38 Libro de las soledades

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/06/2021 a las 18:16

Escrito por Isaac Alexander

Edición y notas de Fernando Loygorri


Mademoiselle Rose de Eugène Delacroix. 1817

XXXVII
 
8 horas y 17 minutos
     Me digo: aliento. Levanta. Los huesos. Es la mañana y el sol entra aún con un tono dorado y suave. Sé que el calor llegará y caminaremos bajo un sol de justicia. A los lejos podría ver las huestes enemigas.

     Lo dejo ahí. En el ensueño. Alguna vez me creí con la capacidad para volver a los sueños. Creo que alguna vez lo conseguí. Desayuno un café solo. Hacía tiempo que no desayunaba un café solo. Sin azúcar. Sin leche. Sin tostadas con mantequilla. Las tostadas hechas con el pan del día anterior me recuerdan a la infancia*.
10 horas y 17 minutos
     Puntual Clarissa. Se sienta frente a mí. Está roja como un tomate. Le ofrezco un café. Me dice que todavía no toma café, añade que no sabe si tomará café nunca. Hay un momento de silencio. Ella me mira y baja la vista. Entonces dice, atropelladamente, Si quiere puedo empezar por la cocina. Es lo que suele estar más sucio. Los hombres lo dejan todo por ahí. Y luego los baños. Eso me parece a mí. Le pregunto a Clarissa si ha ido a la escuela. Me responde que poco. Me levanto. Miro por la ventana y le pregunto, Clarissa, ¿te gustaría aprender? ¿Saber, por ejemplo, cómo es el esqueleto de un pájaro o descubrir el sonido de las bramaderas, bueno, primero saber, si no lo sabes, lo que son las bramaderas? ¿Te gustaría que diéramos paseos por el bosque, a lo largo de todas las estaciones y varias veces y observáramos, tan sólo observáramos? ¿Te gustaría prepararte para no ser criada?
Clarissa se queda callada. No importa. Su mirada brilla tanto (lo intuía -la intuición es la antena que conecta a los seres afines-) que hasta tiene miedo. Le digo, Te pagaré tres horas diarias paras que aprendas lo que puedas de lo que yo te pueda enseñar.
Clarissa abre la boca, ¿Por qué? pregunta. ¿Quieres?, le respondo. Sí, dice ella. Pues entonces porque sí, ¿te parece? Vamos a empezar ya porque no sé si conoces ese dicho, por el camino de mañana se llega al de nunca. Lo primero que te quiero enseñar es algo, para mi gusto, esencial para bien vivir, que es no hacer nada, absolutamente nada.
También le hago una sugerencia: mejor que no le diga nada a nadie y sobre todo a su familia. Ella vuelve a bajar la mirada cuando contesta, Ya lo había pensado. Bien, pues manos a la nada.
1 y media de la tarde
     La nada es fértil. Tardará Clarissa en relajarse. Si es que alguna vez... alguna vez. Vendrá a casa los lunes, miércoles y viernes entre las diez y la una que es la hora en que más tranquilo está el bar. El sueldo se lo dará íntegro a sus tíos.
     Mientras paseo por la montaña con Hamlet y Donjuan, me pregunto si mi interés por Clarissa es una especie de nostalgia de paternidad. No es la primera vez que tengo este pensamiento. Me pasa con M. En realidad me pasa siempre que estoy con una mujer mucho más joven que yo. Es cierto que el atractivo sexual es una fuerza poderosa, casi irresistible para mí pero también me he visto a veces disfrutando mucho más el momento de la confidencia o del descubrimiento junto a ella de algo que le ocurre por primera vez y que a mí, por simple diferencia de años, ya me ha ocurrido varias veces; ese momento, en ocasiones, es mucho más hermoso y duradero en mi memoria que el acto amoroso que había ocurrido antes o que ocurriría después. Y también pienso si late, de forma oculta, un deseo por un cuerpo joven, desvalido que me lleva al tema de las muchachas perseguidas de la novela romántica y por eso, el primer nombre que me surgió fue el de Clarissa, como también podrían haber surgido Julia o Justine. Intento, mientras la subida me hace romper en sudor, sincerarme conmigo mismo, ver en lo más hondo de un hombre que se encuentra en su último aliento, si lo que envuelve con un aura de filantropía no es más que el deseo de amar, una vez más, la inocencia. Y no hay inocencia más palpable que la de un cuerpo joven. Quizá convivan ambas pulsiones.
5 y  37 minutos de madrugada
     Me ha despertado una lluvia muy fina que he asociado al sueño en el que M. deja caer su lluvia dorada sobre mi boca. Bebo su pis que sabe de forma muy tenue a aguacate. Respiro hondo el aire de la tierra recién mojada y antes de tomarme un café me acerco hasta la cerca que separa mi propiedad del mundo y me apoyo en ella y cierro los ojos y dejo que las imágenes del sueño vuelvan: M. me mira con ojos de serpiente y al abrir su boca su lengua bífida se pasea por mis pezones. M. me muerde, me muerde fuerte. Escucho, recuerdo el sonido en el sueño, un trueno agudo, largo en el tiempo. Ahora estoy solo. Llevo una bata de lino abierta. El vello de mi pecho se riza ante mi vista. Ahora es una risa lo que escucho. Entonces se acerca Hamlet y me devuelve a la vigilia. Tienes que volver al mundo, parece decirme con el movimiento de su cola. Vibra la lluvia. No tardará en reinar el lucero del alba.

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Es curioso porque a mí me ocurre lo mismo. Lo escribía en el capítulo 9º, entrada 166 del libro Me Acuerdo (si haces un clic sobre el título resaltado en verde accedes a todos los capítulos) que acabo de publicar en Inventario.
 
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