Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Pezón gris
Pluma de bucanero
Almohadón del rey
Gota en un limonero
Disolución ácuea
Milagro en los dedos
Clasificación mediana del enamorado
Altura de miras
Solaz e invierno
Maravilla de ojos
Densa insatisfacción en la página de contactos
La suma de todos los momentos
Volver, volver, volver
En sueños
Las manos frías alrededor del cuenco
Una ocasión perdida
Diálogo frente al público en el que se reconoce el miedo
Nunca más
Siempre
Sentada frente a la pantalla eligiendo el vestido
La lluvia que caía con cadencia de beso
La última oportunidad
Terraza. Montaña. Nevero.
Tierra removida por pezuña de jabalí
Cenicero, puñal y cruz de nuevo
El tiempo flota
La ardiente tierra del desierto
Desierto
Desierto
Sirenita 7
Estupenda 52
Lola 54
Rachel
Ojosgrises
Paraíso
Wesana se ha interesado
Las manos siempre frías
Los bolígrafos dispuestos
El teléfono mudo
Nena envía un flechazo
y Pepa y Anisia
Negra la mañana
Mañana tarde
En Orleans también ocurre
Una discusión
Otro nombre
Otro más
ha aparecido

Miscelánea

Tags : Listas Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/03/2016 a las 12:40 | Comentarios {0}


Texto enviado por Olmo Z. desde su internamiento en el manicomio de Acra


He pensado. No te lo creerás pero aún soy capaz de pensar y de pensar en ti como pensaba en los días de hace dos veranos cuando navegabas por Australia ¿era por Australia? y aún no tenías miedo de mí. Porque hay algo de verdad en eso que algunos dicen: lo contrario del amor no es el odio sino el miedo. No te puedes imaginar lo que cuesta pensar en el infierno. No sería capaz de transmitirte el horrible horno en el que vivo, yo que soy oriundo de Tirana (cuánto me recuerda ese nombre a ti), centroeuropeo, acostumbrado al frío, amado por él; aquí en Acra tan sólo al alba -el momento más hermoso de África- el mundo parece la tierra y no el infierno y es en ese momento tan breve cuando una leve brisa parece prometer un día en el que el cuerpo no se diluya en líquido, cuando he ensoñado el ensueño de un loco: ¿Sabes? -me decía el enfermero, el que me mantiene atado por las noches con una camisa de fuerza y me escupe a veces por ser blanco- Mañana viernes 11 de marzo de 2016 entre las siete y media y las ocho y media de la tarde va a venir la que fue tu mujer a visitarte. Te vamos a lavar. Te vamos a afeitar y te vamos a dejar una ropa limpia. Os dejaremos solos hasta las diez y media y luego ella tendrá que irse y a ti te volveré a atar. ¡Oh, no sabes cómo han caído esas palabras en mi ánimo! ¡No sabes cómo te he revivido! ¡No sabes cuánto te he agradecido que por fin rompieras tu silencio y vinieras a mí, hasta este lugar perdido para siempre, sin encanto ninguno, a merced de la enemistad por razones de raza! El alba ha pasado y ha comenzado el suplicio del sol y he gozado los siguientes espejismos:
1.-  Suena un timbre que es el timbre del portal y tú disimulas la voz para que te abra sin que sepa que eres tú pero yo lo sé y aún así juego a no saberlo.
2.- Yo mantengo mi ojo izquierdo pegado a la mirilla de la puerta de mi casa y te veo aparecer en el último tramo de las escaleras. Caminas despacio y con la cabeza alta.
3.- Te ofrezco un té y tu dices, Con hierbabuena.
4.- Un detalle de tu muñeca.
5.- Tomas la taza de té con las dos manos y antes de probarlo dices, ¡Qué bien huele!
6.- Te ríes
7.- Estamos los dos frente al ventanal y miramos en silencio el principio de la noche. Tú dices, Alguna vez fuimos... estuvimos a gusto juntos.
8.- No me atrevo a cogerte la mano.
9.- Me coges la mano.
10.- Te quedas a dormir.
11.- Estás dormida.
Cada espejismo se dilata tanto en el calor tórrido de África que cuando estoy gozando el último -tú dormida- el enfermero ya me está atando con la camisa de fuerza y entonces me río y le digo, Idiota, mañana viene. Mañana va a venir y tomaremos un té con hierbabuena.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/03/2016 a las 19:28 | Comentarios {0}


