Plexo solar
Hoy vivo en el plexo solar. Al despertar ya he sentido la opresión. He luchado. Siempre que habito en el plexo solar sé que he de luchar. Suelo conseguirlo. Probablemente sea porque mi abuelo materno fue militar de carrera.
El plexo solar alberga la desdicha de respirar con ansia. Cuando vivo en la rodilla, el tiempo es otro; nada importa tanto. La rodilla es la piedra. Por la piedra pueden pasar millones de años y apenas verá alterada su morfología. A los ojos de un hombre que de costumbre viviera en su plexo solar, nada en la piedra se vería alterado. Los ojos de un hombre que vive en su plexo solar son ciegos a las pequeñas variaciones de la vida. Porque la piedra vive. Que se lo digan a los muertos.
He luchado. Sólo que ha habido momentos en los que la atracción por el infarto de miocardio ha sido tan grande que me sentía una luna que orbitara alrededor de un planeta infartado. He hecho muescas en los olmos; he lanzado una pelota treinta veces; he mirado la lejanía; he hecho las labores cotidianas; he ido hasta el pueblo más cercano; me he encontrado con el carnicero que en su ciclo coincidía en que él también habitaba hoy en su plexo solar; he vuelto a casa; he cocinado; he comido; apenas he descansado; me he duchado; me he cortado las uñas de los pies y de las manos: me he afeitado; he paseado cuando el sol se dejaba caer... luchar, me digo, por llegar mañana hasta el taller y charlar con el amigo, quizás habitando en el cuello u obstruyendo un poco el colédoco, ¡quién sabe!. A cada día su afán. Vale.