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Yo sé, femme sans merçi, que pierdo el tiempo. ¡Ah, sí! ¡Cuánto lo pierdo! Esta mañana mismo, escucha, esta mañana, al levantar y sentir en mis riñones el aire matutino, he imaginado que ese aire, ese mismo aire fresco y limpio, era causado por tu mano al acercarse a mí, hacia mis nalgas... cuando tú, sí, terrible, inclemente, femme sans merçi, estás muy lejos. Has estado siempre tan lejos. Me he cegado tanto. He querido someterme a tus caprichos tanto que al final -así sois, ¡Oh, mujeres fatales que tanto me atraéis!- has dejado siquiera de querer hacerme daño con tu desdén.
Perseguida por el Duque busqué refugio en una ermita. Había caído la noche y gracias a eso pude ver la débil luz de un candil junto a una ventana; al acercarme observé durante un rato la silueta de un hombre vestido de hábito y tonsurado que, inclinado sobre la mesa, sorbía lentamente una sopa; la imagen de un fraile me produjo cierta paz en el cuerpo pues sabía, por boca de mi madre y de mis tías, que hombre como aquél tenía prohibido probar mujer so pena del infierno así es que me animé -también por el hambre y la sed- y llamé a la puerta. Me abrió el fraile y pronunció no sé que palabras en no sé qué lengua pero lo que sí entendí fue el gesto de la mano con el que me invitaba a pasar. Entré y lo primero que me asaltó fue un olor droga, acre, como si en aquella estancia habitara un animal venido de más allá de la muerte.
Porque ya lo dijo el poeta: el amor es una transacción comercial.
Con qué cuidado iba avanzando el hombre por la espesura. Sus golpes de machete eran rápidos y certeros como si el sonido de los tallos y las ramas al ser tronchados debiera durar lo menos posible para no delatarle a ningún depredador -o devorador de hombres- camuflado en la fronda.
Porque te mira no lo es, no, no lo es. Llegará ese día cuando no se hará la luz y en la tampoco oscuridad es casi seguro que dejará de sentir la gravedad de estar vivo. Sí, sí, se dice como si hubiera descubierto una razón para seguir, será levedad, será levedad. Cierra los ojos. Respira despacio. recuerda el Lexicon Imperfectum y quisiera tener la certeza de si Arnaldi se sintió satisfecho cuando pudo adjetivar su léxico como la existencia se percibe...
No puedo, damas y caballeros, terminar mi conferencia sin apelar, cariñosamente, a su generosidad y si el título de la misma es La desnudez bien pensante en las islas de Timor Oriental durante los primeros días de la Revolución Francesa, ¿por qué no nos despojamos de nuestros trajes y vestidos? ¿por qué no nos desprendemos de nuestras ropas interiores y nos quedamos en pelota picada y así, como nuestras madres nos trajeron al mundo, nos despedimos y damos por inaugurada la temporada nudista en nuestro querido y vetusto balneario?
No sé por qué siento tal relajación cuando leo y transcribo las elucubraciones de los etimólogos acerca de alguna palabra. Pienso si será por la seguridad que me proporciona el mundo hecho con letras que se llama Literatura porque también es literatura la escritura del diccionario -estos hombres son escritores- como también lo son los filósofos. La Filosofía debería ser ofrecida como un género literario. Miro muy concienzudamente las tipografías, las busco en la red, las transcribo y así pasan los minutos de esta mañana de julio mientras tras de mí escuchó las brazadas y las patadas de los nadadores olímpicos. A veces es tanta la concentración en la transcripción que me olvido de que estoy cociendo unos judiones de La Granja con los que haré una ensalada de verano. Me sienta bien creerme rata de biblioteca durante una mañana.
derramarse entera, querer huir de la celebración cuando es su hermana, su hermana gemela, la que está a punto de contraer matrimonio con ese puto chulazo al que nada más verle le han dado ganas de darle una patada en los cojones y cuando la ha agarrado por la cintura y le ha dicho a su hermana, Vaya, nena, no sabía que iba a tener dos por el precio de una y ha acercado su asquerosa boca a su mejilla, en ese momento ella sabía que tenía que derramarse, salir huyendo si no quería aguar una fiesta que no iba con ella. Así es que cuando el maromo la tenía por la cintura, estaba acercando su boca a la comisura de la suya (porque tenía la intención de besar parte de su boca) y empezaba a sentir la tela de su camisa en su pezón izquierdo, ella se pone de puntillas, acerca sus labios a los orejas de él y en un susurro le dice, Apártate ahora mismo de mí si no quieres que te vuele las pelotas y sonríe cuando me separe, cerdo asqueroso. El gañán lo hace.
Despídeme del mar ahora que me adentro. No quedará en la orilla huella alguna mía y los siglos pasarán por encima del momento en el que miré hacia atrás por última vez; el cielo estaba gris y una mancha muy a lo lejos se diría una nave. No quiero decir más. No me da el alma.'); document.write('
tantas cosas son inciertas. La vida misma. Ser un lobo estepario que sufre estar en la estepa, ser lobo y ser anacoreta.
¿no es esto la vida? Un no poder estar seguros, recopilar los pocos datos que se posean, interpretarlos. Si la vida son palabras y hay tantas palabras inciertas...
Onofre Pou salió como todas las mañanas camino de su tienda de ultramarinos a las seis y cincuenta y seis minutos y justo antes de poner su pie derecho en la acera, se caló su bombín. La mañana era fresca, del puerto llegaba el olor intenso del salitre y cuando una mujer pasó junto a Onofre, éste aspiró hondo su olor a recién duchada y la panza de Onofre Pou pareció tirar de él para alejarlo cuanto antes de las ensoñaciones eróticas que como fuegos artificiales se habían disparado en la mente del buen cincuentón. Porque, digámoslo de una vez y para siempre, Onofre Pou a sus cincuenta y ocho años era un salido.
También entonces los escribas. También en aquel tiempo habría una persona que mirara por un vano en el muro y se preguntara por el sentido de las cosas. Hablo del siglo XIV en algún lugar de Inglaterra, probablemente al sur de Londres. Esa persona mira por el vano un fondo de bosque y un cielo muy gris. No me extrañaría que fuera esa armonía de los tonos la que le provocara una melancolía cercana a la saturnal.
arrastrar hasta sus últimas consecuencias; el Mal, entonces, era una averiguación sistemática del dolor y esas averiguaciones llevadas a cabo en nuestros laboratorios -que otros llamaron campos de trabajo y otros campos de concentración y que nosotros tomamos de un general español apellidado Weyler que ideó una forma eficaz de reprimir a los campesinos del occidente cubano- nos llevaron a la conclusión de que el cenit del Mal era permitir que los que iban a ser exterminados fueran previamente exterminadores. ¡Dejad que los Exterminadores se acerquen a mí!
Eso digo yo, amor mío, si tú habrás entendido quizá otra cosa; si la misma palabra quiere decir para nosotros cosas distintas o más aún si entre tú y yo somos extranjeros, no sé de qué países, no sé en cuál estamos si en el de uno de nosotros o en un tercero al que podría denominar neutral. Por eso me prevengo y siento en las noches oscuras -cuando sudo y estoy desnudo y quisiera un tiempo antiguo- que desear lo antiguo es estar muerto. Por extrañas alquimias... te diría, si te parece bien que volvamos a leer a Jung...
'); document.write(' Invitados'); document.write('
'); document.write(' Tags : '); document.write(' Derivas '); document.write(' Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/07/2021 a las 13:55'); document.write(' | '); document.write(' '); document.write('