Será bienvenida la última flor del cerezo y postulará una forma antigua de entender el milagro
Va a recorrer -se lo ha prometido a sí mismo- el estrecho margen que existe entre la fe y la rata
sin desviarse un milímetro de su ancho (que según los iniciados abarca dos universos como el nuestro)
para llegar a la oración si es preciso o para caer de hinojos y adorar la tierra.
Hay en su frente un volcán al rojo
Hay en sus cejas la pilosidad hueca
Hay en sus ojos una marea verde
Hay en su nariz un aire de rocío
Hay en su boca un beso aprisionado
Hay en su barbilla la decisión inquebrantable de someterse a la luna y sus manchas
Por eso canta en la mañana y bebe a sorbos el polen de las flores y luego descansa la velocidad del mundo y quisiera creer del todo al Dalai-lama pero quisiera creerlo como cree en la escarcha el ibu africano a quien el sol abrasa
No importa, se dice, no importa de dónde proviene el cerezo, cuál fue su origen primero si un día al pasar junto a él siente el escalofrío de un tiempo que ya pasa, que ya se marchita
Hay en su cuello una rigidez tonante
Hay en su pecho un deje de nadador senior
Hay en su vientre el gusto por el esfuerzo
Hay en su espalda una soldadura de nácar
Hay en su sexo la plenitud del mundo
Hay en sus nalgas una profunda asimetría
Y aún así se mantendrá dentro del margen entre la fe y la rata
escuchará con respeto la palabras del arzobispo sobre el sentido del milagro
mirará a la muchacha vestida de soldado
y evitará las grandes autopistas para esquivar a los gatos
Hay en sus muslos la hipersensibilidad de la risa
Hay en sus rodillas la tozudez del yunque
Hay en sus pantorrillas un disimulo veloz como el del lince
Hay en su pie izquierdo el recuerdo del andamio
Hay en su pie derecho la fineza de la mano enguantada en un guante de ganchillo
Porque ha temblado, se somete
Porque sabe que llegará hasta el final, tórnase humilde
Al fondo es observado por un paraguas, veintiún alicates y tres mil cisnes

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/03/2016 a las 13:43 | Comentarios {0}


Documento 3º de los Archivos de Isaac Alexander.
Escrito en (son iniciales) C.T.T.B. en el año de 1942


