Al nacer cada día la mano parece ser nueva. Sabe que ha escrito millones de palabras (palabras que se han repetido. ¿Cuántas veces habrá escrito la palabra que) y quizás alguna vez, un viernes nublado, ha conseguido transmitir exactamente lo que quería (sabe, en todo caso, que lo que uno escribe no es necesariamente lo que otro lee) como por ejemplo el día que escribió la tarde está tan bonita.
Sí, cada día la vida nace en él. Lo siente cuando se emociona por una ficción o cuando por el camino disfruta del movimiento cadencioso de la cola de su perro (no es su perro, es su amigo. Es gente perro, sin dueño y sin cadena) y también cuando al mediodía siente el deseo vivo de la boca.
Hay en su rutina la paradoja de anhelar la compañía y vivir la soledad y es consciente de que este iniciarse a la vida diariamente tiene un único absoluto en la pobre percepción de los hombres: ya no. Todo está pasando y nada vuelve. Hoy, por ejemplo, al caminar por el bosque ha pisado una roca que se ha clavado en una grieta que tiene abierta en el pie izquierdo. Ha sido un dolor agudo. No igual a piedras parecidas y lugares cercanos. No. No igual. Sí parecido.
Es muy tarde ahora. No sabe para qué es muy tarde. Sólo lo ha pensado. La noche avanza y es verano y a estas horas el calor se deja vencer por la oscuridad. También el silencio vence. También los recuerdos que han estado muy vivos en los últimos días le han vencido en algún momento. Es muy tarde, es cierto, se acercan las cuatro de la madrugada. Recuerda la luz que declinaba en la tarde. Recuerda la conversación con la mujer con la que habla todas las noches y al recordarla recuerda sus ojos y al recordar sus ojos siente cuatro años de sus ojos. Y se repite: cuatro años de sus ojos.
Mañana volverá a nacer y no será leche lo que beba por vez primera sino café y leerá la entrada de un diccionario lleno de misterio y de historias y se iniciará un nuevo mundo, por entero nuevo, como sus manos que parecen no crecer ni acumular años.
Ya lo deja. Ahora se irá a la cama. Abrirá la novela que está leyendo (antes de morir cada noche, lee una historia de otros). Apagará la luz y se echará la sábana por encima. El perro subirá un rato y luego se irá. Sabe que la tierra gira y que el sol no tiene fases como la luna y por eso es menos de fiar. Quedará en suspenso. Nacerán los sueños y un día, sí, un día dejará de oír.
Sí, cada día la vida nace en él. Lo siente cuando se emociona por una ficción o cuando por el camino disfruta del movimiento cadencioso de la cola de su perro (no es su perro, es su amigo. Es gente perro, sin dueño y sin cadena) y también cuando al mediodía siente el deseo vivo de la boca.
Hay en su rutina la paradoja de anhelar la compañía y vivir la soledad y es consciente de que este iniciarse a la vida diariamente tiene un único absoluto en la pobre percepción de los hombres: ya no. Todo está pasando y nada vuelve. Hoy, por ejemplo, al caminar por el bosque ha pisado una roca que se ha clavado en una grieta que tiene abierta en el pie izquierdo. Ha sido un dolor agudo. No igual a piedras parecidas y lugares cercanos. No. No igual. Sí parecido.
Es muy tarde ahora. No sabe para qué es muy tarde. Sólo lo ha pensado. La noche avanza y es verano y a estas horas el calor se deja vencer por la oscuridad. También el silencio vence. También los recuerdos que han estado muy vivos en los últimos días le han vencido en algún momento. Es muy tarde, es cierto, se acercan las cuatro de la madrugada. Recuerda la luz que declinaba en la tarde. Recuerda la conversación con la mujer con la que habla todas las noches y al recordarla recuerda sus ojos y al recordar sus ojos siente cuatro años de sus ojos. Y se repite: cuatro años de sus ojos.
Mañana volverá a nacer y no será leche lo que beba por vez primera sino café y leerá la entrada de un diccionario lleno de misterio y de historias y se iniciará un nuevo mundo, por entero nuevo, como sus manos que parecen no crecer ni acumular años.
Ya lo deja. Ahora se irá a la cama. Abrirá la novela que está leyendo (antes de morir cada noche, lee una historia de otros). Apagará la luz y se echará la sábana por encima. El perro subirá un rato y luego se irá. Sabe que la tierra gira y que el sol no tiene fases como la luna y por eso es menos de fiar. Quedará en suspenso. Nacerán los sueños y un día, sí, un día dejará de oír.
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Ensayo
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/07/2017 a las 03:32 | {0}