La galería de las vecinas muertas

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/05/2009 a las 20:00

Tirando al suelo una urna de la dinastía Han. Autor: Ai Weiwei
Ayer Matilde se hizo añicos y aunque todos lo esperábamos desde hace meses, algunos incluso años, no dejó de estremecernos su figura partida en mitad de la calle. La primera en dar la voz de alarma fue Gertrudis, la modista del cuarto, vecina desde el cuarenta y dos de Matilde, porque en aquel momento se encontraba en el balcón disfrutando una ligera brisa que se había levantado al final de la tarde y miraba hacia abajo bendiciendo el cielo. Luego nos confesó que la vio más inclinada que de costumbre hacia el lado derecho y que le notaba como un perfil de cristal que nunca antes había visto. Pero también nos confesó tras un largo silencio que aquello le pareció un espejismo. Nada más.
Mientras Paca la portera recogía con escoba y recogedor los pedazos de Matilde y los humedecía, todo hay que decirlo, con alguna que otra lágrima y eso que Matilde siempre había dicho de Paca que era una guarra y una sucia, Amparito, la del segundo, a su lado, le decía: "Mismamente esta mañana la había oído decir a la Matilde: De mi corazón al aire hay un suspiro". Y la Paca suspiraba y decía entre dientes: "Siempre fue una artista". Comentario que fue corroborado tanto por doña Angustias, la del primero, como por doña Mercedes, mejor llamada la Melancólica, porque no se le conocía sonrisa. Pero sin lugar a dudas la que más sufrió el destrozo de Matilde fue Encarnación, la del sexto. ¡Dios santo cómo se puso la pobre mujer!. Se mesó los cabellos, se desgarró las ropas, se mordió las manos y surgiendo como un vendaval trágico exclamó delante de todos: "Ay, ay, ay, viene la vida y se va volando y apenas se ha disfrutado de un instante ya la negrura de lo eterno arrasa con todo y nos deja desnudas bajo la tierra a merced de los naturales mecanismos del abono orgánico" (en este punto del planto hubo general consenso al afirmar que la pobre Encarnación empezaba a desvariar) "¡Matilde, vieja amiga, cabellos blancos llenos de sabiduría, apóstola de la senectud, pedacito de cerámica a punto de quebrarse, encarnación de la humanidad, humanidad misma siempre limpia y estable, barométricamente". En este momento se acercaron Lourdes, la del segundo interior derecha, y Mónica, la hija de la Melancólica y tomaron suavemente por los codos a Encarnación porque todos sabíamos que cuando Encarnación decía barométricamente estaba a punto de producirse su ataque epiléptico y bastante teníamos con el espectáculo de Matilde hecha pedazos como para añadir a Encarnación en trance. Por fin pudieron conseguir que le diera el ataque en el zaguán al resguardo de las terribles sombras del crepúsculo.
Dos horas invirtió Paca la portera en recoger todos los añicos de Matilde. Tan sólo esparció por la acera polvillo del corazón porque se negaba a dejarse recoger y un par de tendones del pie derecho. Todo lo demás lo metió en una bolsa de basura de las modernas con asas de plástico que, al tirar de ellas hacia arriba, hacen que la bolsa se cierre. Cuando hubo terminado el trabajo, aplaudido por todos, tocó el timbre asambleario y la presidenta de la comunidad, doña Juliana, la del quinto interior izquierda, decidió convocar junta extraordinaria aquella misma noche tras el anuncio por los distintos canales de televisión de los azares de la jornada. Ya todos reunidos en el cuarto de las calderas, Juliana habló en voz baja tras rezar un responso por la finada. Y Juliana dijo: "Mal haríamos queridas mías si dejáramos que a Matilde se la llevara la funeraria municipal. Porque nunca en este inmueble se ha vengado nadie de las muertas ni tan siquiera de aquella gran víbora que fue doña Adelaida, más puta que las gallinas y más golfa que una compañía de legionarios la cual como todas, perdón todos (y me miró a mí como disculpándose), recordaréis se benefició al calzonazos de mi marido una lúgubre tarde de verano. Por cierto que no sé por qué siendo todas mujeres y habiendo tan sólo un hombre hemos de tomar el genérico masculino; si me disculpa usted don Atanasio le trataré en femenino cuando me refiera a la comunidad. Como iba diciendo queridas (de nuevo me miró doña Juliana con una sonrisilla pícara) ni aún entonces dejamos a aquella gilipollas a su suerte. Y hoy de nuevo, cuando la muerte llama a nuestra puerta, y Matilde se deshace ante nosotras hemos de ser caritativas por más que Matilde fuera una sucia usurera y una clasista de mierda que no podía ver a una verdulera sin ponerse antes un pañuelito perfumado en la nariz. Y propongo como presidenta de esta comunidad de vecinas que hagamos lo mismo que hicimos con la puta Adelaida, con la ingenua Elvira, con la oligofrénica no entrenable Alfonsina y con la despampanante Lucrecia. Y propongo como siempre que sea nuestro buen Atanasio el que realice de nuevo la obra pues no otro sino él podría hacerlo. He dicho". Cerrada sonó la ovación en el cuarto de las calderas porque, en general, los discursos de Juliana elevaban nuestros ánimos y nos hacía sentirnos importantes porque nos hablaba como cuando ella formó parte de un parlamento allá por Camerún según siempre nos contó.
Así pues me entregaron la bolsa con los añicos de Matilde y pacientemente como ya hice en su día con Adelaida, Elvira, Alfonsina y la, ciertamente, despampanante Lucrecia de la que alguna día contaremos su historia, fui recomponiendo su figura hasta que al alba toqué el timbre comunal para que las vecinas mediante votación secreta dieran su visto bueno al trabajo. Una a una fueron pasando por mi modesto taller y examinaron concienzudamente la obra. Allí estaba Matilde reconstruida y pegada añico a añico; alguna parte, como es natural faltó, pero todas lo comprendieron y fueron dando su asentimiento e introdujeron su voto en la urna oscura del fondo del salón. A media mañana aceptada mi obra por treinta votos a favor, dos en contra y una abstención (la mía como es natural) se decidió colocar a Matilde en la Galería de las Vecinas Muertas, junto a Adelaida su confidente en vida. Y allí reposa ya, tan frágil, tan callada y con sus ojillos de usurera tan brillantes como los tuvo en vida.
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