una sociedad de horarios imposibles y normas de conducta robóticas ¿cómo no va a poder disfrutar de la levísima recompensa de un avioncito dentro de un huevo Kinder? ¿Y quién puede obligar a nadie a cansarse, a sentir hambre si no se educa su cuerpo ( sólo se educa una parte de él: la cabeza, que por cierto sólo es su octava parte y es la que menos movimiento muscular tiene)?
Y en cuanto al fumar: ¿cuánto de interés crematístico tiene este afán por defender a nuestros pulmones del humo del tabaco? Porque si realmente el interés fuera honesto entonces la extensión de la protección contra humos habría de ser inmensa. Unos ejemplos: ¿cuánto humo de tubos de escape inhala un niño en su cochecito durante el trayecto que le lleva desde su casa hasta el parque? ¿A cuántos cigarrillos corresponde esa inhalación? ¿Cuánto agrede la nube de smog que tantas veces se coloca sobre nuestros cuerpos en los largos y fríos días de los inviernos con sus calefacciones encendidas a todo meter? ¿Y el humo de las refinerías? ¿Y el humo de las papeleras? ¿Y el humo de los vertederos? ¿Y los gases de los aires acondicionados y su calor -que es una forma de humo sobre todo en verano- que expulsan a las calles?
Tengo la impresión de que siempre que se prohibió, se jodió y no desapareció lo prohibido.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/05/2010 a las 13:12 | Comentarios {0}


Hay términos móviles como las aguas de un pantano. La decencia es uno de ellos. La decencia tiene algo de moral rancia, de cosa estrecha, de asunto modesto. Tiene además claras referencias sexuales y nada hay más antipático que la moral estrecha sobre la sexualidad.

María Moliner, atinada y tenaz, nos lo define de la forma siguiente: Decente: (Lat. decens, -entis, de "decere", convenir; v.: "decoro, decorar; adecentar, condecente, condecorar; indecente". Aplicado a las personas y a sus acciones y sus cosas.) 1. *Honrado o *digno: incapaz de acciones delictivas o inmorales. Comporta frecuentemente (pero no en la expresión "persona decente") la idea de modestia de posición social: "Es una muchacha decente que se gana la vida con su trabajo". 2.- *Honesto, o *moral desde el punto de vista sexual: "Ese escote no es decente. Un espectáculo decente". (Aplicado a mujeres). "Honrada". Irreprochable desde el punto de vista de la moral sexual. 3.- (aplicado a cosas). "Decoroso". Sin pobreza o miseria, pero sin lujo: `Lleva un traje decente. Vive en una casa decente´. (aplicado a "jornal, sueldo", etc.). No demasiado pequeño; tal que permite vivir decentemente. (V. t. "*Digno"). 4.- (id.). "Aseado". "*Limpio y *ordenado: `Voy a poner decente este cuarto´.

Lo digo porque en principio iba a titular este ensayo -(siempre lo digo -o alguna vez lo digo- y no por falsa modestia sino por atenerme al sentido estricto que le doy a este término) ensayo como: composición literaria constituida por meditaciones del autor sobre un tema más o menos profundo, pero sin sistematización filosófica- Sobre la indecencia Y cuando he ido al término me he dado cuenta de que no era sobre él sobre el que quería hablar aunque es cierto que hoy en día prepondera el sentido de sin escrúpulos en el término indecente.

Entonces he descubierto desaprensión y María Moliner me ha mostrado su urdimbre: Falta de aprensión o de *escrúpulos. Falta de preocupación por obrar honrada o justamente. (V.: "Cinismo, Descaro, Despreocupación, Desvergüenza, Estómago, Falta de *escrúpulos, Frescura, *Indelicadeza, Inmoralidad. Bajo, Indelicado, Sucio. Tener [tener buen] Estómago. Cueva de ladrones, Puerto de arrebatacapas. *Aprovechado. *Granuja.)

Y he sentido que quizá la desaprensión se ajustaba más a eso que me hace soñar lo siguiente: Tengo unos doce años. Estoy en un campo de concentración. Me han rapado el pelo al cero. Estoy vestido con un jersey de pico gris, una camisa blanca, unos pantalones cortos y unos zapatos negros. Hay un hombre muy duro que se va a cercando al lugar donde me encuentro en la fila. El paisaje es gris. De un invierno muy frío. Yo tengo miedo. Tengo mucho miedo. Un miedo de espina dorsal, de frío en las vértebras. El hombre se acerca. Hace una pregunta. Mira a los ojos fijamente mientras espera la respuesta. Tras escucharla reflexiona y luego sigue. Ya está llegando a mí y escucho lejanamente la pregunta. Muy lejos. Quisiera que no me llegara nunca el momento de responderla. Me aterra que el hombre decida que estoy mintiendo. Ya ha llegado y me pregunta con una voz meliflua y sorprendente. Una voz con algo de arpía y algo de toro. Me pregunta: ¿Eres judío? Yo le miro y le respondo que no. No soy judío. El hombre reflexiona, aprieta las mandíbulas. Lanza un suspiro y dice: Bájate los pantalones. Enséñame el pito. Yo le respondo: No. No quiero. Él me golpea la cara. No muy fuerte. Vamos, dice, bájate los pantalones. Ahora mismo. A mí me inunda la rabia y me los bajo y me bajo los calzoncillos. El hombre me agarra el glande con su mano enguantada en cuero y empieza a apretarlo como si fuera un chicle mientras dice, Estás circuncidado. Estás circuncidado. Y yo, aguantando el dolor y la vergüenza le respondo, No, estoy operado de fimosis. Operado de fimosis. Lo digo gritando como si ese matiz pudiera entenderlo ese hombre desaprensivo, incapaz de sentir escrúpulo alguno; un hombre para el cual la delicadeza es una cuestión femenina, débil. Lo digo gritando para que no me mate, para convencerle más alto aunque sepa que es inútil. Ante el desaprensivo todo es inútil.

Sé que podría buscar palabras peores. Tan sólo porque yo quitaría de la enumeración de palabras que propone María Moliner para desaprensión la de Despreocupación.

El desaprensivo está preocupado por su acción. Es desaprensivo porque es consciente de sus actos.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/05/2010 a las 23:22 | Comentarios {0}


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