03 Maldad

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/10/2014 a las 00:33

No quiera mi maldad hacer alarde de fuerza, sabiendo que todo hombre necesita para sí una vida secreta; no fíes de los que dicen que todo en ellos es claro como agua de manantial y respóndeles, con cautela, que las aguas siempre fueron metáfora de sima y asiento de pasiones; no quiera nunca exigir pruebas crueles así los hofiogenos, unos pueblos de la isla de Cyprus, a donde las serpientes no hacen daño alguno a los naturales; éstos, embiando (recuerda, lector amable, la flexibilidad de la ortografía media) un embaxador de Roma para çertificase de cosa tan extraordinaria, le metieron en una tinaja donde avían echado muchas bíboras y serpientes ponçoñosas, las cuales no le hicieron ningún daño, antes le lamían el rostro con sus bífidas lenguas y pareçía que se regalaban con él. Lo cuenta Plinio como también da cuenta de un pueblo del África llamado los Psylos que, teniendo sospechas de que sus mugeres les avían hecho trayción con algún extranjero, echaban los niños a las víboras, las cuales a sólo los naturales no empeçían y con esto tomaban satisfacción y desengaño de su sospecha. No quiera, digo, hacer pruebas, exigir voluntades, detestar amaños, criticar acciones pues nunca se sabe realmente si lo bueno devendrá bueno y si lo malo provocará calamidades. El cielo no tiene tamaño y una mano puede ser infinita. Atosigados como estamos por el afán de medir (medir lealtades, medir pasiones, medir gradaciones, medir vanidades, medir edificios, medir oscilaciones, medir verdades) aún no hemos podido asimilar la esencia de la matemática occidental que se aleja de la matemática griega en su desdén por medir, en su invención de lo ser en sí, sin magnitudes. No haga como Alejandro Magno que estimó tanto las obras de Homero que viniendo a él una caxa o escrinio de Darío, rey de Persia, discurriendo sobre qué cosa de gran precio se podría guardar dentro, dedicó, al fin, esta pieça para las obras del poeta ciego [me pregunto, ¿qué poeta no lo es?]. También Alcibíades -atheniense de claro linaje, fue muy gentil hombre y muy hermoso, lo qual fue ocasión de que en su mocedad anduviese distraído. Pero después allegándose a la doctrina de Sócrates El Preguntador se reformó y fue excelente en virtud, prudencia y sagacidad, por todo lo cual vino a imperar en la ciudad- llegando a un maestro de Gramática le demandó si tenía obras de Homero y respondiole el tal maestro que no tenía tal autor ni le conoçía; Alcibíades entonces le dio un gran pescozón y se fue haciendo burla de él, pareciéndole que era indigno del nombre de Maestro quien no tenía las obras del maestro de los Maestros. Me repito: no haga como ellos por más que su razón tengan pues no es de recibo que un maestro de Gramática desconozca a Homero y desde luego merecen sus obras el más hermoso contenedor que labrado se haya. Sin embargo, me digo, ¿quién soy yo para juzgar? Contra el único al que me debo erigir como juez es ante mí. Los demás no son de mi incumbencia ni he de desdeñarlos. Por eso quiero mantener a raya mi maldad la cual es muy dada a los juicios de valor y a la mezquindad mundana.
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