Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
He visto el segundo. Se encontraba tras la segunda curva al pasar el puerto; era estable como una roca y fugaz como el suspiro. No he querido detenerme. No he querido asustarme. "Ver un segundo", he pensado. A lo mejor era un segundo convertido en partícula (si es que el segundo es onda). De inmediato lo he olvidado hasta que ha llegado el sueño y se me ha aparecido de nuevo, en la misma curva, en todo su esplendor. Nos hemos mirado y he pensado "¡Cuánto ilumina la luna llena!". El segundo se mantenía quieto y eso me ha producido una gran extrañeza porque los segundos deberían de correr como alma que llevara el diablo. A lo mejor era un segundo perdido que no sabía hacia donde ir. O quizá fuera un segundo suspendido (como cuando se besa y el tiempo se alarga o cuando la clase se hace densa como el Mar Muerto) en la mente de alguien que pasó en ese instante por allí. O quizá fuera el segundo que es excepción de la regla. Es decir un segundo quieto, estable, constante. Durante el tiempo que nos hemos estado haciendo compañía no ha aparecido un alma. Yo esperaba vislumbrar entre los matorrales a un trasgo o a un hada o a un sátiro o a una ninfa de la fuente cercana; esperaba, cómo decirlo, un suceso extraordinario: que se abriera la luna y me mostrara o que el cielo se hiciera de un color lechoso como el final de las manzanas o que los árboles largos en el tiempo susurraran enseñanzas; yo esperaba la aparición o una escalera que me subiera a la octava esfera. Cuando ya daba por hecho que la noche junto al segundo sería pura quietud y a lo lejos se vislumbraba (quizá fuera espejismo) la alborada, lentamente, poco a poco, el segundo se ha puesto a danzar al compás del viento sobre los árboles, las jaras y los matorrales; era una danza con aire judío y mi sorpresa ha ido en aumento cuando sin yo quererlo mis pies me han puesto a bailar en fila con el segundo y juntos, llevados por la música vegetal, hemos bailado más y más, al ritmo creciente de la música, la cual ha llegado hasta el cielo y las constelaciones se han puesto en corro, se han unido sus puntas y han girado, haciendo con su giro girar al cielo entero teniendo como centro el blanco lleno de la luna. Y hemos bailado. Y hemos bailado. Y más. Y más hasta que el segundo ha lanzado un gran grito llamado Ahhhh que me ha lanzado hasta mi cama y me ha dejado cubierto con el edredón, en una posición comodísima y con la certeza de haber bailado con el Alma del Mundo.
Chateau Noir de Cezanne
Chateau Noir de Cezanne

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/01/2011 a las 11:41 | Comentarios {2}


Como si pudiera hablar en tocario, holandés u occitano
O expresar mi dicha en polaco, yídis o sardo;
Como decir la espuma en ticinés y alma en friulano
o evocar la estepa en lombardo y quejarme en burgundio
y lanzar poemas por mi boca en checo y pronunciar casa en eslovaco
y si quisiera dolerme en guilaquí o sacudirme el nombre del sueño en milio
y aventar la amistad en ingusto mientras recorro el paisaje nombrando cada elemento en laco;
como si pudiera nombrar los números en vepsio
y llegar hasta la médula de mi amor en tulú;
y si pudiera, si pudiera evocar la llama en jantí
y la constelación de geminis en daguro
o escucharte en tera
la narración de un viaje por el país que habla en quefa;
si el hambre se redujera al escuchar los alimentos en masa
o vinieran los duchos en masongo a alardear de cebras;
si pudiera decir sapo en sapo
o merodear por el perfil de las vocales del vai-cono;
¿Cómo se dice esperanza en fangüé?
¿Cómo se reza en quepelés?
¿Cómo se describe el rostro de mi hija en ga?
¿Cómo se espera la muerte en susú?
En chimbunda elevaría cantos,
en diola amasaría el pan,
en toposo contaría la arena,
en malai regaría mi jardín,
en enga jugaría con las olas
y sólo en tiaraití me moriría por ti.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/01/2011 a las 13:42 | Comentarios {1}


Fotografías en color sepia. Son importantes. Alguien las quiere.

Primer plano de unos pies.

En el giro, en mitad de la madrugada, se colocan de frente La Luna, Las Estrellas, La Tierra, La Fecundación, La Vida, La Muerte, La Comida, La Defecación, La Respiración, La Sangre, La Naturaleza, Las Letras y Las Cifras.

Hay una clave: hay que romper las defensas (o no hay que fiarse de ellas).

Cuando se dice con nombres y apellidos las causas de las tragedias, queda en el aire un regusto de lucha, de enfrentarse, de levantar alardes, de lanzarse contra ellos.

Urdir el argumento sin caer en el tópico.

Seguir adelante.

No me dejaré seducir por los alambres de espinos y si los tanques me atacan por el flanco fiaré al bosque la defensa.

¡Ah, sí: el dictador Duvalier ha vuelto a Haití! Tras él una muchacha sonríe.

Imagina al soldado -reclutado como en las antiguas levas cuando los señores feudales mandaban a sus esbirros casa por casa, granja por granja, y se llevaban, a rastras si era preciso, a los varones en edad de morir- en la trinchera, en pleno invierno, cubierto de frío (el frío del miedo, el frío del ambiente, el frío de su pensamiento).

Lejos, en un búnker, con escuadra, cartabón y compás los jefes preven los movimientos de las tropas sobre un mapa.

El mapa no es el territorio.

¿Es necesario que una niña de doce años conozca la crueldad de su especie?

