Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
En la Cueva de Altamira los hombres ya evocaban ciclos
En la Cueva de Altamira los hombres ya evocaban ciclos
No tengo que estar mareado. Voy a hacer una lista de lo que tengo que hacer. Voy a ser un buen chico. Voy a trabajar mucho, mucho, mucho. El ejercicio no lo voy a dejar. Y la comida va a ser sana y equilibrada. Me voy a levantar temprano. Voy a estudiar idiomas. Voy a ir a todas las citas médicas que me imponga el sistema sanitario. Voy a realizar con ánimo positivo las cuestiones burocráticas que podría haber hecho en agosto con mucha menos gente. Voy a meditar mis comentarios más tiempo, dedicando un tiempo diario al estudio y otro tiempo a la creación literaria. Voy a querer a mis seres queridos como se tiene que querer a los seres queridos y no voy a dejar que la melancolía me inunde cuando lleguen las bajas temperaturas y pueda por fin cerrar las ventanas y así, ¡Oh, bendito silencio de los cojones! pueda dejar de escuchar a los ruidosos que habitan el planeta. Me voy a decir una y mil veces que la vida es corta aunque en el fondo y en la superficie estoy con T.S. Elliot (por muy católico que sea) cuando afirmaba que la vida es larga. Voy a leer. Tengo que leer. Leer es una imposición intelectual que llevo infligiéndome desde hace la friolera de 51 años. No he parado de leer desde que aprendí y en las largas y tediosas fases postoperatorias en las que mi pierna derecha estaba inmovilizada y había de guardar largos reposos, la lectura se convirtió en mi mejor amiga y lo ha sido desde entonces y lo seguirá siendo hasta la muerte. Esto no quita para que de vez en cuando me enfade con ella o cuando una noche -poquísimas en todo caso- no leo antes de dormirme y siempre me digo, No leo esta noche, de inmediato también me venga el pensamiento de, Bueno y qué, hostias, ya está, no pasa nada. Sí, sí, voy a leer mucho. Me gusta leer. Me encanta leer. Pero no dejo en esta mañana de septiembre -en la que de nuevo empieza todo- sentirme un poco hasta el cintón. Es como si tuviera unas ganas locas de liarme la manta a la cabeza y lanzarme por esos campos del mundo hasta que me dé una hipoglucemia y caiga en coma y a tomar por culo. Ya está. También tendrá que ver que he errado en un problema facilón de ajedrez y eso siempre me demuestra que soy un poquito estúpido.
Es lo que tienen los ciclos. Ya veréis, ya, que éste es sólo el primero. El ciclo de la vuelta. Escribirlo ha tenido de bueno que me ha recordado a Sandokán.

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Tags : Ciclos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/09/2018 a las 12:13 | Comentarios {2}


El regalo es la palabra y la sintaxis. Mirar las palabras y sus órdenes -órdenes de otras lenguas. Palabras de otras lenguas- y saber, tras el entrenamiento de muchos años, disfrutar los miles de millones de palabras que he leído.
El regalo es tener en la cabeza historias como la  que ahora tecleo y que no han cesado de ser creadas por mi mente desde hace cuarenta y cinco años. El regalo es imaginar y poco a poco, con el esfuerzo ingente del diario escribir haber ido destilando esa transcripción que supone llevar a palabras y sintaxis lo que la mente pergeña.
Escribir me ha salvado de morir amargo. Las palabras y las sintaxis han sido mis psiquiatras y he conocido algunas magníficas que me han hecho pensar que quizá yo también podía formar parte de su magia porque si algo es la literatura es generosa, ¡cuántos que no son escritores tienen su libro! 
El regalo es haber podido padecer el mundo y contar su esperanza.
El regalo es que alguien, un día, me haya leído y se haya emocionado. 
Los demás no importa aunque importe (lo escribo así porque sé que en el fondo de mí no me importa. Sí en la superficie muchos días).
El regalo es leer a Sófocles y admirar a Sófocles. El regalo es cómo una lectura (la última vez ha sido con el Sueco Levov, personaje de Roth)  puede llevarte a mundos propios a partir de mundos ajenos (y aún más: mundos imaginados) y provocar mediante palabras y sintaxis un estallido de pura emoción, intensa y vívida.
Por todo eso no tengo más que palabras y sintaxis de agradecimiento por la vida y las gentes que me llevaron a ejercitarme en el doloroso, terrible, patético y maravilloso oficio de escritor.  

