El espejo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/12/2011 a las 11:09

Capítulo Primero: El cuarto


Siempre es por la tarde. Ahora que es invierno ya ha anochecido. Así se podría decir que siempre es por la noche. Cuando llegue la primavera, si siguen vivos, se verán con más luz. Todo empezó tiempo atrás -eso creen: que existe ese tiempo atrás; que existe la direccionalidad en el tiempo; es más creen que el tiempo existe-, cuando comenzaba el verano. Entonces se veían por la mañana. En el mismo cuarto. Se vieron un sábado y un domingo.
El cuarto es cuadrangular. Sus paredes están pintadas de color verde claro. En dos de ellas hay ventanas. En las otras dos hay diplomas y reproducciones de cuadros de Kandinsky, Miró y Mondrian; una de las paredes, la que se encuentra a la derecha según se entra, soporta un gran espejo rectangular. Hay tres mesas. Una de despacho en cristal. Las otras dos son bajas y de mimbre trenzado. Tiene ocho sillas. Tiene dos alfombras. El cuarto no tiene luz cenital. Hay cuatro lámparas. Una de pie, junto al espejo, y frente a él, dos lámparas de mesa colocadas en unas repisas que enmarcan con su luz la oscuridad de la ventana. La cuarta está en el suelo, en el rincón opuesto a la de pie, y nunca hasta ahora se ha encendido. Sobre cada una de las mesas de mimbre hay un cenicero y una caja de pañuelos de papel. Sobre la mesa de despacho hay un bote con lápices, bolígrafos, sacapuntas y gomas, varios tomos encuadernados con una espiral, un cartapacio de cuero y un cenicero de roca.
Este es el cuarto donde se conocieron. Aquí transcurrirá la historia que hoy empieza. Tan sólo en alguna ocasión ocurrirá algo en el cuarto contiguo o un poco más allá, en el porche de entrada. Quizá nunca ocurra nada en el porche de entrada.
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