Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
El último sol cayó sobre la copa del olmo y la copa del olmo pareció un mar esmeralda, vertical, eso sí, y como cascada.
El aire olió a higuera y ese perfume que evoca el amarse y la frescura, trajo consigo la figura sedente del príncipe Sidharta justo antes de renacerse en Budha. Hubo en un rincón una sombra que luchaba por ser luz.
Al subir la cuesta, el perfil del último sol, en encarnizada batalla carnal con la cima de la montaña, expandía con entusiasmo y rubor unos rayos en todo semejantes al abrazo del hombre a la mujer y la cima de la montaña, robusta, ctónica, parecía rugir, en gemidos, el placer de ese abrazo en su cuerpo y gritar, en ráfagas de viento, la victoria de su cuerpo engullendo la luz.
Al bajar la cuesta una anciana aspiró su cansancio y se quedó quieta, con los ojos cerrados y las manos trémulas. No quiso abandonarse. Y no lo hizo. Resuelta se cruzó con un chico y le sonrió de veras.
Luego fue el camino por la alameda, toda sombra ya y sin embargo aún inquieta por el flujo de los vientos (¿Céfiro y Aliso?) que jugaban a encontrarse en revueltas y entradas de garajes. La suave orografía de los montes a lo lejos describió todavía que era el día y entonces, al principio superficial, como veladura blanca en el azul, surgió la luna, misteriosa y redonda, cercana en su forma a la areola, lejana en su fondo a los hombres.
Todo era maravilla: los montes mostraron radiantes sus últimos tonos; las casas sonrieron sagaces a sus habitantes; la tierra calmó la ardiente tendencia al fuego de la piedra; y los pájaros, los pájaros salieron de caza en bandadas con trinos.
Era septiembre. 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/09/2013 a las 10:47 | Comentarios {0}


Sicigia (συζυγία)


