Anatomía del cuello

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/07/2025 a las 17:58

ISRAEL ES UN ESTADO FASCISTA, PIRATA Y TERRORISTA

BOICOT ISRAEL



Lo mascullaba. Sentada junto a la ventana que da a la calle lateral. Lo solía hacer por la tarde. Arrastraba una silla. Por supuesto al principio -recién llegada- intentaron impedírselo. No sabíamos muy bien por qué a la dirección de la Residencia no le gustaba que los residentes arrastráramos sillas junto a las ventanas. Ella consiguió que la dejaran a base de empeño. Las primeras veces -decíamos- intentaron que desistiera. Le quitaban la silla. La cogían por el brazo y la intentaban desviar de su destino pero ella se resistía oponiendo exactamente la misma fuerza que se ejerciera contra ella. Al final la dieron por imposible pero eso sí con la advertencia a todos los demás que lo que hacían con ella era una excepción, hasta que se acostumbrase a vivir en la Residencia como -insistían- habían hecho con todas y cada una de las personas que habíamos ido a parar allí. Llegaría el día -zanjaban- en que ese privilegio se le denegaría como había ocurrido ya en otras ocasiones.
Pasó el tiempo y ella siguió arrastrando la silla cada tarde hasta la ventana que da a la calle lateral, por la que nunca pasa nadie. A ella le gustaba mirar la luz de la farola anaranjada y más cuando llovía y brillaban sus reflejos sobre el asfalto negro y mojado. Si sus ojos mostraban cierto grado de alegría, su boca mascullaba atormentada. Al principio no sabíamos muy bien qué decía. Su mascullar era, por decirlo de una manera gráfica, extremo: mascullaba apretando las mandíbulas, mascullaba entre dientes, sin apenas mover la lengua, sin apenas sonido. Ese mascullar ponía en tensión todos los tendones del cuello que a su vez iba tensando el resto de su cuerpo hasta el punto que llegaba un momento, cuando su mascullar tenía ya tintes trágicos, que lo único relajado y alegre de toda ella eran tan sólo los músculos que conforman las expresiones de los ojos. Esos ojos verdes y atentos que fijaban su pupila en los destellos naranjas de un asfalto mojado.
Fue Teresita, una mujer muy pizpireta de noventa y cuatro años, una de esas mujeres que parecen haber nacido para hacer felices a los demás, la que terminó descubriendo la frase que mascullaba Ester -así se llamaba la mujer que arrastraba todas las tardes una silla hasta la ventana que da a la calle lateral, la que casi está desierta- y lo descubrió primero por su oído finísimo, segundo por su perseverancia y tercero porque relacionó el número que tenía tatuado en el brazo derecho con lo que todos ustedes ya imaginan y más sabrán cuando les digamos la frase que esta mujer mascullaba: ¡Malditos seáis los sionistas convertidos en nazis!  ¡Malditos seáis!
Ha pasado más de un año desde que Ester llegó a la Residencia. Nadie hasta ella consiguió mantener tanto tiempo una manía. La constancia de la Dirección suele acabar hasta con la más contumaz de las resistencias sólo que en este caso han pinchado en hueso porque el acto de Ester no es una manía y mucho menos un desafío, el acto de Ester es un acto de rebeldía, es una plegaria, es el dolor de una judía por el genocidio cometido por el gobierno de su pueblo y con el apoyo por acción u omisión de gran parte de éste: Sion.
 
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