Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
La voz
La voz
Tengo en el contestador del teléfono dos voces guardadas: una felicitación de cumpleaños de mi hija cuando tenía cinco años y un mensaje de Julia, un día de octubre, disculpándose por no haber estado atenta. Julia fue mi maestra de vida y me cuidó desde que nací hasta que murió. Tenía una voz algo aguda, llena de energía, franca y abierta. Era una voz que se iniciaba en el vientre y salía sin censuras por su boca. No era una voz que se quedara en la garganta. No era una voz que se ocultara en terciopelo. Era una voz limpia. Recuerdo al final de su vida cómo su voz fue subiendo por los agudos mientras comenzaba a frotarse por las paredes de la laringe como si quisiera esconderse. Fue cuando tuvo miedo. La última vez que la oí su voz era pequeña.
Guardo de Julia un documento magnífico. Durante unos meses mientras ella trajinaba en la cocina de la casa de mis padres, yo llevé mi grabadora y le pedí que me contara su vida desde que nació un ocho de noviembre de 1914 en el pueblo manchego de Argamasilla de Calatrava hasta aquel mes de julio de 1993. Articulada a su historia escribí mi primera novela Inventario. La voz de Julia contaba bien, sin excesos y con detalle. Sabía su voz iniciar el misterio. Sabía elevar la tensión. Conocía el milagro de la pausa, ese silencio que aclara todo lo dicho. Y sabía resolver. El final de sus historias tenía una enseñanza, una moraleja, un chiste o un chasquido en los oídos del destino, del destino fatal, tan español. La noción del sino. Ahora, cuando oigo la grabación, tengo la impresión de que la máquina acelera un poco la velocidad de la voz de Julia y sube un poco su tono. Y sé que es una impresión acertada porque recuerdo la voz de Julia desde la infancia, desde que nací, junto a mi oído, susurrándome un alivio, vibrando con una broma. No sé imitarla, es cierto, pero la oigo en mi recuerdo. La escucho.

Ensayo

Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/01/2009 a las 17:11 | Comentarios {0}


Tercer apócrifo atribuido a Isaac Alexander


Tratados, someramente, el aburrimiento y la belleza quisiera lanzarme ahora también con brevedad y sin demasiadas alharacas a discernir si tiene sentido llamar cuadernos de bitácora a lo que en este ciberespacio toma el nombre de Blog.
Antiguamente la bitácora era una especie de armario, fijo a la cubierta e inmediato al timón, en que se ponía la aguja de marear. Es decir era el habitáculo de la brújula. El cuaderno de bitácora, por lo tanto guarda en sí mismo (el término digo) una pequeña contradicción pues escrito en la especie a la que pertenece (tomando como género el término bitácora) se podría decir cuaderno del armario (siendo armario la especie del género bitácora) y no cuaderno de lo que el armario contiene que en este caso sería la aguja de marear. Sirva esta digresión para definir también el cuaderno de bitácora que es libro en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación.
Visto así me parece en exceso metafórico el llamar a un blog cuaderno de bitácora sobre todo por una cuestión que no me parece en absoluto baladí: rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes ¿de qué navegación? ¿De la navegación por la vida, de la navegación por este mar de 0 y 1? Podría imaginar por supuesto un sentido figurado a cuaderno de bitácora y decidir que será de los avatares (en este término reúno a los que se refiere la definición) del tema que el bloguero decida tratar pero esta decisión convertiría el género en especie y me parece que eso sería peligroso para el natural deseo que los humanos tenemos de clasificarlo todo bien clasificado y que de ninguna manera el caballo se pueda colocar por cima del mamífero (pongo por caso).
Así pues -y sin negarme por supuesto a la polémica- no equipararía los términos cuaderno de bitácora y blog sino que los colocaría como géneros distintos de la especie cuadernos como decir, para que se me entienda sin dudas razonables, que caballo y vaca son géneros distintos de la especie mamíferos.

Ensayo

Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/01/2009 a las 18:06 | Comentarios {0}


Antonio Llopis
Antonio Llopis
No fueron muchas veces. No fue de esas amistades de a diario. Ni tan siquiera fue una amistad de muchos años (si doce años no son muchos). Sin peros ayer sentí su muerte y más si añado a ese término ese otro del suicidio. El domingo cuando entraba una parte del mundo en el invierno, él entró en la tercera parte de su vida. Se encaramó como pudo (mal hubo de poder. Era ya mayor, unos sesenta y cuatro años mal llevados. Años zarrapastrosos, años desangelados, con dejadez del cuerpo y quizá del ser desde hacía más de diez y aún así buscó con otro amigo que era lo opuesto a él un camino de conocimiento y de paz que le llevara a no dejarse perder) por las cristaleras que han puesto en el Viaducto de la ciudad de Madrid y se lanzó al vacío y llegó hasta su muerte. Poco antes le habían visto acodado en un bar de la calle Mayor de la ciudad de Madrid bebiéndose un vino tinto. Tan sólo él sabía que era el último. El bar se llama Los Alpes. El anduvo aquella noche del domingo cuando el invierno era más oscuro y más lleno de presagios que aquel invierno de nuestra desventura de Ricardo III y hablo de teatro y recuerdo a Shakespeare porque él era un hombre de teatro y de los grandes. Quizá por eso he llegado a pensar que se suicidó el primer día del invierno como un último homenaje al arte que más amó. El que se había convertido en un Ricardo III a solas con su locura, siempre vestido con un mono de mecánico, de verbo brioso e ideas brillantes. A la gente interesante la vida le suele doler. Quizá porque ven las posibilidades del vivir y se tropiezan después con la realidad de estar vivo. No sé, no sé si ni siquiera pensaba en estas cosas. No sé qué piensa un hombre cuando cruza la calle Mayor con la calle Bailén de la ciudad de Madrid, tuerce a la izquierda y se dirige hacia su personal patíbulo, hacia el segundo de su muerte por él elegido. No sé qué piensa cuando salta. Ni siquiera sé si salta cuando piensa o salta, justamente, porque ha dejado de pensar y por lo tanto ya no existe. En todo caso espero que su último vuelo haya sido gozoso. Le alabo su valentía. Ajusticiarse uno mismo no lo puede hacer un cobarde.