Aquel hombre tenía la jodida costumbre de leer. Aquel hombre, digo, tenía esa jodida costumbre y le ocurría como al bueno de Quijote (curioso cuando se le quita el Don a Quijote) que lo leído se le subía a la cabeza y creía ser todo lo que leía. Si por ejemplo leía (de Schopenhauer en este caso, que a mí también me gusta, no voy a decir que no, pero en su medida y en su propia calamidad) [...] El espíritu es libre por naturaleza, no un esclavo. Sólo sale bien lo que hace por sí mismo y de grado. Por el contrario, el esfuerzo obligado de una mente empleada en estudios para los que no está capacitada, o cuando sufre cansancio, o, en general, todo esfuerzo ininterrumpido e invita Minerva (a pesar de Minerva), embota el cerebro igual que la lectura a la luz de la luna estropea los ojos. Particularmente, este embotamiento lo produce también el esfuerzo del cerebro todavía inmaduro en los primeros años de la infancia. Creo que el aprendizaje de la gramática latina y griega desde los seis hasta los doce años es la razón del embotamiento posterior de la mayoría de los eruditos. Ciertamente, el espíritu necesita de alimento, de material exterior. Pero, exactamente igual que sucede que no todo lo que comemos lo asimila pronto el organismo, sino sólo en la medida en que se digiere, y sólo asimila realmente una pequeña parte, mientras que lo restante se expulsa de nuevo, y, por eso, comer más de lo que se puede asimilar es inútil y hasta perjudicial, sucede que lo que leemos sólo en la medida en que suministra material al pensamiento aumenta nuestra comprensión y nuestro verdadero saber. Por eso dijo ya Heráclito Πολυμαθία νόον ού διδάσκει (multiscitia non dat intellectum: el saber mucho no forma inteligencia). Pero yo creo que la erudición puede compararse a una pesada armadura que, ciertamente, hace totalmente invencible al hombre robusto, pero que para el hombre débil es una carga bajo la cual se derrumba. (Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación. Segunda parte. La doctrina de la representación abstracta, o del pensamiento. Cap. 5º. Del intelecto desprovisto de razón).
Decía antes de la extensa cita que si aquel hombre leía esto, él se sentía de inmediato el hombre débil incapaz de soportar la férrea y pesada armadura del conocimiento y mientras cagaba se maldecía por haber leído tanto y tan a deshoras pero luego, evacuadas las dos mierdas, se olvidaba y no podía evitar volver a los libros como si éstos tuvieran una cualidad mágica, un aire de otros tiempos y otros mundos y otros seres que él (aquel hombre, digo) era incapaz de tratar de primera mano. Y así, después de sentirse humillado por el atiborramiento intelectual que en nada le había ayudado a ser mejor (o más listo), volvía (temeroso, sí, pero volvía) a tomar un libro de tapas azul claro (que tanto había atraído su atención en una librería preciosa y justa en su medida de las cosas) y al leer acerca del arquetipo: el concepto de ánima (en este caso se trataba de Jung, el volumen 9/1 de sus obras completas, titulado Los arquetipos y lo inconsciente colectivo): [...] La imagen del ánima, que prestó a la madre brillo  sobrehumano a los ojos del hijo, se va desgastando poco a poco por la banalidad de lo cotidiano, yendo a parar así a lo inconsciente, sin perder por ello su tensión ni su plenitud instintiva originarias. Desde ese momento está, por así decir, dispuesta a dar el salto y se proyecta a la primera ocasión, a saber, cuando un ser del sexo femenino hace una impresión que rompe la barrera de lo cotidiano. Entonces sucede lo que Goethe vivió con la señora von Stein y lo que se repitió en la figura de Mignon y Margarita. En este último caso es notorio que Goethe nos confió también toda la "metafísica" inherente al caso. En las experiencias de la vida amorosa del hombre se manifiesta la psicología de ese arquetipo en forma de fascinación, sobrevaloración y ofuscación ilimitadas, o en forma de misoginia con todos sus grados y modalidades, que no son en modo alguno explicables  por la naturaleza de los respectivos "objetos" sino sólo por la transferencia del complejo materno. Pero éste se forma en primer lugar por la asimilación de la madre a la preexistente parte femenina del arquetipo de una pareja de opuestos (sicigia) "hombre-mujer", asimilación que en sí es normal y existe en todas partes, y luego por una demora anormal en separar de la madre la imagen primigenia. En el fondo, los hombres no soportan la pérdida total del arquetipo. De ello surge, en efecto, un inmenso "malestar de la cultura": ya no nos sentimos a gusto en ella porque nos faltan el "padre" y la "madre". Todo el mundo sabe que la religión ha tomado siempre sus precauciones a este respecto. Pero desgraciadamente hay muchísimos que siempre plantean irreflexivamente la cuestión de la verdad, cuando se trata de una cuestión de necesidades psicológicas. Explicar "racionalmente" el camino no sirve de nada. Decía antes de transcribir tan extensa cita, que aquel hombre al leer textos como éste o semejantes a éste, se preguntaba cómo era posible que él estuviera libre por el mundo y no encerrado en una casa de locos, tratado con todo tipo de terapias, anulada su capacidad de lectura porque, claramente, él tenía esos síntomas y era ni más menos que un neurótico o más un paranoico o algún otro término psiquiátrico que mantenía su alma en vilo hasta que, ¿producto del azar?, caía en sus manos La sabiduría de la inseguridad de Allan Watts y entonces su ser se confortaba con sus inseguridades y podía mirar al mundo sintiéndose tan normal como la más normal de las personas porque hasta ese término "normal" no era sino una medida puramente arbitraria de las cosas... y así ad infinitum.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/09/2013 a las 10:15 | Comentarios {0}


