Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
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El ajedrez es una fuente de placer. Ahora mismo en pestaña a parte tengo una posición que espera su solución. El rey blanco está algo aislado. El enroque parece que no le va a poder salvar del ataque con mi dama y mi caballo. Pero hay que detenerse. El ajedrez tiene una fascinante  característica: toda posición encierra un misterio.

Los paseos por el campo son una fuente de placer. Caminar la tierra. Sentir la luz. Escuchar el trino de los pájaros. Mirar el aleteo de las ánades. Observar cómo se sumergen en las aguas del embalse y surgen treinta metros más allá con un pescado en la boca. Incluso el temor de que aparezca un jabalí tiene algo de misterioso -como el ajedrez- por lo atávico. El cuerpo -sobre todo el oído- está alerta. Un crujido en un arbusto, un movimiento anormal del aire, un cambio de temperatura. Y ese sentirse animal en tierra de animales; ese saber -como me ha ocurrido varias veces- que puede aparecer frente a ti un animal salvaje, hace que sienta el extraño placer del riesgo, del viejísimo riesgo que los hombres siempre hemos tenido en la naturaleza.

He fallado el problema. No he descubierto el misterio de la posición. Por engreimiento. Por soberbia. Voy a intentarlo de nuevo y antes de atacar la posición voy a decirme lo que siempre debería decirme: tranquilo. Es muy difícil y muy sencillo y porque es muy sencillo es muy difícil. Como vivir.
Han pasado tres horas. He fallado demasiados problemas ¡qué placer!

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/12/2016 a las 21:52 | Comentarios {0}


Quizá sea cuestión de encontrar un bar. Seguro que existe uno de esos bares. Ya sabes: la noche, una mesa de billar, una barra, música alta. Quizá necesito ese espacio, volver a pillar, beberme un par de rones con hielo, esperar a que aparezca. Tenía que ocurrir. El destino no es una palabra cualquiera. Recuerdo una noche. Era ya muy tarde. Una noche de reyes en Madrid. En aquellos años las noches de reyes tenían magia. Las calles estaban vacías. No pasaba un coche por la calle Fuencarral. Tampoco un taxi. Yo estaba borracho y no me sentía con fuerzas para llegar hasta mi casa andando. Vivía entonces en el Paseo de los Melancólicos. Nunca debí de dejar ese paseo. Se me ocurrió la idea de hacer dedo. Me quedé quieto en una esquina. Por allí pasaba un coche de vez en cuando. No confiaba demasiado en que parara nadie. Ya sabes: un borracho, en enero, en una calle del centro de la ciudad. Pero paró un coche. Lo conducía una mujer de mis mismos años. También borracha. Me dijo que si la llevaba a una gasolinera luego ella me llevaría a mi casa. La llevé a la gasolinera que hay en Alberto Aguilera con Vallehermoso. Cargó. Me dijo que dónde vivía. Se lo dije. Me dijo que no tenía ni puta idea de dónde estaba eso. Le indiqué. Me dijo si me apetecía meterme una raya. Nos la metimos. Me llevó a casa. Me contó antes de llegar que acababa de salir de la trena. Tenía que viajar. No sabía si iba a poder. Le dije que si quería subiera a mi casa y se tomara un café. Aceptó.
Era una mujer castigada por la cárcel y las drogas. Tenía un cuerpo agradable. Apenas se había pintado. Vestía con una minifalda de cuero negra y las medias también negras tenían carreras. Mientras hacía el café se hizo otro par de rayas. Yo puse algo de música. Me serví otro ron. Ella me dijo que dejara el café para más adelante, que le pusiera otro a ella. Lo hice. Nos metimos las rayas. Nos bebimos el ron. Le dje que parecía un Rey Mago. Rió y me dijo que más bien sería una Bruja Maga, una puta bruja, drogadicta. Le dije que no era bueno que se insultara. No es bueno que nadie se insulte. Incidí en que era un Rey Mago: me había sacado de la calle, me había traído a casa, me estaba poniendo hasta el culo, era una buena compañía. Entonces ella me contó que cuando estaba en la trena, lo que más le apetecía era que alguien le diera un masaje en los pies. Nunca le habían dado un masaje en los pies. No sabía por qué pensaba en eso en la celda. Muchas noches, decía, muchas noches lo pensaba. ¿Por qué coño pensaba yo en masajes en los pies? Ponte otro roncito que yo me voy a hacer otro par. Puse el ron. Hizo las rayas. Me puse a sus pies. Le quité las botas y le hice un masaje. Ella cerró los ojos y lloró un par de lágrimas negras. Cuando terminé, la volví a calzar. Me dijo, Podemos follar si quieres. Yo no quería follar. Le dije, No, no quiero follar pero estaría bien que te quedaras a dormir y salieras mañana. Puede haber hielo en las carreteras. Nos acostamos juntos cuando amanecía. El café se quedó frío. Ella olía a cárcel. Cuando me desperté, ya no estaba. Si la volviera a ver no la reconocería.
A veces no es más que un bar o una esquina una fría noche de reyes en el centro de una ciudad. Te quedas quieto. Más tarde sabrás que aquello era un presentimiento que sólo se reconoce cuando ha ocurrido lo presentido.
Es tarde. Ya sabes: la luz a mi izquierda, el silencio a lo largo del día, saber que no debía, la noche de reyes cerca.