No podría, Lucilo, callar por más tiempo y no decirte que la vida es un pozo sin fondo. Nunca sabes aunque en el fondo siempre sepas y viceversa (de ahí la imagen de la vida como un pozo sin fondo). Te contaría si no fuera por un pudor a desnudarme que antes no tenía, un ejemplo propio (quizá los años te vuelven cauto y es cuando el tiempo pasa cuando empiezas a entender el cuadro de Tiziano llamado Alegoría de la Prudencia lo que también te lleva -La Prudencia- al borde de la tumba porque tengo para mí, Lucilo, que volverse prudente es comenzar a morir). ¿También es comenzar a morir no querer saber más?
Hagamos si quieres una excepción a este camino que ya comienza a declinar y te explicaré por medio de un ejemplo propio el pozo sin fondo que es la vida (quizás al hacerlo me estoy vivificando y me alejo de nuevo de esa luz que según Modest Urgell hay tras la sombra del vivir). Soy un hombre que como tantos miles está sufriendo la injusticia en esta guerra extraña, llena de experimentos que marcará por centenares de años las relaciones entre la especie humana. Hay mañanas en las que me levanto y sé pensar y digo que sé pensar porque hay mañanas en las que no sé pensar y no porque se me haya olvidado sino porque no he conseguido el alimento suficiente para poder pensar; debes saber Lucilo que en el mundo hay millones de seres que no pueden pensar porque no tienen alimento que permita que las neuronas puedan ejercer esa función. Si te dicen, como te dirán, que la mente es la potencia intelectual del alma, no lo creas; la potencia intelectual del alma son los bistecs y las acelgas y las fresas y los limones y los guisantes y la leche y la miel; bien, hay mañanas pues en las que sé pensar (no me preguntes ni quieras saber dónde me encuentro; el lugar marcaría para siempre lo que quiero transmitirte y sólo por eso el lugar vencería sobre mi pensamiento y este es tan valioso -por lo escasos que son- que no voy a permitirlo) y entonces se me aparece el deseo de tener un hijo. Yo sé que nunca tendré un hijo. No podría de ninguna de las maneras desearlo. Pero sé por qué hay mañanas en las que quiero tener un hijo y es porque llego a pensar en la idea de mi especie y no en mi especie. No voy a criticar más a Platón y esa nefasta idea que tuvo de la Idea sólo quiero decirte y te ruego que pienses, mi querido Lucilo, que cualquier pesar que te llague tendrá como base la idea y no la realidad porque la realidad no admite virtud ni pecado, la realidad no tiene moral. Y cuando deseo tener ese hijo que en realidad no quiero tener (que nunca tendré) mi vista se desvía hacia una construcción (no quiero tampoco poner la palabra exacta de esa construcción porque su nombre determinaría en exceso la ambigüedad que con respecto al lugar en el que me encuentro quiero mantener en el relato) en la que habita una mujer fea, con los cabellos lacios y oscuros, con unos senos que ya no son senos, con unas caderas que quizás en algún tiempo pudieron seducir la mirada del macho y valorar la concepción entre sus fronteras o como decíamos camaradas jóvenes cuando reíamos en las tabernas de algunos puertos, Era una mujer que no tenía dónde agarrarse. Dirás, Y entonces, tío, ¿Por qué tu deseo de un hijo tomaba como recipiente a una mujer tan poco adecuada a semejante fin? Mi respuesta será tan absurda como el deseo del que parte, te recuerdo: querer tener un hijo, yo que no quiero tener un hijo, que jamás lo tendré y si lo tuviera lo asesinaría nada más nacer para que viviera lo menos posible. Pues bien mi respuesta es que esa mujer tiene la mirada más limpia que jamás he visto y casi puedo asegurar que jamás veré. Esa mujer, Lucilo, cuando mira atraviesa el mundo de tal manera que sabes a ciencia cierta que nada la sojuzgará; esa mujer, Lucilo, es la quintaesencia de la santidad si entendemos por santidad la ausencia de dolor y te puedo asegurar que aquí el dolor es la moneda con la que se paga la vida; esa mujer ha llegado a un lugar en el que su vientre sería el receptáculo mágico de una concepción feliz. Cuando puedo pensar y la veo y ella me mira, el velo de la existencia se disipa un segundo; a través de su mirada veo los prados que recorreré, los gozos que disfrutaré en cuerpos de otras mujeres e intuyo que cuando eso ocurra la mirada de esa mujer fea y escurrida  será el puerto al que me gustaría llegar y al que nunca llegaré; es su mirada la que me hace asomarme al brocal del pozo de la vida y mirar sin temor al fondo sin fondo. Y entonces parece decirme, Isaac no pienses más, sólo mira. Y yo durante un rato, Lucilo, sólo miro y al mirar tan solo imagino y al imaginar por fin la vida es insondable, pozo sin fondo, claridad oscura.

Ensayo

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/03/2016 a las 00:17 | Comentarios {0}


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