Otreidad

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/05/2017 a las 22:25

El llanto de un recién nacido cuando despierta en la noche porque tiene un cólico o porque está descubriendo el miedo o porque tiene hambre o porque siente añoranza de aquel espacio ácueo en el que estuvo no hace tanto, no crispa necesariamente; puede crispar un día pero por cuestiones ajenas al llanto del niño (hablo, por supuesto, de un bebé que viva en un ambiente suficientemente grato; no entran en esa descripción los ambientes aberrantes, en éstos tan sólo es de esperar que el bebé crezca sin que la tara del horror le carcoma hasta la raíz la ambición por vivir). Lo que genera ese llanto suele ser cansancio que se convierte en sonrisa cuando al mirar al bebé te das cuenta de su desvalimiento y de que ése es -el llanto- su lenguaje para comunicarse -urgentemente- con nosotros.

La vida es extrañamente fría. Quisiera asegurar que existe una realidad objetiva, un mundo que se desvela en algún momento; quisiera creer en la iluminación y que ésta fuera la plena certeza de la verdad. Decía que la vida es fría porque la muerte nos alcanza sin esa plenitud (o acepto que quizá haya excepción a esa norma, lo cual -por mucho que los lógicos arguyan en contrario- se carga la norma. Ya lo demostró con su habitual gracejo el profesor de gimnasia Juan de Mairena).

La manipulación llega a nuestras emociones hasta el punto de que nos sacude más la muerte por bomba en un concierto en Manchester que la muerte por ahogamiento en el mar Mediterráneo. En ambos lugares han muertos niños. Murieron casi en el mismo día. Más murieron en el mar Mediterráneo. La única diferencia es que los niños ahogados eran moros y pobres. Y los niños de Manchester eran europeos y burgueses. Así se ceba la discordia. Así se manipula la opinión. En los últimos cinco meses han muertos miles de seres humanos en el mar Mediterráneo. El mar Mediterráneo es ya un inmenso cementerio líquido.

La vida es extrañamente distante con los vivos. Es como si hubiera una supervida, una superestructura de vida ajena en absoluto a los padecimientos de los entes en los que habita. La vida vive en seres a los que no ama. Quizás esa superestructura se llame ACGT.

Si nos comunicáramos como los bebés, de esa forma tan directa, sin resquicio posible de confusión quizá podríamos atacar la distancia de la vida que nos vive, su frialdad. Si nos encaráramos con la verdad. Si confrontáramos nuestras verdades quizá daríamos con la clave de la certeza de la verdad. ¡Qué lento es el hombre! ¡Qué frágil su emoción! ¡Qué lastre su pensamiento!

Me dice mi amigo  que soy un cascarrabias y que a veces hay en mi discurso una soberbia que me puede haber deparado ya más de un disgusto. Yo me disculpo si alguna vez quise humillar a mi interlocutor porque estoy seguro que más de una vez lo hice. No sé si entonces buscaba confrontar la verdad con otra verdad. No sé si decidí en ese momento desnudarme del ser civilizado que utiliza la artimaña para conseguir su fin y lancé como un vómito la idea que me roía las entrañas. O peor aún: por no atreverme utilicé el sarcasmo como arma.

Hay días que siento que la vida tiene el afán de la araña: no quiere que veas los hilos de su tela; de hecho busca que el sol se refleje en ellos y que ese destello te atraiga para que te acerques y te quedes pegado en ellos y cuanto más luches por despegarte más te enredes mientras empiezas a ver cómo se acerca, sin prisa, velluda, la causa de tu ilusión.
Ensayo | Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/05/2017 a las 22:25 | {0}