Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Si me doy la vuelta no alcanzo a ver el filo que me ha crecido en la espalda y así sin el peso de la vista puedo establecer sus dimensiones. Hay días en que lo considero una nadería y otros en cambio siento que fuera la aleta de un escualo; lo siento sobre todo en las rugosidades del paladar y en una úlcera que crece y decrece -quiero creer- al ritmo de las mareas, por pensar que el filo que nace en mi espalda tiene algo de lunar.

Engañar nació de una onomatopeya latina gannire... luego derivó. Si antes era ladrar, aullar, ahora es escarnecer. No volaré con el filo que me ha surgido en la espalda. Nunca enfrentaré el filo a un espejo, ni le pediré a nadie que me lo mire y lo describa. No quiero descripciones del filo que me nace en la espalda ni tampoco que alguien sugiera que la inmovilidad de mi cuello se debe a una imposibilidad emocional de saber mirar hacia atrás sin rencor. ¡Oh, si el rencor fuera una palabra de historia mal averiguada y de origen incierto!

Vuelo ahora, sometido al filo de mi espalda. Me desnudo ahora y sé que no soy un príncipe. Nunca fui un príncipe. O quizá sí, una mañana. Estaba desnudo en una cala de una isla del Mediterráneo. No creo que nadie lo supiera. Nadie, en todo caso, me lo dijo. Yo sabía, en cambio, que aquella mañana, desnudo en la arena, llevé a mis labios una flauta travesera y al surgir, extrañamente limpia, un la me sentí príncipe. Aún no tenía este filo que ahora asoma en el centro de mi espalda. Ni tenía la sensación de dilapidar algo que es la única manera de tenerlo y que es dejarlo ir. Era un príncipe aquella mañana. Un príncipe sin filo.

No pretendo nada más. No pretendo estudiar el filo de mi espalda. Ni pensar siquiera que este filo que ahora me obliga a separarme del respaldo de la silla tiene que ver con la muerte de aquella persona de la cual nunca fui el favorito y a la que tanto amé. Ella sí fue mi favorita. Por eso me soprendió tanto que en su lecho de muerte, con la cabeza ya ida, me dijera, llena de terror, Eres el diablo. Eres el diablo. Quizá fue entonces cuando empezó a surgir este filo en el centro de mi espalda. Quizá fue entonces cuando me di cuenta de que las cuentas muchas veces no salen. Quizá fue entonces cuando me decidí por fin a aceptar este deriva, este filo en el centro de mi espalda, esta posibilidad, nada desdeñable, de que no sea más que un diablo  que fue desenmascarado por un ángel en su lecho de muerte.

Si me llamara Afranio o Schultz o Palacios o Maturana o García o Agreda quizás entonces no tendría este filo, que me abre la carne del centro de mi espalda a las horas más intempestivas, sin dejar rastro alguno, como si antes de rasgarme la carne y la piel desecara de sangre la zona, y la dejara sin sensibilidad, ni dormida siquiera, páramo en invierno en el centro de mi espalda, páramo con niebla con filos como escarcha en el centro de mi espalda, nacido en el disco que separa dos vértebras dorsales, donde el dolor llegaría si se tuviera sensibilidad, aún la más mínima.

Ángel que moriste ante mis ojos, no sabes cuánto siento que me vieras diablo en tus últimas horas. Tan sólo me quedó por preguntarte si me viste diablo antes y si fue así por qué no me lo dijiste, por qué no me avisaste que algún día si no me despeñaba o me cortaba las venas o me hundía un cuchillo en el ombligo o me ahorcaba de un árbol un domingo o decidía descender por un viaducto o me dormía con unos simples barbitúricos, me nacería en el centro de la espalda un filo al que no pienso mirar jamás de frente.

Narrativa

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 27/10/2015 a las 22:05 | Comentarios {2}








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