Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Documento 14 de los Archivos de Isaac Alexander. 24 de diciembre de 1946. Port de la Selva


Pepa estaba elegante. No sólo por el traje de noche de Balenciaga sino por algo que tiene que ver con el espíritu. Creo que ellla entendió desde el principio que la historia que me proponía contarle no era un ligero divertimento de juventud, una aventura tonta en una edad febril; ella sabía que su generosidad en aquellos momentos, lo más difíciles de toda mi vida, sólo podían tener como mínimo agradecimiento una historia que estuviera a la altura de sus desvelos.
No puedo, ni quiero -le dije mientras adivinaba en sus ojos un brillo póntico- desarrollar una teoría sobre el amor. No puedo evitar sin embargo enunciar una regla de esa teoría que no existe: El amor es sencillo. Y así fue con Hanna. Desde el primer encuentro se instaló entre nosotros la simpatía. Nos hacíamos gracia. Nos hacíamos más bellos. Sus pasiones eran las mías. Mis pasiones eran la suyas. En ella descubrí que el cuerpo es el espejo de nuestra mente. Y su mente era bella. Déjame contarte un suceso. Al día siguiente de conocernos, tras la sobremesa, ella me había invitado a completar un rompecabezas a medio hacer en el salón de los juegos. Era un puzzle de 750 piezas hechas en madera y no con un troquel automático sino que cada pieza estaba troquelada a mano y el artesano, un tal Winkler, debía ser un auténtico diablo porque las había hecho de tal forma que muchas de ellas parecían encajar. Joven y con la necesidad de demostrar -como todo joven ha de hacer en este mundo maldito- me dediqué a encajar las piezas como si fuera un experto. Hanna me miraba con una sonrisa escondida y me dejaba hacer. Como te puedes imaginar pronto el ensamblaje mostró sus fallas y las dos horas que me había estado dedicando a enseñar mi cola de pavo real se vino abajo cuando la zona del puzzle que había estado reconstruyendo -una fina línea costera de un sólo azul- resultó fallida. Hanna desubrió entonces su sonrisa, desencajó todas las piezas mal encajadas por mí, tomó mi mano y con su voz clara como la mañana y profunda como manantial freático, me invitó a que cerrara los ojos y pasará con la punta de mis dedos los bordes de cada pieza. La piel de de su mano guiando la mía y la textura de madera produjeron en mí la excitación más hermosa que había tenido hasta entonces.

Cuento

Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/04/2017 a las 14:38 | Comentarios {0}



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