Estuve viendo ayer un rato un programa de televisión llamado Ciudadanos presentado por Julia Otero (me gusta Julia Otero. Tiene una naturalidad a la hora de hablar digna de las grandes locutoras y un sarcasmo que ayuda mucho a entender lo que ella quiere comunicar). El programa quería exponer la idea de que de ahora en adelante cada uno tiene que sacarse las castañas del fuego y para ello reunió a una serie de invitados entre los cuales destacaron, en mi pobre visión de las cosas, dos. El primero era un animador profesional (ahora los llaman coach) holandés y el segundo un emprendedor (antes llamados empresarios). Ambos intentaban insuflar al respetable la idea de que tenían que cambiar de forma radical su forma de ver el mundo para poder afrontar la realidad que se les había venido encima. Para mí aquella idea me resultó tan peregrina que no pude por menos que entristecerme. Porque, pensaba mientras escuchaba, hay una cosa que se llama el sentido común que nos indica que la primera fuerza a la que se resiste el ser humano es al cambio y también, pensaba mientras escuchaba, cambiar de forma radical la forma de ver el mundo implica ni más ni menos que variar la representación que del mundo nos hacemos la cual está anclada en las sinapsis neuronales que se han ido construyendo a lo largo de nuestra estadía en este mundo y que se forjaron principalmente en la infancia. Esas sinapsis neuronales se llama mente y su cualidad la mentalidad.
De entre los invitados profesionales de cómo se deben hacer las cosas destacaron esos dos y de entre el público que quería entender cómo se deben hacer las cosas también destacaron dos: una mujer con dos hijos, sin estudios, a punto del desahucio, llamada Inma y un hombre iracundo, conductor de ambulancias, en paro desde hacía unos días e indignado con el mundo. Ambos escuchaban a los profesionales de cómo se deben hacer las cosas con una mezcla entre estupefacción y misericordia (sí, sí misericordia). Hubo un momento en el que el animador profesional (coach) largó unas cuantas frases optimistas (buenistas) del tipo: Cuando te levantes por la mañana, da gracias porque estás vivo. Y eso ya es un regalo maravilloso. O, Nadie da trabajo a una persona enfadada, así es que no te enfades. Entonces Inma, la mujer sin trabajo, con dos hijos pequeños, sola y a punto del desahucio no pudo más y le dijo, con toda la amabilidad del mundo, No, si eso del optimismo está muy bien, de verdad, y lo de no enfadarse pero hágalo cuando vea a sus hijos sin poder desayunar y con el miedo en el cuerpo cuando llaman al timbre de la puerta y sin nadie que responda a tus peticiones de trabajo. Sea optimista entonces. El emprendedor (empresario) quiso echarle un capote al animador profesional holandés y dijo, más o menos, Es que hay que cambiar la actitud, dejar de quejarse y empezar a hacer cosas. El conductor profesional de ambulancias en paro, rojo de ira, gritó, Pero qué hostias cambiar de actitud y hacer cosas, yo lo que quiero es mi volante, mi ambulancia, trabajar para una empresa y que me paguen. Dicho lo cual el respetable que asistía al coloquio prorrumpió en un largo aplauso.
Yo creo, modestamente, que no se le puede pedir a un ciudadano que ha sido educado (por lo tanto al que se le han conectado determinadas sinapsis neuronales) en la máxima de: Yo te preparo para que tú me sirvas (normalmente a bajo precio) durante un tiempo y luego te mueres a que, de la noche a la mañana (y no por un proceso íntimo, de anhelo personal sino por una decisión de los especuladores de la esperanza) cambien su forma de ver el mundo. Esa no es una solución para todos (lo será para quienes tenga la mentalidad de que cambiar es posible y bueno). Esa solución, de hecho, creo que es un obstáculo más para quien lleva años en el paro y además de la angustia propia de ese estado, se le incrusta ahora en la cabeza la culpa por no saber cambiar su forma de ver el mundo.
Cuidado con las buenas intenciones, pensé cuando la excelente profesional Julia Otero se despidió de los televidentes.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/09/2013 a las 11:02 | Comentarios {2}