Ensayo

Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/12/2008 a las 15:52 | Comentarios {0}


Sobre la Amistad 1
En este segundo intento (ayer empecé a escribir sobre lo mismo, estoy convencido de que lo guardé para luego seguir con él. Entonces el día arreció, vinieron de nuevo los pesares, esos que están siendo tan largos y que sin embargo por alguna razón que no alcanzo a entender deben de ser necesarios incluso buenos aunque esta última sea una noción que también se me escapa como se me escapó ayer la constancia o lo que carajo sea. Estaba, digo, pertrechándome ayer con una idea un tanto intelectual y discursiva sobre la amistad, recuerdo que empecé con algo así como la sistemática de las emociones y que en mi afán de relacionar mundos alejados quise encontrar una analogía brillante entre las gramáticas normativa y generativa y la sistemática de la amistad cuando, por ese ataque a la línea de flotación de mi ánimo, dejé de escribir. Más tarde, al volver sobre lo guardado, se había perdido y entonces pensé que quizá fuera mejor así aunque esta última sea una noción que se me escapa y arrumbé en el extremo de mi mesa el libro de Pedro Laín Entralgo titulado Sobre la Amistad y editado por Espasa-Calpe en su colección Austral en el año de 1975 en el cual bla bla bla, porque es bla bla, bla, muy interesante pero cierto también que vacuo en el sentido de que el autor no llega a la médula del sentimiento de la amistad, no sé si lo conseguirían Cicerón en su De Amicitia; sí sé -porque lo he leído- que Séneca anduvo muy cerca de dar con el pulso de semejante sentimiento y me hubiera gustado leer un tratadito de un tal Aelred de Rievaulx monje en el siglo XII titulado De spiritali amicitia. Con todo este acervo a mi espalda me resultó aburridísimo tratar la amistad a la manera de Pedro Laín, hacer una serie de referencias, tener que hablar de Kant, ¡oh, Kant, otra vez él! y ¡qué me digo de Hegel, qué me diría de Hegel! cuando desde el fondo de mí línea de flotación sentimental yo sólo quería hablar de la ternura, de la caricia del amigo, del placer de saber que está ahí; yo sólo quería tratar de la amistad como amor al otro que se traduce en la aceptación del otro; si yo sólo quería lanzar un abrazo al mundo y darle gracias porque sí sé lo que es el amor del amigo, de un amigo siempre ahí, siempre alerta, siempre abierto, de un amigo) quería emocionarme y lo he conseguido.

Ensayo

Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/12/2008 a las 13:30 | Comentarios {2}


¡Me cago en Dios! (por ejemplo)



El fiscal estudia encausar a un diputado por decir en un mitín , Muera el Borbón. Hoy se ha absuelto a un caricaturista que había publicado un dibujo sobre el rey de España cazando un oso; hace un tiempo también se enjuició a otros caricaturistas por una portada en la que se veía a los príncipes de España follando. A éstos se les condenó. Hace un año se quiso prohibir una obra que se llamaba Me cago en Dios. No hace mucho se saboteó (con amenazas de bombas incluidas) un espectáculo del actor Leo Bassi. Y más y más y más. Nunca he aceptado que, por ley, no se pueda hacer apología del terrorismo. Detesto el terrorismo como detesto los ejércitos, los servicios secretos, la acumulación, fabricación y venta de armas. Sólo que mientras sí se puede hacer apología de estos últimos (véase por poner un par de ejemplos el agente OO7 o todas las películas de guerra con buenos y malos), no se puede hacer lo mismo con quien ataca el sistema político que dirige nuestra vida social ¿Qué implica la represión de una expresión cuando se permite la expresión de otras cosas horrendas? ¿Por qué esto sí y aquello no? ¿Por qué no puedo hacer un dibujo de un señor llamado Juan Carlos de Borbón borracho y disparando a un oso? ¿Por qué sí puedo hacer apología de los guerrilleros de la Guerra de la Independencia y no puedo hacerla de los guerrilleros (ahora llamados terroristas) del País Vasco? ¿Es que alguien cree que porque se hiciera apología del asesinato iba a haber más asesinos? Según esa regla de tres más de la mitad de la población lo sería (véase la cartelera o cuéntese la cantidad de asesinados en las películas en cartel o en las series, noticiarios y programas de telerrealidad de la televisión).
Amparados en un supuesto mundo libre estamos viviendo una de las épocas más represoras de la historia. El imperio de la ley es el imperio de la represión. Eso que tan suavemente se llama lo políticamente correcto, es un arma de doble filo que va segando la libertad del pensamiento de cada persona. Más de una vez me he encontrado atacado, violentamente, por disentir de la interpretación de una película, del origen del español, de cosas así de nimias y también por asuntos más escabrosos como defender que no se debía aislar a los abertzales en los terribles días en que Miguel Ángel Blanco fue secuestrado y luego asesinado por mucho que adujera que yo también había asistido a la manifestación pidiendo, rogando, su liberación.
Si la libertad de expresión (que no de acción) no es absoluta no es tal. Por cierto, espero no haberme pasado, no vaya a ser...

Ensayo

Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/12/2008 a las 22:05 | Comentarios {0}


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