Rosa (8)

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/05/2017 a las 19:37

Documento 14 de los Archivos de Isaac Alexander. 24 de diciembre de 1946. Port de la Selva


Pepa se arrebujaba en un chal de paschmina, me decía, Sé que no casa con el traje pero tu historia me está produciendo frío. Yo la miré con los ojos de un hombre que ha vivido todos los horrores y le dije, Nada saboreo más en la vida que las mezclas aunque sean estrafalarias y aún más si lo son ¡qué narices! Ella rió, nos sirvió el licor y tras encender un cigarrillo me rogó que siguiera.
No dejó de llover aquella noche ni tampoco los tres días que siguieron antes de mi partida. Tras la cena en familia y una velada en la que jugamos al bridge en el salón de los juegos mientras Hanna tocaba al piano de forma íntima y sensual algunas piezas de Satie, manteniendo unas cadencias y unos silencios que habrían hecho las delicias del compositor, nos retiramos a nuestras habitaciones. A la una de la madrugada -hora fijada por ella para nuestra cita- salí de mi habitación y comencé a andar por el pasillo alfombrado del piso superior. El interior de la casa tenía forma de U. Mi habitación se encontraba en uno de sus extremos. La de Hanna en el opuesto. Unas cornucopias mantenían iluminado tenuísimamente el pasillo. Esa tenuidad y el sonido de la lluvia me recordaban las notas de Satie en las manos de mi amada. Cuando llegué a su puerta llamé con sumo cuidado. Me abrió de inmediato. Juraría que estaba detrás de la puerta. Juraría que sabía que no me retrasaría ni un segundo. Juro que ninguna mujer me amó como Hanna. Juró que jamás amaré a nadie. Tan sólo la amaré a ella. La alcoba estaba en penumbra. Ella vestía un kimono de seda con un estampado que figuraba un cerezo en la noche. Por sus anchas mangas entreví sus brazos desnudos. Cerró la puerta con llave y me pidió que nos sentaramos en la mesa que daba al ventanal que se abría al jardín. Me senté y encima de la mesa vi la herramienta clásica del tebori que usaron durante muchísimos siglos en el Japón para hacer tatuajes y que aún hoy se sigue utilizando. Miré a Hanna y ella con su voz de cristal grave me dijo, No nos entregaremos el uno al otro esta vez. Quiero esperar. Quiero que mi deseo hacia ti sea tan ardiente que haya noches en las que tenga que dormir en un baño de agua fría. Quiero suponer tu piel centímetro a centímetro. Quiero suponer tus caricias en el orgasmo. Quiero imaginar noches y noches tu semen regando mi vientre, tu semen soboreado por mi lengua, tu semen en lo más hondo de mí. Quiero imaginar tu abrazo dormido. Quiero saborear tu ausencia un día y otro día. Quiero esperar tus cartas. Quiero escuchar tu desesperación. Quiero maldecirme por haber querido esto que ahora te digo y también quiero que ambos, siempre que queramos, podamos mirar lo que el otro también tiene; lo que el otro le hizo la última noche que estuvimos juntos. Quiero que nos tatuemos una rosa con un tallo corto y una sola espina. Yo te la tatuaré en la parte superior derecha del pezón de tu corazón. El tallo nacerá del límite exterior de la areola.Tú me la tatuarás en la parte superior izquierda del pezón de mi corazón. También el tallo nacerá del límite exterior de la aerola. La tintas con las que lo haremos serán una tinte verde para el tallo y una tinta roja para el capullo abierto de la rosa. La tinta roja llevará gotas de nuestra sangre: de la mía en tu tatuaje, de la tuya en el mío. Debemos hacerlo esta noche. Cuando hayamos terminado ya no nos volveremos a ver a solas. Tú volverás a tu estudios y yo iniciaré un viaje. Nos encontraremos tras tu partida en un año, a las ocho de la tarde, en las orillas del Danubio, donde murieron los niños que jugaban a la rayuela.
¡Qué pesadumbre sentí al aceptar la propuesta de Hanna! ¡Qué dolorosa y precisa es la técnica del tebori! ¡Qué arrebatos sentía cuando entre mis manos abarcaba el pecho de Hanna y sentía su pezón duro y su corazón palpitando como si gozara hasta la extenuación! ¡Qué tristeza si miraba sus ojos! ¡Qué desdicha si adivinaba su pubis entre los pliegues del kimono!
El alba rayaba cuando terminamos el dolor de una rosa con una sola espina en nuestros pechos. No volvimos a estar a solas. Yo me fui tres días más tarde. Ella emprendió su viaje.
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