Fumar

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/04/2011 a las 18:41

Negar la evidencia tiene sus dificultades. Por ejemplo: espero y dejo pasar estos minutos en los que espero. Lo sé y aún así pasa. Es una evidencia.
Es tedioso negar las corrientes mayoritarias de pensamiento. Porque son mayoritarias. Aún así, de vez en cuando, me surge la gana de discutir principios axiomáticos. En el mundo de las masas -porque en nosotros habita a un mismo tiempo el individuo y la masa- lo importante es la repetición del mensaje. Y cuanto más acorde con la corriente general del pensamiento, mejor.
En un programa de televisión apareció un científico que ha creado una colección de libros que se llama Vaya Timo, en la cual -desde el punto de vista científico- pone en solfa desde los ovnis, la homeopatía, las brujas, los espíritus, la astrología, en fin, todo aquello que escapa del mundo de la lógica. Y es tan evidente que desde un método se puede negar cualquier otro que no cumpla sus reglas que es casi de catón.
La corriente general de pensamiento actual es el método científico (véase si no todos los productos que se venden en base a la sacrosanta idea de que está demostrado científicamente).
Fumar es malo. Y nadie puede desdecir este principio, excepto cuando se puede desdecir. Caso ejemplar es el que, con la nueva ley antitabaco en España, se nos ofrece: la prohibición de fumar no se aplicará en dos recintos: los manicomios y las cárceles. En los manicomios y en las cárceles se puede fumar.
Si yo esgrimiera una razón (a lo mejor esgrimo más) diría que el tabaco es un calmante (y anda que no venden ansiolíticos en las farmacias que te pueden fastidiar hígados, riñones y lactancias, a la par que muchas veces no sirven para nada). Fumar aligera de la vida porque la escenifica en humo y el humo es leve y se eleva y fluye y desaparece y esa sucesión de estados del humo provoca en quien la provoca una suerte de levedad que puede evitar, por ejemplo, el cáncer de gónadas. Cuál no será la potencia del fumeque que se permite ejercerla en las cárceles so riesgo de un motín. Las autoridades saben esto y saben que si lo prohibieran en el lugar por excelencia de la prohibición, los que arderían no serían los cigarrillos sino los muros de la prisión.
Fumar muestra la fugacidad de la vida. Y además -en cuanto a estética- tiene la suavidad de la veladura, la memoria de la succión de la teta (tanto para mujeres como para hombres. Ambos sexos nos nutrimos del mismo pecho y a ambos el destete nos fastidia una barbaridad), el guiño de los ojos y el movimiento suave de los labios.
La prohibición de fumar no tiene por principio la salud de los individuos -hasta ahí podíamos llegar: que el poder se inmiscuya en lo quiera hacer cada uno con su cuerpo- sino el saneamiento de sus cuentas públicas. Porque es cierto que en algunos individuos el fumar provoca efectos nada deseables (sobre todo en aquellos que llevan el placer a la adicción) que le cuestan unos cuantos quirófanos a la sanidad pública. Pero si por cuestión de humos tóxicos fuera, los próceres de la higiene y la salubridad han empezado desde luego con los humos más chiquitos.
Se podría rastrear el uso del tabaco en las culturas precolombinas como se puede rastrear la huella que nos dice que todo tipo de religión proviene de la embriaguez pero claro, ¡va de retro, Satanás!, en un mundo tan mojigato -a la mojigatería se le llama ahora lo políticamente correcto que no es más que un eufemismo- no se puede decir que Dios venga de la ebriedad primera de Adán y Eva con la consiguiente orgía. Se podría rastrear, decía, el consumo de lo que se convierte en humo y descubriríamos que esa actividad humana tiene como fin la paz del alma. Vamos que el Dalai Lama podría aconsejar el uso del tabaco.
Cuando el trasplante total de pulmones y sistema vascular se pueda llevar a cabo -no se tardará mucho- los poderes públicos se quedarán sin argumentos. Por eso están atacando ahora con todas sus fuerzas el uso y disfrute del tabaco, para que cuando llegue el momento sólo unos cuantos acérrimos enamorados de las metáforas sigan convirtiendo el tiempo en volutas de humo que se elevan y suavemente desaparecen en el anchuroso universo... como el vivir. Vale (que en la época de Miguel de Cervantes significaba: Fin).
Ensayo | Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/04/2011 a las 18:41 | {0}