8-10 de Octubre de 1996
Querido padre:
La taberna del puerto tiene una barra hecha con bastos troncos de madera, el mostrador, sin embargo, está hecho en ébano y se recubre con un cristal de Venecia del siglo XIV que trajo a estas tierras un tal Salvador Ichaso, cristalero vizcaíno que anduvo por los mares en busca de un mineral imposible.
El tal Salvatore creó leyenda en la isla de Wotopinga. Aún hoy cuando alguien realiza un trabajo minucioso o cuando una comida sabe a viento y vida o cuando nace una criatura sin dolor, los wotopingueses exclaman: "La mano de Salvador se ha posado sobre este trabajo, esta comida, esta criatura".
A parte del cristal, Salvador trajo a Wotopinga otros inventos maravillosos.
La primera vez que los habitantes de la isla escucharon los sones de una guitarra, sus corazones se detuvieron, sus alientos no respiraron, sus miradas se clavaron en las notas de la música que flotaban entre las palmeras, los enebros y los castaños, sus manos sintieron la caricia de la rasgadura, sus pieles se erizaron y los lamentos de la música les hicieron recordar momentos felices de sus vidas.
La primera vez que probaron la tortilla de patatas frita en aceite de oliva de los campos de Jaén, los wotopingueses crearon canciones porque has de saber que los habitantes de Wotopinga son unos expertos cocineros y en la comida ponen todo su empeño y todo su cuidado.
La primera vez que representaron la vida en un lienzo fabricado por Salvador, lloraron.
Pero, al igual que los wotopingueses se prendaron de los conocimientos de Salvador Ichaso, el vizcaíno se prendó de los conocimientos de los wotopingueses.
La primera vez que Salvador probó la langosta con esencias de nenúfar, estuvo en un éxtasis culinario durante más de cuatro días. Y dicen que dijo al despertar: "Nada me ha hecho saber más"
La primera vez que Salvador untó su cuerpo con aceite de Salpapiedra (la salpapiedra es una planta que sólo se da aquí y que tiene la propiedad de secretear con la piel) estuvo riéndose toda una noche porque la salpapiedra siempre fue una planta chismosa y con el tacto narraba a Salvador secretos de juegos amorosos.
Y cuando probó la ayahuasca revivió el día en que su tío abuelo Adeodato, abate de Liébana, le narró al oído los mayores secretos mitológicos que recoge Plinio en su Historia Natural. Lo curioso es que por aquel entonces Salvador contaba con seis meses de edad.
La taberna del puerto tiene en su haber la llegada de más de tres mil barcos de todas las partes del mundo, en sus mesas y taburetes, acodados en la barra y frente a las ventanas, murmurando letanías en las jambas de su puerta o silenciándose con el sonido de las meadas, la taberna del puerto ha acogido a más de cien mil marineros, a más de treinta mil mujeres, a más de tres mil perros, a una infinidad de insectos y a cuatro mariposas que despistadas se bebieron los restos de un vaso de ron creyendo que se trataba del polen de una flor.
Mi casa mira al sur. El sol recorre a lo largo del día, en el sentido de la escritura occidental, los espacios abiertos del interior. Los animales buscan su calor y se quedan dormidos. El mar y el viento se han calmado. La arena muy amarilla tiene pisadas de gaviotas. El cielo azulísimo. Son las once y veinticinco de la mañana. No hay ni una nube. Me viene a la memoria una viñeta de Dumbo en la que el tío Gilito, a bordo de un yate estupendo, se quita su eterna levita para que la brisa marina desprenda de sus plumas el polvo de oro que le impide traspirar.
Un beso muy fuerte.