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/01/2011 a las 09:53 | Comentarios {0}


Xoan Cejudo
Xoan Cejudo
Hace muchos, muchos años, caminábamos muy borrachos Juan Cejudo y yo por las calles de Madrid. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. En un momento yo cogí la mano de Juan y se la besé y mientras lloraba, le daba las gracias por haber sido mi maestro. Juan, indignado, quitó la mano y exclamó, Nunca beses la mano de un hombre. No seas gilipollas. Venga, suénate esos mocos.
Juan Cejudo es un actor maravilloso y un pedagogo a la altura de Gianni Rodari. Nos conocimos gracias a mi primera mujer, Naya González, actriz y gran persona. Cuando nos fuimos a vivir juntos ella tenía veintiocho años y yo veintitrés. Al poco conocí a Juan -que era muy amigo de Naya- y junto a él y al director y titiritero Luis Carreño comencé a escribir mi primera obra de teatro larga. Se llamaba Me persigue un misil. Los protagonistas eran Naya y Juan. Aquello acabó como el rosario de la aurora pero Juan y yo continuamos con nuestra amistad. Al poco tiempo se me ocurrió mi primer programa de radio y conseguí gracias a Miguel Gato -y a Naya que era su amiga y fue quien me lo presentó- que en aquellos momentos era director de la recién inaugurada Onda Madrid, hacer el programa piloto.
La tarde anterior llamé a Juan por si me echaba una mano en los últimos retoques al guión. El programa se llama Sinalámbrico y consistía en dramatizar la historia de la radio en España desde el año 1924 hasta nuestros días. Para ello había pensado en contar con actores, efectos de sonido y música. Porque la idea era que el programa fuera una recreación, en directo, de todos aquellos años. Juan vino, lo leyó, me miró y me dijo: La idea es muy interesante pero la forma en que lo cuentas es un puto coñazo. Yo me quedé desolado y Juan, tras una pausa bien dramática, continuó: ¿Te apetece aprender a jugar? Y entonces me di cuenta de que yo no había jugado en mi vida y le respondí que sí, que cómo no iba a querer aprender. Juan y yo estuvimos hasta la siete de la mañana rehaciendo el guión y aquellas 12 horas fueron para mí la mayor lección que me han dado jamás y no tanto por lo que aprendí sino por la generosidad de quien me abrió ese mundo. Nada se quedó para sí. Todo me lo dio. Hicimos el programa piloto sin haber dormido (él y Naya trabajaron como actores) y un mes después empezamos a emitirlo por Onda Madrid. Llegamos hasta el año 1934.
No he vuelto a tener maestro más generoso, más hermoso, más maestro. Gracias, Juan (sin besarte la mano), te recuerdo siempre y te agradezco siempre tu sabiduría.

Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/01/2011 a las 13:27 | Comentarios {0}


Isaac Alexander me envía esta carta. Considera que yo sabré qué hacer con ella. Por respeto a su destinataria, he borrado su nombre y paso a publicarla. Espero, Isaac, haber acertado.


¡Oh, tú, que anduviste a mi vera durante aquellos años! ¡Oh, tú, que dejaste junto a mí un rosario de ilusiones y un cenotafio de penas! A ti te escribo, descamisado como gitano en día de bodas, para plantearte una dura querella si tienes a bien aceptarla. No te la diré de inmediato. Quizá ni tan siquiera la esboce, ni la escriba; quizás escoja un camino intermedio por donde se intuyan las reglas.
Crisálida. Transformada. Distinta. Devoradora de conocimientos. Ignorante. Sátrapa. Sosias. Sosa. Cáustica. Ácida. Mordaz. Desenvuelta.
Así, adjetivamente, puedo describirte porque tantos adjetivos convierten lo calificado en nada. Nada es lo que te diré y así te lo diré todo.
¿Cómo se puede ser justo desde el desengaño?
¿Cómo se puede alcanzar la cornisa de la catedral si no se dispone cuando menos de una cuerda?
¿Cuántas veces badajo ajeno golpeó campana?
Ya no puedo caminar con mi perro, ni pedir Salfumán en la droguería; las gentes me miran como aquel enfermo infeccioso que va dejando su carne mientras se arrastra por el pavés, ¿ves? El cielo se ha levantado azul y podríamos haber retozado en la cama justo antes del café, nosotros que no estamos sujetos a horarios y cuya rutina hemos de inventarla cada nuevo día.
¿Vas entresacando de aquí y de allá las reglas de la taxonomía?
Cuando oigo de hablar de ti; cuando me fijo en la luz del faro de un coche, en una carretera, una noche de marzo y pienso que ese faro pertenece a tu automóvil y giro en redondo y lo persigo hasta la gasolinera donde para a repostar y me doy cuenta de que es otra la marca y que quien conduce es un señor altísimo de edad indefinida, entonces respiro tranquilo y lloro como un niño y como tal me prohibo conducir y paso la noche aparcado en la gasolinera, sin atreverme a ir a casa por si la policía me detiene y con justa ley me mete en un calabozo de donde tan sólo saldré si alguien paga la fianza.
Fié en nosotros la última ribera.
Esbocé en sueño la bondad primera del fin.
Imaginé una y mil veces mi agonía (en la habitación, con gran alegría, tú y los deudos y sus acompañantes proferíais grandes risotadas y miradas compasivas para hacerme más dulce el tránsito).
Deambulé entre sentirme moral o ser un desaprensivo.
Y cuando caí de nuevo en la vida sin ti, tuve que volver a inventarme entero y no lo conseguí. A pedazos soy.
Y ahora vuelve hacia atrás, descubre la querella y el juzgado donde será resuelta. Yo te estaré esperando con la camisa rota, al aire el pecho, dispuesto a la trágica muerte por pulmonía.
Por cierto, si vienes, tráeme un buchito de brandy.

Siempre tuyo,
Isaac Alexander

Narrativa

Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/01/2011 a las 11:58 | Comentarios {0}


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