Elogio a los empobrecidos

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/03/2013 a las 17:30

Panfleto escrito por Isaac Alexander un martes de marzo a lo lejos.


 
Yo no quisiera levantaros en armas. Ni tan siquiera sé si las armas levantadas tendrían sentido en vuestras vidas ni si vuestras vidas os dan fuerzas para levantar nada. Sé que existe el Cosmos porque lo dicen un día y otro y también sé que la esperanza es la bala en la recámara de los poderosos. No tengáis esperanza. La esperanza es la condición indispensable del esclavo. Os hablo a vosotros porque yo aún no soy pobre lo que no quiere decir que cualquier día de éstos que tan miserables están siendo, me vea a vuestro lado y entonces, si así ocurriera, os pediría que me enseñarais la dignidad de vuestras actitudes, la elegancia de vuestra ausencia, la quietud de vuestras lamentaciones. Hay días en que siento que la pobreza es la llave maestra de la humildad; otros en cambio siento emociones intensas acerca de la injusticia igualitaria (porque la idea de justicia no es una y sola. Hay una justicia que apela a la igualdad entre iguales, es decir una igualdad entre ricos o entre tenderos o entre sacerdotes que está en franca oposición con la justicia humanitaria que apela a la igualdad entre los seres humanos sea cual sea su condición).
Yo soy pobre en palabras. Mis cantos tienen más de persecución de meta que más que acercarse siempre se aleja. Y por ser pobre en elocuencia os deseo que un rapsoda –que en una de sus antiguas acepciones tiene el sentido de zurcidor- sepa hilvanar con hermosos hilos el discurso de vuestra humanidad, esa ausencia de odio que tanto se parece a la resignación sin serlo. ¡Yo invoco a Homero a que se deje de monsergas sanguinarias y acuda al alma viva de los que menos tienen para cantar sus hazañas cotidianas: el hijo que lleva los pantalones rotos; la notificación del desahucio, el abandono del hogar con cuatro trapos y una cacerola, acompañados eso sí por otros pobres que enlazados por los brazos intentaron impedir a las Fuerzas del Orden que tirasen la puerta de su hogar y los sacaran a rastras de su refugio; los hijos que hacen un llamamiento desesperado en los puestos de trabajo de sus padres para que les permitan tener vida; el enfermo del pequeño pueblo sin ambulatorio que en la noche siente el miedo de morir como un perro mientras otros, los que se atreven a acusar a los miserables de haber vivido por encima de sus posibilidades, alardean de esquiar en Canadá y de gastarse casi una millonada en confetis para el cumpleaños de uno de los suyos! ¡Yo invoco a Homero a que deje su ceguera y abra los ojos a los que al ser despedidos de su única fuente de alimento, se sienten culpables y rumian en la noche y maldicen el día en que nacieron para que sepan ver a los verdaderos urdidores de su desgracia! Porque si bastante desgracia es trabajar para malvivir peor es aún sentirse responsable de no poder siquiera vivir mal.
Os diría: La tierra es rica y hay para todos. Y no mentiría. Bien sabéis vosotros que no miento. Os pediría: Enseñadme vuestra hidalguía y la paciencia cuando el frío os hace juntaros y fuera nieva y la calefacción está apagada. Enseñadme la caricia en la carencia, el abrazo en la oscuridad, la sonrisa al peque. Enseñadme cómo se regala como única la muñeca encontrada en la basura. Enseñadme cómo se aguantan las lágrimas y la desesperación a la hora de las comidas. Enseñadme vuestro orgullo sin peinetas, vuestra religión sin dios, vuestra fe sin hábitos. Enseñadme esa humanidad que hoy de nuevo, como tantas otras veces en la historia de los hombres, se quiere exterminar.
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