Veneno

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/08/2016 a las 11:48

Documento 10º de los Archivos de Isaac Alexander. Agosto 1946. Port de la Selva.


Yo te diría, mi pseudo-Lucilo, desde esta masía vieja como el mundo que el veneno mata sin remedio. Tú sabes bien de lo que hablo, ahora que te encuentras perdido y sientes el peso de los días sobre tus hombros bien formados. Habrás oído a alguna mujer gurista hablar con conocimiento y buen gusto de la idea del veneno como apariencia de alimento y por lo tanto como dador de vida. Yo que he vivido el más largo infierno del siglo, te animaría a que no te dejes vencer por la ansiedad ni por la ira pero sobre todo me atrevería a rogarte que no otorgues tu sufrimiento a nadie sino que seas consciente de que tu sufrimiento es parte del misterio de tu vida, generado en las densas salas infernales de tu alma donde Dios es por fin su esencia, es decir, el mismísimo Satanás, el Mal sin máscara. Cuando sufras tanto como ahora sufres quédate en tu sufrimiento, aprieta los dientes, aférrate las manos y grita si es necesario o aulla si duele tanto que un sonido humano no es suficiente para expresarlo.
Sé que te falta el aire. Sé que te esfuerzas en racionalizar tu angustia. Sé que crees saber que estos días son nada en el océano del tiempo. Incluso me atrevo a atisbar en ti cierto desasimiento de ti mismo. También sé que apenas te sirve nada de lo que te dices ni tampoco te alivia las muchas acciones que llevas a cabo para no entregarte a la dosis mortal de ese veneno que alcanzaría su máxima potencia si te dejaras abatir. Por eso aunque creas que nada estás consiguiendo, has de saber querido amigo, que estás venciendo al desmayo y estás combatiendo el sufrimiento con la fuerza que sólo un hombre digno puede oponer a tan poderoso enemigo.
No te preguntes mucho. No decidas mucho. No creas haberte salvado. Hay venenos de efectos retardados y también los hay que permanecen latentes hasta que adivinan una grieta en el ánimo y por ella se filtran e intentan alcanzar tu corazón y tus pulmones y comienzan así su labor de asfixia y su enfriar la sangre. Has de estar alerta y ante todo has de perdonarte por el sufrimiento que te generas. Porque tu sufrir, querido mío, tiene un sentido. Porque tu sufrir, amigo mío, tiene un final. Y aunque tú y yo sepamos que en el fondo todo sufrimiento es inútil, hemos de valorar entonces la magnificencia de la inutilidad, la alta estima en la que la debemos de tener.
Y ahora, déjame regañarte un poco: no sabes perder y deberías aceptar de una vez y para siempre que tú no puedes ser el último. Porque te tienes por un hombre digno de ser amado como el primero y no como el último y porque tienes -porque eres joven- un orgullo que te impide disfrutar el no ser nadie para alguien (aunque ames a ese alguien o lo que es peor -para tu felicidad- que creas amarle). Cuando aprendas la belleza de ser nada, la pureza de poder ser echado a la basura y olvidado; cuando aprendas que quien domina es un miserable y que ser sumiso es empezar a vivir; cuando aceptes que nadie te debe nada y algo aún más importante que tú no debes nada a nadie porque tú no existes -sólo existe un tal Nadie- y ella no existe y yo no existo, entonces verás que el horizonte tiene muchas posibilidades, que ese único foco de luz artificial al que te mantienes unido, hipnotizado como la liebre ante el deslumbramiento de los faros de un coche, es el veneno pero no por él en sí sino por tu incapacidad para desviar la mirada y vislumbrar tras la luz cegadora de la falsa luz, los sutiles y maravillosos matices de lo en sombra.
Sufre sin acusar. Si así lo haces el sufrimiento pasará antes y descubrirás que ése es el antídoto del veneno: no acusar.
La guineu está en lo alto del camino. Me encanta esa zorra. Nunca iré a por ella. Nunca vendrá a por mí.
Y ahora sufre, mi pseudo-Lucilo, hasta agotarte. Espero que no alcance a dejarte frío y surjas de nuevo a la vida, a esta corta vida a la que tanto hacemos sufrir con nuestros sufrimientos.
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