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/07/2018 a las 00:56 | Comentarios {0}


¿Qué tiene? Nadar es volar en un medio más denso que el aire. Antes de entrar el mundo ya se ha hecho más pequeño (y más azul). Primero es la desnudez en los vestuarios, junto a otros seres humanos machos. La desnudez en compañía (recuerdos de hospital: una auxiliar, los primeros días, cuando no podía beber ni comer, me lavaba tumbado en la cama. La desnudez también entonces. Le agradecía que me limpiara). El espacio es espacial. El agua tiene esencias de atmósfera cero. Parece una analogía de espacio exterior. Y el sonido de los cuerpos abriendo el agua genera ecos que podrían ser lejanas sensaciones rojas. Es al entrar en el agua cuando se produce la extrañeza y la calma y cuando cojo la cadencia justa del braceo -y siempre hay un intervalo de tiempo en que lo consigo- aseguro que desaparece el movimiento. Nadar con cadencia es sentirse quieto.
Justo como ahora que miro el reloj y pone: 0:00.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/06/2018 a las 23:46 | Comentarios {0}


A veces siente la ausencia de fe y mira en rededor; mira las reglas, las escritas y las no escritas; observa al hombre que va atando cabos y no puede evitar recordar a un filósofo del siglo XIX; a veces los dedos corren más que las ideas y otras en cambio la idea es tan veloz que ni los dedos de un mecanógrafo con treinta años de experiencia y en pleno uso de sus facultades mentales sería capaz de alcanzarla; a veces siente la tiranía de los juicios y algunos le llegan muy adentro y le llevan muy lejos, justo a donde no quiere ir, justo donde no quiere estar; sabe que no tiene formación; sabe que por mucho que se esfuerce hay una densidad de algunas formas que él jamás alcanzará ni tan siquiera a vislumbrar como le ocurre con las jugadas de algunos juegos intelectuales a las que él, simple aficionado, tan sólo puede admirar cuando otro las descubre; sabe todas esas carencias y sabe la carencia de sí y aún con todo espera que el amigo entienda y le siga cuidando como hasta ahora y también espera que su debilidad quede entre ellos; la noche entonces se vuelve más oscura y unas masas aún más negras que la propia noche se mueven a su alrededor y parecen cantar la Torá mientras por los zócalos de su casa, de su pequeña casa, corretean los seres del alma del mundo cuchicheando sobre lo que les espera cuando la mente del hombre que se deja sugestionar descanse por fin en su dormir y sueñe.

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/04/2018 a las 00:49 | Comentarios {1}


Fotograma de Phantom Thread
Fotograma de Phantom Thread

Duchamp dice: la idea es el arte. No la forma ni el fin último -resultado- de la idea sino la idea. Me pasó el otro viendo la película Phantom Thread  dirigida y escrita por Paul Thomas Anderson lo siguiente: antes de que pudiera razonarlo -es decir, una vez terminada la película analizar los símbolos y las metáforas desde la reflexión- logré entender y asumir durante su visión que Anderson buscaba -con su forma de contarme la historia- que yo sintiera la hartura de lo que vive y tiene que soportar Alma para llegar al extremo que llega.
La idea que se le ocurre a Anderson para hacerme sentir como la protagonista me parece tan buena, tan aceptable que asumo que la forma que le dé a esa idea realmente no importa; el fin último de la idea si responde a la idea incluso diría que no tiene ni siquiera interés. 
 

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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/04/2018 a las 11:01 | Comentarios {0}


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