Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Perdido un hombre cerca del río Leteo (4)
Caronte gritó, ¡Eh, muchacho! Abrasado por la sed, seca la garganta, sólo pude responder a su llamada paseando mi lengua por mis labios. En un costado del Barquero del Río pendía un odre de cuero de cabra. Caronte se acercó hasta mí y dijo, Bebe, hijo, bebe. Y yo bebí el Agua de la Vida, no la del Olvido y bebí tanta que ya me veis, amigos, viejo como nunca se conoció a otro. Caronte me dejó beber y luego me aconsejó que me sentara bajo las ramas de una higuera. Así lo hice y pronto noté -como la planta mustia cuando cae sobre sus hojas, en la tierra que la circunda, sobre el barro de la maceta si está plantada, el agua y pronto se hace ancha, se eleva y lanza sus hojas al sol- la vida en mis músculos. Él se sentó frente a mí, de espaldas al sol, de tal forma que el contraluz me impedía ver su rostro. Lo hizo así para que tan sólo escuchara su voz. Me dijo, Hijo, no sabes cuánto siento que hayas venido a dar al Hades ¡Ay, ay, ay, ay! Estos no son buenos lugares para un joven y conste que esto que te digo va contra mi negocio. Fácil sería para mí haberte cobrado una moneda y haberte llevado conmigo hasta la otra orilla. Una moneda es una moneda y moneda a moneda puedo mantener mi barca a flote y útil el embarcadero. No las quiero para más, no creas, no atesoro, no guardo. Sí, fácil habría sido para mí. Pero, vamos, me he dicho, ¡qué caray, es un niño, aún la barba no se le cierra en las mejillas! ¿Por qué no dejarle ver un poco más dejándole al mismo tiempo ver un poco menos? No, no es ningún acertijo, es que debo cobrarte el Agua de la Vida y el precio que se paga es un ojo. El izquierdo te sacaré ¡Te dolerá tanto! Ese tu dolor te recordará el dolor que te hizo venir hasta aquí y así sabrás que es casi insoportable y huirás de él. No, no, no llores muchacho. Te dolerá y será corto. Luego yo te haré emplastos que impedirán que la oquedad de tu ojo enferme y cuando estés recuperado te haré un ojo de cristal a tu medida para que sientas siempre que la dureza no lleva a ninguna parte ¿Listo? Has de ser valiente.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/12/2009 a las 20:15 | Comentarios {1}


Perdido un hombre cerca del río Leteo (3)
El buhonero meneó la cabeza y se colocó en la órbita hueca su ojo de cristal. En el ágora aún quedábamos muchos, los alumbrantes habían prendido los hachos y un noble había mandado traer de su villa viandas para todos, ¿Alguno estuvo cerca de las aguas del Leteo? Todos callamos ante la pregunta del buhonero excepto un niño que le respondió, Y tú, ¿tú has estado? y él respondió, No me acuerdo y hasta el ágora rió. Terminada la risa continuó, Habéis de saber que el mundo no es tan grande y El Hades no está tan lejos. Muchos llegamos hasta él sin darnos cuenta. Yo estuve hace muchos, muchos años. Aun la barba no se me cerraba en las mejillas cuando sentí la necesidad de caminar. Quisieron los Dioses concederme el favor de conocer el Mal justo al principio. El mundo me recibió con la intención de despedazarme. Como un cervatillo -y sé que esta comparación os será casi imposible de aceptar ante mi aspecto montaraz y mi mirada fiera- me escondí en lo más profundo de una selva. Prefería morir por la mordedura de un áspid que por las manos de un hombre. Estuve dos noches y tres días sentado bajo un árbol monstruoso, lleno de oquedades su tronco, de negrura y habitantes su copa, de raíces como tentáculos del subsuelo. Joven aún, esclavo de mis necesidades, no pude dejarme morir ni ser muerto y la sed me devolvió a la vida, me obligó a levantarme y a buscar agua. Nunca sabré si fue fruto del cansancio pero recuerdo que de una forma inconcreta y clara seguía un sendero del bosque el cual me llevó hasta un río, el río Leteo.
No son sus aguas transparentes sino al contrario, turbias como los recuerdos. No es su fluir manso sino encrespado como la memoria cuando acecha el presente. Fueron su turbiedad y su violencia las que me salvaron del olvido pues si el río no hubiera tenido ese aspecto me habría lanzado a la orilla y habría sorbido sus aguas sin demora. Me detuve un instante, el tiempo que tardó el Barquero del Río, un tal Caronte, en salir a mi encuentro.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/12/2009 a las 11:20 | Comentarios {0}


