02 La Clerc

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/09/2022 a las 13:03

Clerc: Persona ilustrada o sabia
Clerc: En la llamada Edad Media, estudiante.
Deriv.: Clérigo, Clerecía.



Nombraremos la clerc  y el clerc  a los dos muchachos protagonistas de nuestra pequeña historia. Lo haremos así para salvaguardar sus identidades y no porque corran peligro, pobres nuestros, sino por respetar su deseo que fue siempre una búsqueda, diríamos que hasta afanosa, del anonimato. Las cuestiones éticas de esta búsqueda quizá queden para más adelante porque lo que ahora importa es la peripecia de esta pareja de jóvenes.
Llueve mansamente en la ciudad antigua. Serán las cinco de la tarde y ya la luz, estamos en noviembre, se va yendo y la humedad fría lo va inundando todo. La ciudad antigua es toda de piedra y su pavimento de adoquín. La lluvia mansa que cae sobre las piedras las abrillanta y crea unos reflejos raros que podrían sugerir sombras fantasmales surgidas a deshora.
Desde el atrio, sordamente al principio, se escucha el murmullo de los clercs que salen de clase. Han de salir todos en fila. Todos los grados han de salir al mismo tiempo de sus aulas, primero lo más avanzados, no necesariamente los mayores, por último lo más rezagados, no necesariamente los pequeños. La clerc y el clerc  salen en el grupo de los avanzados. Permítasenos decir algo de su fisonomía.
Ella tiene dieciséis años, cabellos castaños tirando a rubios, frente estrecha y cóncava que denota -según los patrones de la fisiognómica actual- audacia en el pensamiento, ímpetu en la acción; tiene los ojos grandes y negros, ariscos los pómulos, una boca carnal y unos dientes blancos y regulares de los cuales se han hecho conocidos algunos poemas a ellos dedicados; su mentón es firme y delicado como lo es también su cuello; de sus escápulas diríamos que son remos y de su pecho mascarones de proa a punto de florecer; cintura breve -dicen los que la han visto-, lo mismo alaban de su cadera y uno que vio sus piernas dijo de ellas que eran pura sencillez, columna dórica.
Él tiene dieciséis años, cabellos negros y rizados, frente ancha y lisa que denota decisión en el pensamiento, prudencia en la acción; tiene los ojos tristes y verdes, armónicos los pómulos, una boca esbelta que cuando sonríe parece amanecer y unos dientes grandes, casi brutales, a los cuales, algunos, compararon con los dientes de Orestes; su mentón es firme y triangular, su cuello ancho como farallón de las tierras del Norte se yergue sobre un torso que parece copiado del David de Donatello; esbeltos los brazos, ágiles las piernas, precisos los pies.
Todos los clers, antes del salir a la calle se encapuchan y bajan la cabeza en señal de sumisión. Algunos se encaminan a sus casas, otros a los Colegios Mayores de los Clercs. En los Colegios Mayores viven los huérfanos de la última guerra. En el mismo Colegio vive la pareja a la que no pondremos nombres propios. Desde la Universidad hasta los Colegios Mayores han de caminar un par de horas. La regla exige que ningún clerc acompañe a otro. Todos han de ir consigo mismos, recogidos en sí, y así, cada tarde, se produce la extraña imagen de una hilera de jóvenes en hábito y encapuchados que atraviesan la ciudad camino de sus residencias como si fueran espectros. Nada más lejos, claro, de la realidad.
 
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