Cuento

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2016 a las 23:27 | Comentarios {0}


Imagen

Tags : Diario visual Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/12/2016 a las 13:00 | Comentarios {0}


Soñamos la posibilidad. Casi en cada rincón.  La huerta podría haber sido una metáfora. También el jardín lo es siempre. Lástima que seamos pesimistas. Hoy por ejemplo habríamos escrito: Esconde el anillo/ muerde la hierba del invierno;/ a su alrededor todo se derrama/ como mañana la canción se habrá dormido./ No asustes al niño./ Deja que sueñe verano, mar, noche cálida./ Porque siempre quisiste, quiere./ Porque nada está perdido, busca.

¡Qué desolación el verso que no queremos escribir! ¡Qué vacío en el mar cuando la ola no llega! Quisimos estar desnudos siempre. Tú lo sabes. No hay escudos ahora. Te lo prometemos. Mañana será igual. Mañana seremos pesimistas igual. En la mente vaga la palabra impresión. Desde la inmensidad. Desde lo inmenso sea lo que sea esa dimensión vasta, perenne, indiferente. Desde allí te hablamos. Desde esa sopa primordial. También pertenece a esta canción 26 la estrella que es gigante roja y el sonido del triángulo en una pieza musical decimonónica. El vestigio, pensaremos, tiene un peso. Quizá sea parte del hipotálamo. De la sección aúrea.

Que volábamos es cierto. Que no podríamos transmitir más, también lo es. Así si cantáramos ¡Pensar el jardín! ¡Añorar la huerta!/ ¡El aroma de azahar!/ ¡La higuera! ¡Septiembre! ¡La vera!/ Tanta belleza duele como su ausencia./ Hay en el camino una huella/ de tomillo y madreselva;/ en la tierra hay un rastro de romero y fresa./ ¡La huerta! ¡la huerta! ¡la huerta!
Volábamos. Créenos. Eran las mesetas. Espuma. Hielo. Niebla. Volábamos.
Escuchábamos una bocina. Créenos, tú tan ausente. Hay una oración que escuchamos. Y una admonición escuchamos con regusto bíblico. Nos estamos quedando... Hay más limpieza...
 

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/12/2016 a las 21:58 | Comentarios {0}


Sonríe cuando se fría el camarón
¿qué esperabas, alma cándida?
Puedes recorrer cientos de kilómetros y observar la silueta de los montes mientras en la radio suena la canción que canta Sarah Vaughan; puedes peinarte, peinarte una vez y otra vez; puedes sentir la redención de las uñas y la llamada de un burdel; puedes resistir la tentación mientras fuera nieva y todo es un gran salto; puedes permanecer callado; deberías permanecer callado; el silencio no arroja nada; el silencio es puro oscuro.
¿Quién dijo filete ruso?
¿Quién compuso salpìcón de marisco?
¿Qué riesgo en la cordura?
¿Por qué la noche se hizo tan larga?
Puedes desentumedecer los músculos; puedes preguntarte una y otra vez cuál es la deriva etimológica de la palabra embarazo; ¿por qué de la torpeza, de la confusión, de la dificultad se deriva el estado de preñez?; puedes volver a caminar por los montes; puedes estudiar hasta la extenuación una materia aunque no te diga nada; puedes escuchar de nuevo el celofán que envuelve el caramelo y desesperarte y saber que en el fondo de aquella sima no existe nada que te vaya a aclarar; porque todo permanecerá oscuro; porque no tienes salvación; porque no tienes un puto padre al que preguntar por su abandono; porque la visión de una encimera es el lugar; no intentes llegar al principio del filete ruso; no quieres desentrañar cuándo una persona decidió que el olor a pedo de la coliflor cociéndose sería un buen alimento; nada de lo que a tu alrededor; todo desierto; mínimo desierto; ínfimo desierto; protuberancia de filete ruso; luz de la mañana en diciembre; fin de todas las cosas; de todas las cosas que no entiendes, a las que te has adherido; no vaciles; estás condenado; no eres nadie; no hay luz al final del túnel; no hay nada; desiertos y filetes rusos; crema de puerros; arroz a banda; huesos de santo; yemas de Santa Teresa; piensa en ello; piensa en el estofado de perdiz pero no quieras alcanzar iluminación ninguna; ya ha venido de nuevo; ya está aquí de nuevo mientras fuera en lo ardedores de Alpha-Centauro llueve ácido y la energía hace de las suyas; no vengas a quejarte; no vengas a escudarte; lo sabías; nada te llamó a engaño; desertificación del filete ruso era todo; una mezcla de carne; un poco de harina, si quieres huevos; aceite de oliva en abundancia; freírlo todo; comer a gusto; patatas fritas para acompañar; cosas sencillas; cosas de siempre; nada te engaña; es todo luz; el abismo es luz; la puta mierda es luz; en los cojines hay luz; también en la toalla hay luz; en la rata hay luz, ¡Oh, Jesús danos tu luz! cae si quieres hasta la sima porque hasta en ella encontrarás la luz; la puta luz de los cojones; la luz de la inmundicia; la luz de vírgenes cerdas y castos babosos; última estación Olvido.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/12/2016 a las 13:07 | Comentarios {0}


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