Cuaderno amarillo. Undécima cita del mes de mayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/05/2013 a las 13:11

Cuaderno amarillo. Salvador Pániker. Editorial Areté. 1ª Edición 2000


Constantin Brancusi, Sleeping Muse I, 1909-10


Pags. 105-106
10 de agosto de 1993


Cuando se me pasan las ganas de agradar a todo el mundo recupero la libertad, descubro que tengo una columna vertebral. Cuando dejo de autojustificarme me convierto en el ser adulto que aparentemente soy.
Asumir serenamente el perfil propio.
Lo que antes se llamaba ser un hombre de principios, uno lo convierte, más modesta y concretamente, en tener una columna vertebral. Necesitamos una columna vertebral para nuestra finitud bamboleante. De lo contrario, uno quiere "ir a por todas", pierde el sentido de la contención y el límite, cae en la desmesura, la vieja hybris griega, y acaba en la autodestrucción.
Columna vertebral. Pero también agilidad, ausencia de principios absolutos. No hay valores absolutos. Todo lo cual enlaza con aquella nueva magia de la cual hablaba hace unos días, la conciliación entre razón y mística. Ya he dicho repetidamente que la mística es esa seguridad previa que te permite vivir dudando. Una seguridad, claro está, paradójica: porque consiste, precisamente, en no necesitar ya de seguridad alguna. En cuyo caso, la mística es la otra faz del pluralismo. El místico es alguien capaz de vivir tranquilamente sin ideas: por esto puede correr el riesgo de tenerlas. Porque no se le van a absolutizar. Porque no las necesita para dar un sentido a la vida. Porque sabe que la vida no tiene sentido.
Lamentablemente, las gentes todavía se matan las unas a las otras por cuestiones de sentido. El siglo XX - que comenzó en 1914 y terminó en 1989- ha sido un siglo de absolutismos intramundanos. Dos guerras mundiales y varias exterminaciones en masa son el resultado del furor ideológico, la falsa mística. Hoy procede vivir sin creencias absolutas, en permanente provisionalidad. Para lo cual hace falta segregar un plus de creatividad retroprogresiva que antaño no era menester. Quiere decirse que la democracia, la secularización y el laicismo, esas conquistas de la modernidad, sólo se mantendrán si se descubre y se vive ese trasfondo -que yo llamo místico- que le permite a uno mantenerse en la provisionalidad, el relativismo, la incertidumbre y la increencia.
Es la paradoja retroprogresiva.

Es también el meollo de la mal comprendida postmodernidad. Secularizada la religión del progreso, vuelve a abrirse el espacio de lo genuinamente místico. Lo místico que ya no tiene por referencia a Dios, la Ciencia o la Clase Obrera. Lo místico que es el acceso al presente.
Lo cual no anula los proyectos de futuro, ni conduce a una sociedad ahistórica donde se confundan lo real y lo imaginario. Baudrillard sólo ha captado la mitad de la cuestión. Lo que ocurre es que el viejo Relato Único de la modernidad se ha quebrado en mil minúsculos relatos. Ocurre que cada cual ha de inventar su propia leyenda.

Creatividad y mística son así -insisto- nociones inseparables. Y una fenomenología de los estados creativos podría confirmarlo. Una vez más citaré a Brancusi: "Ce qui est difficile ce n'est pas de faire, mais de se mettre dans l'état de faire". Ponerse en el estado de hacer es entrar en el estado de gracia donde no hay disociación entre los medios y los fines, el fondo y la forma: la obra de arte surge entonces espontáneamente y por sí misma. Un gran artista es, ante todo, un gran médium. A fuerza de despejar mecanismos de defensa y otros condicionamientos, se computan mil mensajes que antes pasaban de largo, se pone uno dans l'état de faire, se consigue que la gracia fluya. "Algo en mí, crea" decía Mozart. Y Paul Klee escribe: "Libérate de la pretensión de ser el autor de tus actos; entonces serás libre, atento, expandido, y lo que deba ser hecho se hará."

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