Perdido un hombre cerca del río Leteo (2)
El buhonero calló un momento como si ese silencio correspondiera al tiempo en el que el hombre perdido se inspeccionó. Luego pidió vino caliente con un poco de canela, ¡Por Zeus! o quizá dijo (varias son las fuentes de donde bebemos este relato y no hemos de dar más crédito a unas que a otras) ¡Por Mitra, qué buen vino el de esta crátera. Cómo me recuerda a una que tenía mi vieja madre, la más afamada ramera de Lidia, por si alguna vez pasan por allí y oyen hablar de mí refiriéndose a ella! ¡Dadme, dadme más! Y bebió el buhonero cuando la noche traspasaba el umbral de su existencia. Fue el viejo capitán Putifar quien le ordenó seguir con el relato bajo la amenaza de meter los dedos en su gaznate y hacerle vomitar tan caro líquido.
El buhonero se sacó su ojo de cristal y mirándolo siguió su relato, Estaba el hombre desnudo mirándose por todas partes y pudo, al fin, palpar un gusano que intentaba con toda la fuerza de sus anillos meterse por el ojo de su culo, de hecho ya casi había metido su cabeza. Con cuidado extremo, hablándole con tiernas palabras, logró extraerlo, lo miró a la luz de las estrellas y le perdonó la vida. Las ropas habían quedado inútiles no tanto porque el tejido se hubiera roto sino por la grimosa certeza de que todo él se encontraba invadido por la temible termita y sus huevas. Así el hombre se alejó del árbol podrido tal como su madre lo trajo al mundo. La noche aún cubría su desnudez y esa seguridad irguió su falo ante el deseo inefable de penetrar al Mundo y concebir un satélite. No molestaron a las plantas de sus pies las asperezas del suelo boscoso ni las ramas de los árboles sanos azotaron en exceso su espalda ni el aire envolvió su cuerpo con la despiadada indiferencia de la vida y así, mientras caminaba, se masturbó con entusiasmo y amor y su descarga se elevó hasta lo más alto del bosque como se elevó su grito de placer casi suplicante al que respondieron los murciélagos sobrevolando su cabeza. Relajada su pasión caminó más despacio. Y anduvo y anduvo y anduvo y pronto volvió a escuchar las aguas del río Leteo.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/12/2009 a las 13:42 | Comentarios {0}


Perdido un hombre cerca del río Leteo (1)
Sólo una niña dijo haberlo visto en la puerta del Sur y un centinela, de malas maneras, respondió que quizá fuera el mismo a quien preguntó si iba a abandonar la ciudad. Nadie más le vio. Nadie tampoco tuvo la seguridad de que el hombre fuera él. Todos se extrañaron de que un hombre fuera capaz de abandonar la ciudad fortificada y se adentrara en la llanura y atravesara el lindero del bosque en pleno atardecer. Ahora podemos afirmar que fue cierto. El relato de un buhonero lo confirma. Esta es su narración de los hechos.
Aquel hombre dijo a nadie, ¡Ser o hacerse la víctima! ¡Cómo me persigue ese estigma! ¡Cuánto me avergüenza! Se acercó a las aguas del Leteo. Aún no había llegado a su orilla y no había visto al barquero Caronte sentado en su barca amarrada al muelle esperando al próximo viajero. Ni siquiera había escuchado de lejos el chapoteo del remo.
El martes anduvo por una ensenada sin decidirse a rodearla. Luego tuvo frío y quiso volver a su casa. Sintió que estaba perdido cuando una nube le recordó a otra y llovió sobre su rostro dos veces la misma gota. Se apoyó en un árbol hueco y pensó, No sé cuál es el rumbo. Y pensó, ¡Qué oscura la noche! ¿Si camino dónde me llevaré? ¿Si escucho el rumor de unas aguas deberé detenerme? Y si es así ¿no podrá el frío con mi calor? Su pensamiento se fue haciendo circular y tan sólo se detuvo cuando el árbol hueco se desplomó a sus espaldas. Sepultado bajo la madera podrida pensó, Tenía más de un motivo para no venir. Ahora he de quitarme estos maderos, palpar si tengo heridas, sacudirme la escoria y constatar que ningún gusano corre por mi cuerpo.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/12/2009 a las 19:54 | Comentarios {0}


Lo más sublime del amor es no sentir miedo. Ser amado es desterrar el miedo a ser uno mismo con sus oscuridades, sus vacíos, sus latidos por medio del Otro.
Amar es aligerar el peso del amado, ofrecerse como espejo cuyo reflejo le resulte grato.
Las caricias ¿no son sino una ausencia de tensión, el descubrimiento de la suavidad de uno mismo surgida de las manos del Otro? ¿no es eso lo que generan? Suavidad de uno mismo.
Amar es exaltar la libertad. Amar es desafío a una verdad que desde la niñez se hurta: el miedo es ausencia de afectos.
Cuando dos seres se aman comparten durante ese tiempo la energía más pura del universo. Amar es declarar inocente al Otro.
Una sucesión de besos en la boca, de besos sostenidos, infunden en todo el cuerpo la gratitud del viento deslizándose sin esfuerzo por la precisa conformación de las alas de las aves. Besar la boca es besar el hálito del Otro, su necesidad primera.
Dos cuerpos que se aman. El goce intenso y despierto. La búsqueda larga y extenuante. Dos cuerpos que se aman con sus hallazgos, sus súplicas, sus dilataciones urden un juego que conduce a la exaltación del Otro desde el placer propio. Amar pervierte el orden brutal de las cosas.
Madame L. susurró al oído del señor L., Tienes mil cuerpos.
La última frase que el señor L. escribió en la casa de madame L. fue, ¡Tiempo, detente!

FIN DE LA SERIE EL VIAJE
miles_davis,_ornette_coleman,_bill_frisell___over_the_rainbow_what_a_wonderful_world.mp3 Miles Davis, Ornette Coleman, Bill Frisell - Over The Rainbow-What A Wonderful World.mp3  (4.69 Mb)

Cuento

Tags : El viaje Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2009 a las 19:31 | Comentarios {0}


1 ... « 27 28 29 30 31 32 33 » ... 39






Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile