Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
Comentario de 1888
1888 -así aparece en el remite- escribe en los comentarios a Carta de amor a una Desconocida (5) : ¡Ya era hora! Desde que lo he leído esta mañana, me estoy riendo porque pienso que 1888 tiene razón: que ya era hora de que ese señor tan fino que trataba a su amada platónica de usted, se diera cuenta de que no tenía nada que hacer y desistiera de una vez por todas. Por otra parte tambien me viene la sonrisa a los labios porque me gustaría decirle a 1888 que las vidas de los personajes y sus pasiones son tan poco predecibles como las de las personas y así podría ocurrir que tras la última carta, ella se le acerque y tengan, por fin, un encuentro y se sigan viendo y el amante lo escriba y por fin se vayan a vivir juntos y se separen y el amante lo escriba (tranquilo 1888, no creo que eso vaya a ocurrir). Porque, como dice Mrs. Gump a su hijo Forrest, La vida es como una caja de bombones: nunca sabes lo que te va a tocar. También me ocurre pensar que 1888 podría ser el joven que acompañaba a la señorita en el cenador y que ese: ¡Ya era hora! es el fondo un respiro para él, que veía en el señor enamorado un posible rival. Porque ¿quién me dice que 1888 no está también enamorado de ella? ¿Quién puede asegurar que la Desconocida y el Señor Enamorado no existen en la realidad?
Los juegos de la imaginación son infinitos.
Lo que sí es cierto es que 1888 ha acertado al creer que la carta a la desconocida nº 5 (como el perfume más famoso de Chanel), era la última carta.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/05/2011 a las 17:51 | Comentarios {0}


Son ya varias las ocasiones en que he visto cómo en unas tertulias televisivas supuestamente libres, los periodistas adoptan el papel de fiscal con respecto a un invitado.
Ayer por la noche tras la película El Lector dirigida por Stephen Daldry (esta película quizás ya me predispuso al malestar que sentí más tarde. Trata sobre el juicio -en la década de los 60 del siglo pasado- a una antigua carcelera nazi. El pensamiento de la película sería: ¿Cómo se puede juzgar el pasado a los ojos del presente por muy terrible que haya sido ese pasado? Siempre que veo este tipo de películas con un trasfondo doctrinal, se me ponen los pelos de punta o, en ciertos momentos, siento algo de asco. Para quienes tienen dudas acerca de la responsabilidad de las personas en sucesos tan brutales como el nazismo en Alemania, recomiendo, como ya he hecho en alguna otra ocasión, el libro La destrucción de los judíos europeos escrito por Raul Hilberg en el que, con la finura de un cirujano hábil con el bisturí, el autor nos desgrana no la vida privada de los individuos alemanes sino el apoyo que con sus actos como colectividad otorgaron al gobierno nazi para llevar a cabo sus planes. Está claro que cualquier ser humano en su vida privada ha de tener eso que, mediante escalas morales, llamamos cosas buenas. No me alivia la vida privada de las personas, ni los motivos que les indujeron a alentar atrocidades y menos aún desde la ficción en la que tan sólo un sólido pensamiento filosófico puede salvar o evitar que las interpretaciones conduzcan a errores. O quizá el guionista David Hare quería plantarnos esa duda como ya lo intentó en The Hours o en Damage en temáticas disitntas). Hecha la digresión vuelvo a la tertulia. La televisiones de derechas -hay muchas ahora en España. El motivo es evidente: la gente de derechas es la que tiene dinero para comprar televisiones- son repugnantes, adoptan el tono del franquismo, realzan la autoridad como principio y no dejan de ser arbitrarias en todas y cada una de sus afirmaciones. Para tamizarlas un poco suelen poner entre los tertulianos a uno de izquierda moderada -dos como mucho-. Pero bueno, tampoco me quiero extender en sus estrategias. Ocurrió que tras la película me puse a zapear y llegué a una de esas televisiones y escuché durante un rato a esos fiscales/periodistas sentados a una mesa acribillando a preguntas tendenciosas a un representante de una asociación de ateos -curiosamente el único que estaba de pie de todos ellos- y sin dejarle apenas responder. El representante era un hombre pausado que intentaba dar sus opiniones -por cierto de una lógica aplastante- mientras esos perros de presa querían retorcerle el argumento con preguntas insidiosas y sobre todo, sobre todo, nada inteligentes. Porque lo que me aterra de esos supuestos periodistas y expertos (de no sé qué) es su alma de inquisidor, la ausencia absoluta de cintura en el pensamiento, las ganas que tienen de vencer al enemigo -porque el representante de los ateos era un enemigo al que habían detenido y se había convertido en acusado frente a ellos-; me aterra lo mal que visten, lo mal que hablan, su afán revisionista, lo mucho que gritan, lo poco que respetan. Cuando escucho a estos periodistas entiendo que España haya sido siempre un país tan miserable; entiendo que hayamos perdido el tren del siglo XVIII, del siglo XIX, del siglo XX teniendo el poder como voceros a gentes como ésa: intransigentes, sanguinarios y torpes.
Con la que se nos viene encima espero que surja, desde las filas de las personas sensatas ya sean de izquierdas o de derechas, un movimiento general de repulsa a semejantes prácticas caciquiles y se exija la cortesía con el invitado, la discrepancia serena, el beneficio de la duda y no sé cuántas cosas más iba a poner hasta que me he dado cuenta de que estoy en España, un país sin cultura de diálogo, un país realmente pobre... en todo.

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/05/2011 a las 11:19 | Comentarios {0}


Carta a una desconocida (5)
Sobre el río ha quedado flotando la carta que ahora escribo. He querido (he soñado, en realidad, como metáfora de la dilatada sombra que me ha llevado hasta usted todos estos días) que las ondas expandidas cuando el sobre ha amerizado sobre las aguas quietísimas del río (como dejadas diría) llegaran hasta usted y, cuando estuviera dormida en la tibia noche de este mayo que se deja vencer por el verano, le susurraran, líquidas, las razones de mi adiós que a continuación le expongo.
Quisiera hablarle con versos de sor Juana Inés de la Cruz o rimas del inconsolable Bécquer del sentido del amor, mi amada, de quien nunca tuve las manos entre las mías, ni sus ojos se quedaron clavados en lo míos y quisiera también con versos de Lorca en alguna de sus Gacelas, exponerle el ansia de desamor que no es más que el reverso de un mismo sentimiento.
Cendal flotante de leve bruma,/ rizada cinta de blanca espuma,/ rumor sonoro de arpa de oro,/ onda de luz,/ eso eres tú.
Ya no la he visto ni aun cuando la miré la otra tarde en el cenador de una terraza vulgar; no fue el hecho de que riera con un joven que a todas luces nunca la amaría como yo la he amado, ni tampoco su aire bestial de coqueta, ni sus piernas cruzadas sin estilo; no fue el aire de su pelo algo triste, ni el esmalte azul de sus uñas que aireaba como si hubiera inventado usted el arte dadá; no fue su risa atildada, ni sus armas de mujer sino un sólo hecho que me obligó a retraerme y a huir de usted cuanto antes: fue cuando se quedó sola un instante y en vez de sosegarse, mirar la tarde y sus gentes, sonreír, satisfecha, con el ejemplar que le acompañaba; en vez de alegrarse íntimamente de su vida y sus conquistas, echó usted mano de su carriel, lo abrió, sacó su celular y llamó a alguien y cuchicheó con él y cuando vio aparecer a su acompañante, colgó de inmediato y simuló hacer lo que hubiera sido tan hermoso que hubiera hecho realmente: mirar la vida, saciarse de ella.
Yo sé que un acto no marca la vida. Sé también que este río tan quieto puede, presa de las Nereidas, enfurecerse y anegar la ciudad que atraviesa. Sé que su boca tendrá el tacto que mis labios saben y que su piel ha de tener el tacto que imaginé un día. Sé que la verdad es un lugar fronterizo y que la distancia no es necesariamente el olvido. Sé que el destino no se domeña y que las aves migran. Sé que los poetas mienten y las mujeres, a veces, lo descubren. Sé que la echaré de menos y con el paso de los años me llegará de usted mucho más lo mucho hermoso que vi que lo único que detesté. Y aún sabiendo todo esto, le digo adiós, lanzo esta carta al río que de tan quieto se inquieta y nacen las ondas cuales reflejos de un amor que nunca existió.

Narrativa

Tags : Carta a una desconocida Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/05/2011 a las 23:23 | Comentarios {2}


La noche asalta
¿Dónde está la habitación? La luz, a través de las rendijas de la persiana que tanto reconoces, ¿por qué se ha convertido en un ojo de buey? ¿Dónde apareces? ¿Por qué te encuentras en una situación que no habías buscado en absoluto? No puede ser, quieres pensar, que yo haya realizado este acto bárbaro y que por mi causa la niña llore desconsolada y repita, Esa no es mi madre, no tienes razón, ésa no es mi madre. Si todo estaba bien, te dices; si el bienestar se había hecho un rincón en tu diario vivir. ¿La sábana es la soga? Has abierto por un instante los ojos. De inmediato un brazo, en otra dimensión, te ha zarandeado y te ha obligado a caminar hacia una casa en lo alto de una colina donde sabes que algo espantoso va a ocurrir. Quieres luchar y repasas lo que has cenado y te dices, Fue un bocadillo de jamón serrano con mayonesa y una cerveza que, descubres, empalidece tu lengua pero sigues caminando hacia la casa de la colina y poco puedes hacer por evitarlo. El brazo que te arrastra. La culpa que se aposenta en tu memoria. La certeza de que, en efecto, tú fuiste el delator. ¿El delator de qué? te preguntas. El llanto de un bebé desde otra parte del mundo, te arranca de la noche, de la cuesta, de la visión de la casa en lo alto. Dices en voz alta, Perdón. Has reconocido un instante las rendijas de la persiana y has vuelto a caer en la puerta que se abre. El suelo de la casa en lo alto de la colina es de madera y cruje. Lámparas de carburo forman sombras grotescas en las paredes que parecen chamuscadas. Al fondo hay una puerta cerrada. Tras ella se adivina ronroneo de gato loco. El brazo te arrastra hacia la puerta. Tú te resistes. Quieres girar la cabeza para volver a la tranquilidad de las rendijas de la persiana de tu dormitorio. No puedes tragar saliva. Y vuelve a aparecer la niña. Llora sangre. Y te mira con una mirada de tanto dolor que te rompe las venas y sientes un ahogo interior. Rememoras la vigilia. Estás empezando a descubrir que quizá todo aquello pertenezca a un Universo que está quedando atrás y se te aparece el obispo Edvard Vergerus de Fanny y Alexander, cuando ya muerto, zancadillea a Alexander en el pasillo de la casa amada y le dice, No creas que por haberme matado te has librado de mí. Siempre estaré. Siempre. Un escalofrío. Has dormido por primera vez sin camiseta. Puede ser frío o terror. Quisieras acercarte a la niña cuyo rostro está rojo de lágrimas y decirle, Yo fui, no sé qué fui pero fui. Y lo siento, querida niña. Lo siento. Sólo que ahora he de ir hasta la puerta tras la cual ronronea un gato loco y luchar con él si es eso lo que he de hacer. Discúlpame. No te desangres por mí. Y así avanzas y el brazo que te arrastraba, desaparece y te encuentras sólo frente a la puerta y llevas tu mano hasta el picaporte y lo giras y te despiertas.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/05/2011 a las 12:14 | Comentarios {0}


Escena de la flagelación y baile de la bacante desnuda (no sé por qué pongo esta imagen quizá por eso la pongo. Aunque ahora que la veo y lo pienso un poco más: flagelación y baile, tengan una relación inconsciente y clara con lo que  he escrito)
Escena de la flagelación y baile de la bacante desnuda (no sé por qué pongo esta imagen quizá por eso la pongo. Aunque ahora que la veo y lo pienso un poco más: flagelación y baile, tengan una relación inconsciente y clara con lo que he escrito)


A veces la idealización se convierte en una especie de recuerdo embalsamado.
No me acaban de convencer las imágenes como recuerdos ni las fotografías ni los videos. Ambos tienen un aroma de traición, un rasgo perverso que intenta anular la dimensión del tiempo y la selección de los espacios.
Fijaciones.

Me ocurrió hace unos días cuando vi a una persona a la que amé (y a la que amo; curiosamente estoy descubriendo que a todas las personas a las que he amado, las sigo amando. Que yo recuerde en este momento, de ninguna persona ha variado mi sentimiento aunque las circunstancias de la vida me hayan alejado de ella o yo, en mi relación, no haya sabido comportarme con amor) y a la que hacía mucho tiempo que no veía. Durante este tiempo, mi idea de ella se había ido sublimando sobre todo a partir de unos videos de la vida que vivimos juntos. De vez en cuando los ponía y me entraba una nostalgia extraña, una gana grande de llamarla y quedar. Lo perverso de esas imágenes es que están grabadas cuando el tiempo era feliz y por lo tanto lo que destilan es eso, felicidad. Normalmente cuando las cosas van mal dejamos de grabarlas. Lo mismo debiéramos hacer cuando van bien.

Las fotografías y las cámaras de video y cine sólo deberían utilizarse para fijar ficciones.

El tiempo vivido sólo hay que visitarlo con la fuerza de la memoria abstracta. Malos son para el corazón los inventos que congelan el tiempo. Buenos, eso sí, para los investigadores de la historia. Malos porque -al contrario que la memoria abstracta- crean una repetición del mismo hecho una y otra vez (es decir: si yo pongo un video siempre repetirá las mismas acciones) mientras que la memoria abstracta evoca y trae a primer plano cosas diferentes (es decir: si yo recuerdo una momento de mujer con pincel, en ocasiones realzaré el brillo del metal por efecto del sol y en otras el pie descalzo apoyado en la hierba).

Quizás la única excepción que propondría es la del crecimiento de los niños y no tanto para nosotros -que ya los vemos crecer y lo recordamos- sino para ellos que no se vieron creciendo y siempre les resulta sorprendente. A veces mi hija Violeta se ve a sí misma con dos años y exclama, ¡Qué mona es!

Me vino bien ver el otro día a esa persona a la que hacía tiempo que no veía y me hizo recordar que el tiempo pasa y los que fuimos ya no están aunque permanezcamos.


Diario

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/05/2011 a las 12:10 | Comentarios {0}


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