La Solución 15. La tentación.

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/01/2011 a las 11:39

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Está en la cima de la montaña. Bebe el agua que el rocío deja a su alrededor. Ha tenido varios días de una extraña exaltación. Ha llegado a acariciar unos hierbajos que van creciendo junto a la punta de sus zapatos. Son de un color morado, muy lacios, algo tristes. Milos Amós suele mirar hacia un lugar intermedio entre el horizonte y la ladera. Apenas parpadea. A veces recuerda que comía y la saliva, amiga de los recuerdos, acude a su boca y la epiglotis realiza su movimiento voluntario de ayuda a la deglución.
Ha sido en la mañana. El sol se hallaba teñido de gris por las nubes y mostraba su círculo amarillento. Milos Amós ha extendido los dedos de su mano derecha para saber sin aún estaban vivos; los dedos han respondido a su deseo y han hecho un par de cabriolas estirándose y luego replegándose muy rápido como si los tendones fueran muelles tensados en exceso. Milos ha oído, sin escucharlos, los sonidos de la montaña. Estos eran: piar de unos polluelos, arrastrarse de unos invertebrados, remolonear de las hierbas por el viento, cauce de río muy lejos, movimiento de las nubes en el cielo, clamor de bandada de grullas hacia el sur, rama en el suelo que se quiebra, pasos de un vertebrado superior, rumia de un ciervo, cornamenta rozándose contra el tronco de una encina, ardilla corriendo, castor royendo, serpiente mudando la piel. Ha sido un atisbo de arcoiris el que ha dado inicio a la tentación. El ojo, atraído por el fenómeno, se ha desviado hacia su izquierda y en la coda de colores que aún no se habían formado, ha entrevisto Milos la cabellera morena de una mujer de ojos verdes. Ha sido una arritmia en su corazón, un movimiento desmesurado en su estómago, una inicio de erección que apenas ha llegado a ensayo y sin quererlo la tentación se ha aposentado y, tras tanto tiempo solo, ha sentido que caminaba por un suelo cubierto de asfalto, caminaba con una bolsa en cuyo interior había un té de jazmín y bergamota. Llegaba hasta un edificio. Escuchaba la voz de la mujer que le abría el portal. Llamaba al timbre de su casa. Una sonrisa tras la puerta. Una mano que acariciaba su mejilla. Un abrazo que hundía sus costillas. Y tras darle el presente, la voz de la mujer que dice: Pasa, ¡qué bien que hayas venido!
El rayo ha escindido el arcoiris en dos enormes pedazos. La lluvia ha empapado el suelo. Milos no sabe si llora o llueve. Con concentración descomunal ha exigido a la tentación que huyera. Nada tengo que ofrecerte, piensa. No vuelvas, mujer de cabellera morena y ojos verdes, piensa. No tengo nada. Nada soy. Ni tan siquiera cima de esta montaña. Bebo de las hierbas y me alimento de la nada. Mi cuerpo apenas pesa y mis pies deben de haberse convertido en humus. Creo que tengo llagas en la espalda y que una sanguijuela se alimenta de la sangre de mi cuello. No vengas para enturbiar con anhelos esta quietud a la que me he condenado. Así debo estar. Nada queda. Y si algún día, si algún día... Esta última frase la ha pronunciado en voz alta y Eco, siempre atenta a las frases de los hombres, le ha respondido, Día, día y la noche ha caído como si no hubiera habido tarde y Milos se ha quedado dormido, lleno de temblores y en su temblor, después de tanto tiempo, ha vuelto a escribir un poema que dice así: Ámbar gris.
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