A Liana


House by the railway
House by the railway
¿Es el pelo? ¿El broche que las plantas ofrecen del mundo? Sus manos, entonces, se mueven ligeras como el viento de primeros de septiembre mientras mi voz, huracán de finales de agosto, esgrime razones que no caben en el corazón.  La razón y el corazón. No se ha hecho aún la noche y sin embargo, en el recodo de una vena, en el atisbo de una forma (que ya es silueta; más: sombra; más: sombra en la penumbra; más: silueta de sombra en la penumbra) parece querer existir fuego de invierno, frío de verano o, por exagerar la contradicción, un ansia brutal de abrazo y la calma de la tarde en un cigarro.
Cuando su ausencia, la savia de las plantas.
Cuando su vuelta, el vino desde el amor a la vida de Kayyam.
El pie y la berenjena.
El brillo verde en el ocaso y el rugir, tímido, de un trueno que vino de la sierra y se quedó a la entrada de la capital.
No pueden las noticias venidas del otro lado del mundo más que hacernos sonreír. Y sentimos, en la brisa, que el mal se ha alejado y entre nosotros surge una mano que toma la otra mano; un pie que se posa en el muslo (delgado el muslo, listo para acoger, en su delgadez, la delicadeza de su pie) y el pantalón que se ajusta a ella como la segunda piel de la manzana.
Porque el perro juega, nos reímos. Porque la noche llega, nos advertimos. Porque el vendaval pasa, nos acogemos y así, en esa quietud de las tormentas que no llegaron a descargar, nos hablamos con la verdad de que somos capaces los seres humanos. Y nos miramos a los ojos. Y nos sonreímos en las bocas y vamos hurgando, con el cuidado de los recién nacidos, en lo que creemos que fue, en lo que creemos que marcó este presente, siempre rodeando la sima y la cima (al mismo tiempo).
No recuerdo ahora cuándo ni por qué abandonamos la terraza. Sé un vaivén anormal del olmo (no había viento y la luz de una aeronave se perdía por el noroeste). Sé un atisbo de congoja y pensar, No pienses. Sé las campanas de una iglesia cercana. Sé su pelo recogido como hace tantos años las niñas de los colegios de monjas. Sé el olor de lo antiguo. Sé el viaje que tuvimos.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/09/2013 a las 20:39 | Comentarios {2}


Tan lejos quedará (como hace un rato, mientras paseaba al perro, no he sabido hasta llegar a la esquina de los escalones que hoy se llama jueves). En esa expansión. Eso irse de sí mismo. Eso que es tan inmenso. Tan desconsolado.
Mírate las uñas o Las Meninas. Mira la tarde. Mírala porque pronto (el tiempo también es una dimensión estúpida), porque pronto...
¿Y esas olas?
¿Y ese puente que se abraza al aire?
¿Y esa danza?
Tengo en mí el costado izquierdo que me duele (como a Cristo debió de dolerle la lanzada del romano) y ese dolor tan íntimo, tan cercano al corazón, me inspira (y al inspirar me duele) la emoción de estar sintiendo esto que ya es nada, hacia la nada va, ya no está.
Quisiera, entonces, aludir a la espera y desenmascarar a los que prometieron la nada. La nada.
Y animarte a ti (y a mí si puedo). Animarte que es dar alma y el alma, como tan bellamente poetiza Szymborska, no se tiene todos los días.
Susurrar en este cómputo tan terne: Vive, vive, ahora. Todo no es más que el calor de un llamarada.
Así miro a mi hija dormida.
Así abracé ayer a la mujer que amo.
Así me desdigo de lo que no entiendo cómo ha pasado.
Inexorablemente la oscuridad ya llega.
¿Y las palabras?
¿Y el corzo?
¿Y la higuera?
Hacia la nada. Hacia la nada. Hacia la nada.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/09/2013 a las 11:11 | Comentarios {0}


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